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LA REVOLUCION PERMANENTE

Tras 10 años en el poder, los británicos se preguntan hasta dónde llegará la Thatcher.

5 de junio de 1989


Con su típico humor británico, un observador ha comentado que entre Mao Zedong y Margaret Thatcher, situados en los extremos opuestos de la ideología política, hay un punto en común: ambos creen en la revolución permanente. El chiste no puede ser más acertado, pues en los diez años de gobierno conservador de la Dama de Hierro, las transformaciones operadas por la sociedad británica, han convertido al Reino Unido, en un verdadero laboratorio social de reformas hacia la derecha. La Thatcher, se ha convertido en el líder occidental más antiguo, y no parece dispuesta a dejar su ritmo de trabajo reformista.

Los resultados, hasta ahora, no pueden ser más halagadores. Hace sólo 8 años, la economía del país se encontraba en un curso irrefrenable hacia la ruina total, los empresarios parecían derrotados y los sindicatos iban hacia el control total de las empresas. Pero no contaban con la Dama de Hierro. En una época en que la actividad sindical era considerada intocable, y se pensaba que cualquier recorte a sus poderes llevaría inevitablemente a la desestabilización social, a la Thatcher no le tembló la mano para tomar medidas económicas y laborales que le dieron impulso a la industria a expensas, en muy buena parte, de las prebendas sindicales.

Sin preocuparse mucho por la opinión pública, la Primera Ministra vendió las industrias de propiedad del Estado y, como en el caso de British Steel, la gigante siderúrgica al borde de la quiebra, pudo mostrar espectaculares resultados con su paso a manos privadas. Contra el clamor de gente, también vendió las viviendas populares de propiedad del Estado y de nuevo le funcionó la medida. Los asombrosos británicos vieron cómo su incansable Primera Ministra disminuyó las tasas de impuestos sobre la renta y eliminó trabas a la actividad financiera.

Al contrario de lo que pudiera pensarse, la Dama de Hierro parece animada por el mismo entusiasmo de hace diez años, y todavía tiene entre el portafolio una serie de medidas siempre más audaces que la anterior. Su propósito es lanzar a la economía de mercado toda una serie de actividades que en Inglaterra, o han estado en manos del Estado o, al menos, han recibido su protección tradicional. Pero esas actividades y servicios son tan críticos que esta vez la tarea de la Thatcher podría resultar extremadamente riesgosa.

Lo primero, es el sistema de salud pública. El Servicio Nacional de Salud es la fuente de empleo más grande de Europa y proporciona el 90% de la atención médica del país, sin costo alguno para el enfermo. Pero las salas de espera permanecen repletas y algunas operaciones electivas pueden tomar meses y años en realizarse. En su afán por modernizar y hacer más eficiente el sistema, la Thatcher pretende crear una especie de mercado interno dentro del sistema en el que los hospitales tendrían que competir por los fondos estatales, sobre la base de su eficiencia en costos y servicios. Los médicos familiares recibirían su presupuesto mediante fórmulas cada vez más ligadas con el número de pacientes tratados, que con los servicios prestados, como hasta ahora. Esas reformas hacen temer que lo que se produzca sea una especie de medicina de segunda clase, en la que importaría más el número de pacientes que la calidad del servicio. También se teme que los hospitales sufran un incremento notable en los costos, no sólo porque deberán elevar los salarios para conseguir el personal mejor calificado, sino porque deberán establecer sistemas contables para poder determinar con precisión su estructura de costos y precios.

La educación está también en la mira demoledora de doña Margaret. Las universidades deberán preocuparse más por conseguir su propia financiación, que cada vez más provendrá de los propios estudiantes. El objetivo de ampliar la base estudiantil podría resultar en la paradoja de reducir el ingreso a las universidades, a las que sólo tendrían acceso las clases económicamente pudientes.

En cuanto a las comunicaciones, la Thatcher pretende que la legendaria BBC, ejemplo mundial de radio y TV estatal pase a manos de particulares a partir de 1995 y se convierta en un servicio por suscripclones. Los servicios locales serán adjudicados en 1992 sobre la base de las mejores ofertas económicas, sin consideración a la programación que se ofrezca.

En el campo de las obras públicas, la construcción y manejo de las carreteras podrían pasar definitivamente a manos de particulares, para no mencionar servicios públicos fundamentales como el suministro de agua. Pero en un país cuya infraestructura se está quedando atrás, el corte de subsidios estatales ya se está haciendo sentir.

Todas esas consideraciones hacen preguntarse a los británicos hasta dónde podrá llegar su Primera Ministra. Algunos critican que, mientras se buscan mayores libertades individuales, se ha coartado la libertad de prensa, por ejemplo, al restringir las informaciones sobre el IRA e incluso contra la libertad académica, pues los requerimientos académicos y económicos serán un verdadero filtro. Las industrias, por su parte, se quejan de que sus impuestos no han bajado, mientras que sobre ellas se ejerce fuerte presión por asumir nuevas obligaciones de tipo social.

El thatcherismo, la doctrina derechista del final del siglo, podría estar llegando demasiado lejos.--