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El líder de Boko Haram, Abubakar Shekau, es conocido por sus videos, en los que amenaza directamente a los líderes occidentales y se ufana de los secuestros de menores. | Foto: A.P.

TERRORISMO

La tragedia invisible de Nigeria

Mientras el mundo marchaba indignado por la masacre de París, Boko Haram arrasaba el norte de Nigeria, dejando un saldo que puede llegar a 2.000 muertos. ¿Por qué ese hecho no produjo una reacción semejante?

17 de enero de 2015

“Como insectos”. Así le describió Yahaya Takakumi a los reporteros del periódico local Premium Times la manera de Boko Haram de matar a un alto, pero indeterminado número de personas en la ciudad de Baga, a orillas del lago Chad, en lo que Amnistía Internacional (AI) ha descrito como “la peor masacre” de los últimos 15 años en ese país y la más grave cometida por ese grupo yihadista.

Desde el 3 de enero, tras atacar una base del Ejército nigeriano en una localidad vecina, sus milicianos quemaron las aldeas de la región y persiguieron durante horas y días a sus aterrados pobladores entre la manigua. Como miles de pescadores y agricultores de la región, Takakumi tuvo que abandonar su hogar sin conocer el paradero de su familia.

Según los testimonios de otros sobrevivientes, en su huida muchos de los habitantes se ahogaron en el lago Chad y otros se encuentran atrapados en sus islas cenagosas y abundantes en mosquitos transmisores de la malaria. “Mataron muchísimas personas”, le dijo a AI un hombre mayor que prefirió no dar su nombre, quien agregó que “a un cierto punto, llegué a ver a unas 100 personas asesinadas en Baga”. Según las primeras estimaciones de esa ONG, el número de víctimas podría ascender a 2.000 personas y según Médicos sin Fronteras el de desplazados es de 10.000, que se han sumado al millón y medio que ya viven en campos de refugiados en otros lugares del país.

Las autoridades locales, sin embargo, negaron que esas cifras pudieran ser ciertas, tildándolas de “sensacionalista”. “Con base en la evidencia disponible, hasta ahora el número provisional de personas que perdieron sus vidas durante el ataque no ha superado las 150. Esa cifra incluye a muchos terroristas armados” dijo el martes el portavoz del Ejército Chris Olukolade, quien además afirmó que había en curso operaciones aéreas y terrestres para recuperar la ciudad.

El miércoles, sin embargo, AI publicó dos fotos satelitales tomadas antes y después del ataque. “Estas detalladas imágenes muestran la devastación de proporciones catastróficas en ambas ciudades, una de las cuales fue casi borrada del mapa en un lapso de cuatro días”, dijo Daniel Eyre, el investigador para Nigeria de esa ONG.

En ese contexto, la reacción de los países occidentales ha brillado por su ausencia, pues mientras miles marcharon alrededor del mundo por los periodistas de Charlie Hebdo y las víctimas del supermercado kosher de París, casi nadie protestó por la sangría perpetrada por Boko Haram. Y aún más extraño  resultó el elocuente silencio del presidente nigeriano, Goodluck Jonathan, quien durante el lanzamiento de su campaña reeleccionista evitó cualquier referencia a la delicada situación de seguridad por la que atraviesa su país y hasta la fecha no se ha referido al ataque. A su vez, resultó insólito que los habitantes de las grandes ciudades nigerianas adoptaran la consigna Je suis Charlie mientras guardaban un desconcertante silencio sobre la masacre que se está desarrollando en su propio territorio.

Terror en el corazón de África

Desde que a mediados del año pasado Boko Haram saltó a la fama tras un video en el que su líder, Abubakar Shekau, se ufanaba de haber secuestrado a casi 300 niñas, la situación en el norte de Nigeria se ha deteriorado dramáticamente. Pese al escándalo mundial por el rapto de las menores —que convocó incluso la solidaridad de la primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama— y de las afirmaciones del gobierno nigeriano según las cuales las niñas habían sido liberadas, casi todas siguen desaparecidas.

Hoy están siendo vendidas como esclavas y —más alarmante aún— están siendo utilizadas para realizar ataques kamikaze. El más reciente se registró el sábado pasado, cuando un artefacto que transportaba una pequeña de 10 años, probablemente sin que ella lo supiera, explotó en un mercado al norte del país, matando a 19 personas. En 2014, en tres ataques similares el grupo dejó 100 muertos. En total, desde que Boko Haram comenzó a operar en 2009 sus acciones han dejado unas 13.000 víctimas, la mayoría en 2014, cuando en promedio mató a 27 personas diarias.

