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LA PALMA: DIALOGOS PARA ARMAR

¿Fracasaron una vez más los intentos para llegar a una solución negociada de la crisis salvadoreña?

19 de noviembre de 1984

Ya a las seis de la mañana del lunes, La Palma hervía. De todas las regiones de El Salvador llegaban camiones con campesinos vestidos de blanco (tal como el Presidente lo había pedido), portando banderitas de papel y repletos de afiches que sospechosamente parecían hechos en la imprenta nacional. Desde la noche anterior, la pequeñísima plaza principal del pueblo había sido empapelada con plegables y pasacalles que señalaban a Duarte como el "Presidente de la paz".
Los campesinos iban aglutinándose en la plaza en los sectores demarcados con sogas por escuálidos boy scouts, y activistas de la Cruz Verde Salvadoreña y la Cruz Roja Internacional, disputando el terreno a los 1.500 periodistas internacionales que estaban allí para cubrir el evento. Algunos manifestantes confesaban que el cacique local les había pagado 10 o 15 colones para ir a La Palma y les había proporcionado transporte. A otros, el patrón de la hacienda les había dado dos días de asueto pago con tal de que estuvieran haciendo bulto allí.
Pocos previeron la presencia del Comité de Madres y Familiares de los Desaparecidos Oscar Arnulfo Romero, y mucho menos su beligerancia. Llegaron desde la noche del domingo y a las siete de la mañana ya estaban citando a una rueda de prensa y coreando sus reclamos por la aparición con vida de los 6 mil desaparecidos que ha dejado la guerra de cinco años en El Salvador.
Faltando diez minutos para la hora fijada apareció Duarte acompañado del ministro de Defensa. Había llegado en carro hasta la entradd de La Palma, pero hizo su ingreso al pueblo a pie, saludando a diestra y siniestra. Venía de guayabera y pantalón de sport. El gentío, que ya abarrotaba la plaza central y las calles circundantes, enloqueció con su presencia. Coreaban "Duarte, Duarte, Duarte..." y agitaban sus banderitas blancas. Ya en las puertas de la iglesia, el Presidente hizo un último saludo a la multitud y penetró en el templo donde se hallaba Monseñor Arturo Rivera y Damas.
Veinte minutos más tarde, llegaron los guerrilleros. Guillermo Ungo, Rubén Zamora, Fermán Cienfuegos y otros tres comandantes guerrilleros. Y el mismo entusiasmo colectivo que invadió a la multitud con la llegada de Duarte, se manifestó con el ingreso de los rebeldes, vestidos con traje camuflado. Estos discretamente habian bajado del monte con un comando que se integró al público presente.
Los boy scouts no daban a basto para detener a la muchedumbre que sacaba navajas para romper las sogas y se agolpaba frente a las cerradas puertas de la iglesia, ansiosa de ver más de aquel espectáculo. Ante la imposibilidad de enterarse qué pasaba en el templo, algunos se fueron a comer "pupusas" (tortillas rellenas de fríjoles molidos) y otros a comprar las tallas de madera con dibujos esmaltados que hace famosa a La Palma. Un desarmado conjunto guerrillero cantaba canciones revolucionarias, mientras mujeres con pañuelos blancos en sus cabezas y campesinos con carteles denunciaban la violación de los derechos humanos en Morazán, Chalatenango y San Miguel. Al mediodía, no quedaba nada para beber o comer en todo el pueblo y la gente se echaba en el pasto, tratando de aliviar el cansancio, los apretujones y un calor que presagiaba lluvia.
Adentro, en la pequeña iglesia, los delegados se habían acomodado ante una mesa de 9 metros con mantel blanco ubicada al frente del altar, según se enteró SEMANA. Ungo se sentó frente a Duarte y los dos comandantes guerrilleros, junto con Zamora, hicieron lo propio ante los demás del bando del Presidente. Compartían ambos lados de la mesa, para simbolizar su neutralidad, los cuatro obispos presididos por Monseñor Arturo Rivera y Damas. Dos sacerdotes norteamericanos, Raymond Decker y Elan McCoy, listos a intervenir como "consejeros técnicos" se apostaron en un nicho de la iglesia. A las 10.15 a.m. comenzaron las discusiones y a las 2.45 p.m. cuando los asistentes sintieron deseos de almorzar, terminaron. Los ayudas redactaron un breve comunicado conjunto y finalizado éste, todos salieron.
Caía un aguacero tremendo cuando Rivera y Damas leyó a la multitud la declaración conjunta. Después habló la guerrilla y por último lo hizo Duarte. Media hora más tarde no quedaba un alma en el pueblo. Al fondo, los monaguillos del centro de evangelización San Franciso de Asis volvían a poner en orden las bancas de la iglesia.
