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LA OTRA ESPAñA

La huelga general del miércoles pasado es un campanazo de alerta para el gobierno de Felipe González.

16 de enero de 1989

El "día del cabreo nacional" podría quedar institucionalizado en el calendario español, luego del éxito rotundo que tuvieron los principales sindicatos del país en el paro nacional que convocaron para el miércoles 14 de diciembre, que se desarrolló en un ambiente de tranquilidad, sólo perturbado por incidentes aislados. Al concluír la jornada, cuando se confirmó que más de 7 millones de trabajadores habían dejado de asistir a sus trabajos, es decir, más de la mitad de la fuerza laboral española, pareció quedar confirmada la primera afirmación. El "cabreo" (enojo) de los españoles por las medidas económicas y sociales del gobierno de Felipe González, resultaba más generalizado de lo que nadie, ni siquiera los dirigentes de las centrales obreras que promovieron el paro, se había imaginado.
Según la tesis del "cabreo", no sólo están "cabreados" los sectores más afectados por el desempleo y los trabajadores temporales, las amas de casa, los taxistas, los empleados públicos, los jubilados y los empleados de la banca, para mencionar tan solo algunos sectores. También lo están quienes sin calificar en ninguna de esas categorías, se desesperan porque no funcionan los teléfonos, por la mala asistencia médica, porque el tráfico en las ciudades es insufrible y por otras razones que afectan la vida cotidiana.
Sin embargo, para los observadores desprevenidos que no viven en España, una huelga general de estas características, como no se había dado en 50 años, no resulta lógica en un país con el mayor crecimiento económico de Europa, que atraviesa por una época de progreso sin precedentes en el presente siglo.
Desde cuando Felipe González formó su primer gobierno socialista en 1982, se puso en marcha un programa de saneamiento de la economía en el que la prioridad era el combate contra la inflación, con el fin de crear las condiciones propicias para la inversión privada, que a su vez debería generar más empleo y convertirse en factor multiplicador de la economía.
Esa política se tradujo en la disminución del incremento de los salarios, la restricción monetaria y la "conversión industrial" con cierre de fábricas y despido de trabajadores. Esa serie de medidas, que en algunos casos apretaron demasiado el cinturón de los españoles, comenzó a dar sus frutos en 1986, cuando el aumento en la inversión y en el producto nación bruto, permitieron que se comenza a hablar del "milagro español" pavimentaron el camino del ingreso del país a la Comunidad Económica Europea.
Precisamente el comienzo de la prosperidad se señala como una causa de fondo del actual descontento sindical. Para las centrales obreras, encabezadas por la socialista Unión General de Trabajadores -que se alejó definitivamente del gobierno de su partido- y la comunista Comisiones Obreras, los trabajadores, que debieron soportar la peor parte en la época de las vacas flacas, merecen una mayor tajada del ponqué, ahora que las empresas están ganando grandes sumas de dinero. Por eso, aunque en la superficie los motivos de la huelga se tradujeron en los 10 puntos de un documento presentado al gobierno cuando se anunció la convocatoria, lo que está de por medio es la orientación general de la política económica y social y, en concreto, la redistribución de lo que en España se llama la "renta nacional", para que en ella pesen más los salarios en comparación con las ganancias de las empresas.
Al terminar la jornada, quedó demostrada la madurez de la democracia española. Si bien antes del miércoles los sindicatos y el gobierno estaban enlazados en un singular debate sobre si lo que les esperaba era un "paro" o una "huelga" general según se iba o no contra la estabilidad del régimen, lo cierto es que los sindicatos se sostuvieron en que las suyas eran unas aspiraciones laborales y de ningún modo politicas. Por otra parte, cuando el paro era inminente, ambas partes entraron a convenir los sectores de los servicios públicos que mantendrían algún grado de actividad, en un ejercicio de civismo impresionante a este lado del Atlántico. Esa madurez tiene mayor relieve si se la compara con el último paro que en 1934 paralizó al país, cuando el movimiento laboral fue uno de los factores que contribuyeron, indirectamente,a la caída de la República Española.
También quedó en claro que en España, como en los demás países, el ejercicio prolongado del poder deteriora hasta a Los mejores gobernantes, aunque la celebración de elecciones anticipadas por causa del paro se descartó desde temprano.
Falta por ver el resultado de las negociaciones que se adelantarán entre los sectores sindicales y el gobierno, y las medidas que éste tome para recuperar la popularidad pérdida. Sólo entonces se sabrá cuánto tiempo más durarán "cabreados" los españoles.