Los espectaculares avances militares que el grupo ha realizado en las zonas remotas y aisladas del norte de Nigeria se deben al apoyo financiero que ha recibido de la filial de Al Qaeda en el norte de África (AQMI)  y a que sus hombres han entrenado en Yemen, Irak y Afganistán. A su vez, sus 5.000 curtidos guerreros son en su mayoría antiguos combatientes de los conflictos  librados en África en las últimas décadas. A lo que se suma que disponen en armamento de punta que incluye tanques de guerra, Hummer blindados, misiles antitanque e incluso baterías antiaéreas.

Sin embargo, su principal fortaleza se encuentra en otra parte. Como le dijo a SEMANA Peter Pham, director del Africa Center del Atlantic Council, “el grupo se ha fortalecido simplemente porque el gobierno y el Ejército nigerianos no los han enfrentado con seriedad, lo que le ha permitido crecer de manera ininterrumpida desde 2012”. De hecho, desde mediados del año pasado la milicia ha avanzado en su idea de crear un califato en la región transfronteriza del lago Chad, donde ya controla un territorio del tamaño de Suiza.

Todo lo cual ha producido una tragedia humanitaria a escala continental comparable con la que ha creado Isis en Oriente Medio. Pero, como se dijo, no solo los nigerianos sino también la comunidad internacional y la opinión pública mundial le han prestado muy poca atención, por decir lo menos. Las razones son varias y algunas de ellas se superponen.

Por un lado, Nigeria es un país dividido entre un sur cristiano riquísimo en petróleo, gobernado por una elite corrupta y desinteresada del norte musulmán
—donde tres de cuatro habitantes viven en la miseria— con el que nunca se ha integrado y al cual mira con desprecio. En la actualidad, el área donde opera Boko Haram está sumida en un caos que, sin embargo, afecta muy poco a la capital y a las grandes ciudades del sur, donde se encuentra el poder político y económico.

Como le dijo a esta revista David Cook, profesor de la Universidad de Rice de Texas y autor de varios artículos sobre el ascenso de Boko Haram, “el presidente nigeriano no le ha prestado atención al ataque porque no ha habido una presión popular que lo obligue a hacerlo, porque se ha creído la versión de los militares según la cual no pasa nada extraordinario y porque quiere suprimir las noticias negativas sobre ese grupo de cara a las elecciones presidenciales y legislativas de febrero”. Pese a su magnitud apocalíptica, en el sur de Nigeria el ataque de Baga es ‘otra’ masacre, que se suma al rosario de atrocidades que comete un grupo de bárbaros ‘en las lejanías’.

Por otro lado, Boko Haram controla a sangre y fuego las ‘fronteras’ de su para-Estado, e impide el paso a los medios de comunicación. En ese sentido, pese a los fuertes indicios de la masacre del lago Chad, la información se limita al testimonio de los sobrevivientes, a las declaraciones del gobierno y a las imágenes satelitales aportadas por AI. Y ese hecho constituye una diferencia de marca mayor con la masacre de Charlie Hebdo, pues en París no solo hay miles de periodistas y videoperiodistas, sino también millones de ciudadanos con teléfonos inteligentes que les permitieron grabar la huida de los atacantes y la ejecución de un policía en plena vía pública. “En la época de los medios de comunicación, plagada de imagines claras e impactantes, muchas personas se sienten poco conectadas con las tragedias que no pueden ver”, dijo Pham.

Y a eso hay que agregar que las masacres cometidas por Boko Haram se desarrollan en el continente africano, un territorio incomprendido que concentra los prejuicios racistas de muchos, y el desprecio colonialista de otros. Como le dijo a esta revista Hussein Solomon, profesor del departamento de Estudios Políticos y Gobernanza de la Universidad del Estado Libre en Sudáfrica, “la razón por la que no se le ha prestado la misma atención a la matanza de Baga que a la de París es obvia para los africanos: sus vidas no importan. Pensemos en los 5 millones de personas que han muerto desde el 2 de agosto de 1998 en el conflicto actualmente en curso en Congo RD: ¿qué medio lo ha cubierto?”.