¿Qué había pasado en esa reunión que tantas expectativas suscitó internacionalmente? Aunque escueta, la declaración final indicó que las partes habían acordado al menos dos cosas: formar una comisión conjunta de 4 personas por sector, para estudiar los mayores temas abordados allí, y volver a reunirese en noviembre próximo. Aunque los puntos más importantes planteados por gobierno y guerrilleros --entrega de las armas a cambio de una amnistía para los rebeldes, propuesto por Duarte, y un inmediato cese de fuego, señalado por los primeros-- no prosperaron, tal encuentro ciertamente arrojó resultados positivos para el proceso de paz del país. Interiorizó, en primer lugar, el conflicto, al excluir del mismo a sectores extranjeros, lo que afectará de algún modo la dinámica en sentido contrario que tal proceso tiene actualmente. Abrió, por otro lado, un margen de espectativas más o menos viables de arreglo político a largo plazo al reunir, por primera vez en cinco años, a los dirigentes mismos de la confrontación. Arrojó, en tercer lugar, un muy novedoso elemento: pese a sus enormes discrepancias, los rebeldes salvadoreños y el régimen de Duarte comparten una misma apreciación sobre el origen del conflicto. Según el periodista norteamericano Sam Dillon, los participantes en la charla de La Palma descubrieron que entre si están de acuerdo en que la sangrienta guerra salvadoreña "tiene sus raíces en un legado de fraude político e injusticia social, no en la agitación de Cuba o la Unión Soviética", apreciación que recuerda la que tenía de tal problema la administración Carter y que de hecho es un desaire a la concepción del gobierno de Ronald Reagan quien desde 1981, planteó que la causa básica de los problemas de El Salvador es la intervención soviética en la región. "Estamos en completo acuerdo con el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional y el Frente Democrático Revolucionario (FMLN-FDR) acerca de las raíces del conflicto", dijo a ese periodista un funcionario salvadoreño que participó en el diálogo de La Palma. Tal funcionario precisó, además, que la delegación gubernamental en tal diálogo admitió a su contraparte que --sin implicar ello un alejamiento del gobierno salvadoreño de la Casa Blanca-- "la guerra entre ustedes y nosotros nos está haciendo más dependientes de Estados Unidos", lo que según tal delegado fue recibido bien y con sorpresa por los comandantes guerrilleros. El mismo Guillermo Ungo, declaró poco después en Panamá, que los grupos rebeldes también habían planteado que existía la necesidad de "hacer la paz para evitar un aumento en la dominación del gobierno (salvadoreño) por parte de Estados Unidos".
Significativas o no estas aproximaciones verbales no fueron las únicas del histórico lunes. En gesto que a pesar de lo interesante fue poco difundido por las agencias de noticias, Jorge Villacorta, un diplomático de los frentes insurgentes salvadoreños, reconoció como "legítimo" el gobierno de Napoleón Duarte al decir: "Tenemos que reconocer que la situación en El Salvador ha cambiado desde 1979 (...) ha habido elecciones, y sería ridículo invocar el fraude. Hay un gobierno legítimo y tenemos que ser realistas".
Sin embargo, quienes invocan la "inutilidad" y el "fracaso" de esta primera conversación en La Palma, presentan el hecho de que las hostilidades militares entre estos dos poderes se reanudaron pocas horas después de terminada la cita. También señalan que después de las cautas declaraciones en el atrio de la iglesia de La Palma, los voceros de los dos bandos, volvieron a la agresividad verbal de siempre. Cierto como es todo eso, no obstante tales analistas dejan de lado los aspectos reseñados antes y otros no menos relevantes que permiten hacer un cuadro equilibrado de los méritos y avances de la reunión del 15 de octubre: a diferencia de las tres iniciativas de paz anteriores, que desde 1983 han ocurrido y que han terminado en nada, en la reunión de La Palma, Duarte y el FMLN-FDR se esforzaron por evitar un método que ya ha fracasado antes: poner las disenciones más difíciles de abordar como el mismo inicio de las pláticas. En esta ocasión, por el contrario, no fueron propuestos como algo cardinal los dos puntos más sensitivos para ambos sectores: de un lado la aspiración de Duarte de que el FMLN deponga las armas y el planteo rebelde de que se erija un gobierno nuevo, provisional, que los incluya a ellos.
No solo Duarte señaló que "hubo un esfuerzo de ambas partes para dejar de lado los temas que no podían ser resueltos en este momento", sino que Ungo mismo lo planteó de este modo: "Cada uno de nosotros mantenemos nuestras posiciones, pero si las hubiéramos proclamado, no habría pasado nada. Nosotros queremos avanzar, lograr resultados iniciales, no resultados finales".
¿Crean estas conversaciones una dialéctica hacia un mejoramiento de la situación? Probablemente sí, a pesar de los limitados logros y los tropiezos actuales. Por lo tanto una frase del comunicado de la comandancia del FMLN fechado el 16 de octubre, refuerza esa certidumbre: "Trabajamos con el máximo sentido de responsabilidad y por todos los medios a nuestro alcance para buscar el camino de la paz".--