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LA RECAIDA

EL VACIO DE PODER DEJADO POR LA MALA SALUD DE BORIS YELTSIN ENMASCARA EL HECHO DE QUE ES SU GOBIERNO EL QUE ESTA GRAVEMENTE ENFERMO.

10 de febrero de 1997

En mayo pasado, en plena campaña electoral, el presidente ruso Boris Yeltsin cantaba, mientras bailaba frenéticamente al son de un ruidoso concierto de rock ruso: "Lean mis caderas: estoy perfecto para la lucha". Esa, que parecía su promesa electoral más sencilla, ha resultado la más elusiva. Porque lo cierto es que la salud del líder del Kremlin no ha parado de empeorar desde ese patético espectáculo que fue su posesión, reducida de la larga y pomposa ceremonia programada originalmente a la corta y vacilante lectura de un sencillo discurso. La semana pasada, apenas dos meses después de someterse a una operación de by-pass quíntuple, Yeltsin regresó al hospital obligado por una neumonía.El Kremlin se ha apresurado a afirmar, como era previsible, que la enfermedad de su presidente nada tiene que ver con su operación y que sus capacidades para gobernar siguen incólumes. El cirujano cardíaco Renat Akchurin, que dirigió la operación del 5 de noviembre, dijo que los médicos del presidente le informaron que se encontraba en un estado "bastante satisfactorio". "El período postoperatorio terminó hace cerca de un mes, por lo que no me parece que tenga sentido conectar lo de ahora con la operación", agregó.Pero aunque se afirma que Yeltsin está gobernando por teléfono, en plenitud de sus facultades, los detractores del presidente señalan que su condición física ya ha producido efectos negativos, como la casi segura suspensión, por segunda vez, de la cumbre de las ex repúblicas soviéticas que conforman la Comunidad de Estados Independientes, ese fantasma que quedó de la Unión Soviética. El ex general Alexander Lebed, quien fuera de su círculo más cercano y hoy es uno de sus más fuertes oponentes, dijo que "nuestro país está dirigido por un hombre muy enfermo y viejo que necesita retirarse".La enfermedad, sin embargo, no es más, por lo pronto, que un factor de agravamiento de una presidencia como la de Yeltsin, repleta de promesas incumplidas. No se trata sólo de la tan repetida de ponerse al día con millones de empleados oficiales que no reciben salario desde hace meses. Otra, aún más explosiva, es la de reconstruir a Grozny, la capital de Chechenia víctima de la guerra separatista de esa República, por valor de 3.000 millones de dólares. Se trata de una lista de 56 promesas pendientes que está en manos del comité establecido para mantener el déficit presupuestal dentro de los límites exigidos por el Fondo Monetario Internacional, según detalles señalados en el periódico Sevodnya la semana pasada. Y lo malo es que el ministro de Economía, Yevgeny Yasin, admitió que el gobierno no tenía el dinero necesario para cumplir las promesas gubernamentales. "Todas las instrucciones del presidente serán cumplidas. La mayor preocupación es en qué términos y cuándo será posible encontrar los recursos", declaró.En esas condiciones, la frágil salud de Yeltsin se convierte en un factor adicional de preocupación dentro de la paradoja de que aunque estuviera en perfectas condiciones, como prometió en su campaña, tampoco podría hacer mucho para solucionar los problemas de su país. Todo ello hace que Rusia enfrente una situación que es el caldo de cultivo perfecto para una grave enfermedad, no ya de su achacoso presidente, sino de su joven pero vacilante democracia.