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La revolución de los forajidos

Lo ocurrido en Quito con el derrocamiento del presidente Lucio Gutiérrez fue un golpe a la clase política y un ejemplo para otros países.

24 de abril de 2005

Ni refundó el país como había prometido, ni murió en el intento -tal como lo pregonaba en cada uno de sus discursos-, y mucho menos lo sacaron muerto de Palacio, como juró en su última entrevista con SEMANA (ver artículos relacionados). Al igual que sus antecesores Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Gustavo Noboa, el coronel golpista Lucio Gutiérrez terminó huyendo.

Multitudinarias marchas populares de protesta contra el gobierno que se prolongaron durante una semana principalmente en Quito, pero que también llegaron al puerto de Guayaquil y otras ciudades como Cuenca, Riobamba, Loja e Ibarra, para pedir su renuncia, terminaron por sacarlo de la presidencia, y en su lugar asumió Alfredo Palacio, su vicepresidente.

Palacio, un cardiólogo de 66 años que se define como centroizquierdista, había roto sus relaciones con Gutiérrez desde casi el comienzo del mandato, e inclusive llegó a unirse en los últimos días a quienes pedían su destitución.

La impresionante furia popular -que tuvo una brutal represión policial, con saldo de dos muertos (un fotógrafo chileno, víctima de los gases, y una mujer atropellada por un vehículo), 143 asfixiados y 54 heridos, algunos de bala- no tuvo antecedentes y el país estuvo al borde de una guerra civil.

Gutiérrez cayó por mentiroso y por corrupto. Y sobre todo pagó el precio de su decisión de traer a su ex jefe Abdalá Bucaram (Gutiérrez fue edecán del controvertido ex presidente).

Como señaló el diario El Comercio, "desesperado ante el fantasma de la destitución, Gutiérrez se alió a Bucaram. Los dos, junto con otro aliado circunstancial, el millonario Álvaro Noboa, eligieron una Corte Suprema de Justicia que anuló los procesos en contra del ex presidente para que pudiera regresar". El pueblo de Quito no perdonó esa ofensa.

Sin embargo la reacción del pueblo tenía un trasfondo: la frustración de procesos anteriores. "Las protestas que antecedieron las caídas de Bucaram y Mahuad no trajeron resultados definitivos. Fueron solo un recambio de rostros", dijo a SEMANA el analista Jorge León, quien explicó que la política tradicional capitalizó el escenario de agitación social liderado por movimientos sociales y algunas cabezas de partidos tradicionales. Ese episodio se repitió con Gutiérrez.

En todo esto, los partidos políticos tradicionales fueron los más castigados. Las protestas no pedían solamente la salida de Gutiérrez sino la de los magistrados de la Corte Suprema de Justicia y de los Tribunales Electoral y Constitucional y de los diputados. Por eso, tras ser posesionado Palacio en el Centro de Estudios Superiores de Periodismo para América Latina, Ciespal, una multitud asaltó el edificio y arremetió contra los congresistas, hiriendo gravemente a varios de ellos. "Que se vayan todos" y "políticos a la cárcel", eran las consignas generales. Incluso el flamante presidente Palacio fue tomado como rehén de los manifestantes por varios minutos. En esta indignación no intervino la clase política encarnada en los partidos políticos tradicionales.

"Estamos cansados de ser engañados", coincidían en afirmar numerosos ciudadanos mientras marchaban hacia el palacio de Carondelet, desafiando las balas y los gases.

El profesor universitario Carlos Ojeda resumió a SEMANA la situación: "Los ecuatorianos no tumbamos presidentes por gusto. Lo que ocurre es que los elegimos para que nos representen, y no cumplen pues casi siempre caen en la corrupción y se olvidan de nosotros, el pueblo". "Si Palacio no cumple, también va a pasarle lo mismo", sentenció.

LA 'PARTIDOCRACIA'

Los periodistas Jorge Vivanco -subdirector del diario Expreso- y Paco Velasco -director de Radio la Luna, emisora por cuya señal se lideró la protesta- coincidieron al indicar a SEMANA que tanto el gobierno como los partidos han perdido legitimidad en el Ecuador, por lo que la ciudadanía pide renovar la clase política.

Según Vivanco, el país vive una "partidocracia", es decir, un sistema donde la estructura social ya no responde a las necesidades de los ciudadanos ni de la comunidad. Para Velasco, las protestas fueron una manifestación democrática e inteligente. En su opinión, la solución no es la salida del Jefe de Estado sino que se vayan todos los que de una u otra forma tienen que ver con el poder, porque han negociado a las espaldas del pueblo.

Por su parte, la representante del movimiento juvenil Ruptura 25, María Paula Romo, sostuvo que los ecuatorianos se han convertido en actores, portando banderas y cacerolas por un Ecuador distinto y eso indica que la ciudadanía comienza a tomar conciencia política.

TODO COMENZÓ...

Hartos de tanta verborrea política, de tantas promesas incumplidas, de tanta corrupción en el gobierno, los ciudadanos sorprendieron a las autoridades al congregarse espontáneamente el miércoles 13 por la noche para protestar luego de que una manifestación convocada por las autoridades de la provincia de Pichincha tuviese poca acogida en la mañana de ese mismo día. Esa noche miles de amas de cabeza salieron a la calle con cacerolas, mientras que los conductores despertaron a la ciudad con intermitentes bocinazos.

A la 'cacerolada' del miércoles le siguieron el 'reventón' del jueves, donde se reventaban al unísono miles de globos de colores; luego vino el 'tablazo' del viernes, en el que los ciudadanos desfilaban haciendo tocar una tabla contra otra. El 'rollazo' del sábado fue un desfile de gentes que portaban rollos de papel higiénico para "limpiar la corrupción". Luego se preparó 'el basurazo', o sea arrojar basura en las puertas de la Corte Suprema de Justicia y el Congreso. Y el domingo fue el 'golpe de estadio', que consistió en una rechifla general contra el Presidente y todos los poderes, durante la masiva asistencia a un clásico de fútbol capitalino.

En una de las manifestaciones, varios grupos se dirigieron hacia la residencia particular de Lucio Gutiérrez y con sus cacerolazos y pitos colmaron la paciencia del entonces mandatario, quien al día siguiente, en cadena de radio y TV, calificó de "forajidos con Mercedes-Benz" a quienes le interrumpieron el sueño. El ingenio ecuatoriano aprovechó la frase y, desde el día siguiente, miles y miles de personas empezaron a marchar por las principales avenidas con letreros que indicaban en sus camisetas, en pancartas o en las ventanillas de los automóviles "Yo también soy forajido".

Radio la Luna se destacó en este trabajo, mientras noticieros de televisión, como Televistazo del canal Ecuavisa terminaban sus emisiones indicando: "Hasta mañana, Dios mediante. y si la dictadura lo permite".

LA ACTUACIÓN DEL EJÉRCITO

Por otra parte, la presión del Ejército fue gravitante en la salida de Gutiérrez. Si bien el ex ministro de Defensa Nelson Herrera pregonó hasta último momento que las Fuerzas Armadas estaban cohesionadas en todos sus frentes, SEMANA logró saber que existían criterios divididos frente al régimen.

En el Ejército se comenta que los compañeros de Gutiérrez y todos los generales recibían bonificaciones de la Presidencia de la República por 2.000 dólares mensuales. Ese era el precio de la incondicionalidad a Gutiérrez.

La promoción del ex presidente fue efectivamente incondicional y mantenía reuniones periódicas para evaluar la situación. Gutiérrez les prometió a 15 oficiales ascenderles al grado de general, iba a llenar esas vacantes con sus amigos y a los demás iba a ubicarles en las aduanas, telefónicas y Petroecuador, la gigantesca empresa estatal de petróleos.

¿Por qué, entonces, las Fuerzas Armadas le quitaron el respaldo a Gutiérrez? El general en retiro Patricio Haro reveló a SEMANA que en días anteriores al derrocamiento, se reunió por separado el Alto Mando: por un lado la Fuerza Aérea y Naval, las que decidieron que lo mejor era la salida de Gutiérrez y, por otro, el Ejército, que pretendía mantener su apoyo al régimen. Al ser una pretensión solo de la Fuerza Terrestre, se decidió en consenso retirar el apoyo a Gutiérrez. Este acababa de ser destituido por el Congreso, por lo que las Fuerzas Armadas ya no hacían nada manteniendo su lealtad. Era la mañana del miércoles 20.

La Policía también sorprendió cuando, luego de una noche de represión brutal, el comandante general de la institución, general Jorge Poveda, dio un paso al costado y renunció a su cargo. Dijo que no podía continuar obedeciendo órdenes de un gobierno que le exigía un control brutal de las manifestaciones. Al conocerse esto, la mayoría de uniformados que se encontraban desplegados en las calles de Quito regresaron a sus cuarteles.

Solo quedaban en determinados sitios algunos sicarios -vestidos de civil- instruidos directamente por el ex ministro de Gobierno Óscar Ayerve, con órdenes de disparar. Igualmente, desde las ventanas del Ministerio de Bienestar Social, desconocidos liderados por el subsecretario de esa cartera, Bolívar González, dispararon sus armas contra la multitud. Pero una turba enfurecida logró penetrar al edificio y tras golpear a quienes disparaban, procedió a prenderle fuego a la edificación.

HUYE EL PRESIDENTE

Esa tarde, Gutiérrez no aguantó más. Nervioso, temiendo que el populacho asaltaría el palacio de Carondelet, salió de su despacho en un helicóptero que se posó en el techo de la casa presidencial, con el objetivo de ir hasta el aeropuerto Mariscal Sucre y allí tomar una avioneta con rumbo desconocido. Pero no pudo huir en la aeronave, pues miles de personas ya estaban bloqueando la pista del terminal aéreo para impedirle la salida. El helicóptero entonces se dirigió hasta una base aérea en la cercana población de Sangolquí. Allí Gutiérrez y su hermano, el diputado Gilmar, se cambiaron de ropa y disfrazados salieron en un auto de regreso a Quito, para ir directamente a la residencia del embajador de Brasil y pedir refugio. Al cierre de esta edición, el embajador Sergio Florencio confirmó a SEMANA que su gobierno ya había decidido concederle asilo diplomático al destituido Presidente y solamente se esperaba un salvoconducto y garantías de seguridad del nuevo régimen ecuatoriano para salir hacia Sao Paulo.

Pero hasta última hora miles de ciudadanos rodeaban la sede diplomática, realizando una vigilia permanente, para impedir la salida de Gutiérrez.

Mientras tanto, el país intenta volver a la normalidad. Lo ocurrido en Quito como lo expresó la analista Julia Carrión, es una voz de alerta no sólo para Ecuador sino para toda América Latina. O como lo señaló El Comercio: "De ahora en adelante, en ninguna parte, ningún político puede ya ignorar este mensaje".