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LA TRIPLE C

Ola terrorista en Bélgica coloca a este país europeo al nivel de cualquiera del Tercer Mundo

16 de diciembre de 1985

En Bélgica se podía pescar de noche. En las calles de Bruselas nunca pasaba nada. Esa era su gracia. Esos tiempos se han ido. Ahora ir a un banco es tan peligroso como ir a la guerra. Acudir a un supermercado es exponerse a una balacera. Todo el mundo torna precauciones. Las madres impiden que sus niños jueguen en los parques. La vecina se resigna a comprar más caro en la tienda de la esquina para no tener que incursionar en establecimientos populosos.
Es la ola de atentados que sacude al país, el "nuevo bandolerismo ", de que habla la prensa. Las cifras lo dicen todo: en una semana los "asesinos locos de Brabante" provocan el 9 de noviembre una nueva masacre en un supermercado de Alost, dejando a nueve personas muertas y dos heridos graves. Toda esa sangre por infelices 40 mil francos franceses (5 mil dólares). En la misma semana, las Células Comunistas Combatientes (CCC), un misterioso grupo terrorista que se identifica con una estrella roja, realiza atentados con bombas contra cuatro bancos y asalta a tiros una camioneta de correos matando a los dos empleados. El 27 de septiembre pasado, dos asaltos al supermercado Delhaize (la misma firma atacada en Alost) en Overijse y en Braine L'alled, dejan ocho muertos. Los gansters se llevan un magro botín. "Masacre antes que robo", parece que fuera su consigna.
El gobierno, cogido por sorpresa según dice, estima que se trata de una ofensiva criminal para "desestabilizar" el país. Echa en una misma talega a los bandidos de los supermercados (que vienen atacando la cadena desde 1982) y a los terroristas de la CCC quienes en un año han perpetrado 24 atentados en el país. "Después del Congo nosotros no habíamos visto algo semejante". Exclama un ciudadano, recordando la guerra colonial de su país en las postrimerias de los años 50.
Lo de ahora es diferente. El enemigo es interno y no da la cara. El perplejo ministro de Justicia, Jean Gol, asegura que los asaltos a los su permercados tienen una motivación política. A él le llama la atención la precisión casi militar de esas acciones, la puntería certera de los gansters, las espectaculares escapatorias de la escena del crimen. ¿Quién es el cerebro de todo esto?, se pregunta. Un militar, un viejo militar de derecha con amigos en los servicios secretos, le contestan desde las páginas de un diario de Bruselas. Esta hipótesis resalta la frialdad y buena organización que exhiben los asesinos y a su vez el papel sospechosamente pasivo de la gendarmeria en la represión e investigación de la ola delictiva.
Otra teoría, no menos rebuscada, va de boca en boca. Se la apoda "naranja mecánica". Según ella, los "asesinos locos" son presos comunes manipulados por magistrados de extrema derecha, quienes salen provisionalmente de su reclusorio para hacer de las suyas. Su inspirador y titiritero pretendería con estos crímenes impulsar un endurecimiento de la legislación.
Jean Gol, plantea otras variantes, claro está. El dice que puede existir un vínculo entre los terroristas de la CCC y la delincuencia común de los supermercados, pues el explosivo utilizado contra el furgón postal era del mismo origen que el empleado en el asalto a un banco y el mismo cuyas huellas habrían sido encontradas en Alemania (al Ejército Rojo) y en Francia (a Acción Directa). Según la Policía, dichos explosivos habían sido robados en 1984 de una cantera de Ecaussines. ¿Complot para desestabilizar a Bélgica, centro neurálgico de la OTAN? ¿Simple crisis de vigilancia policial? Esta última variante tiene cierto número de partidarios. Al fin y al cabo, el comportamiento de los gendarmes belgas deja mucho que desear. Se sabe, por ejemplo, que los policías presentes en el supermercado de Alost no movieron un dedo para detener a los asaltantes, permitiendo que las ráfagas de ametralladora de éstos abatieran a una familia entera al comienzo de la operación, a dos clientes más en la mitad de ésta, y a tres mujeres más al final. Se sabe que el vehículo de correos atacado con explosivos era objeto de vigilancia policial.
El ministro de Justicia, a punto de perder su puesto por inepto, se disculpa invocando la falta de presupuesto.
Y es cierto. Los recursos de la Policía belga son los más bajos de toda Europa. Aun así, la ciudadanía no admite esa respuesta. Cuando se tiene entremanos 24 atentados y 27 muertos sin una sola pista para iniciar una investigación seria, los lloriqueos del Ministro no sirven de nada. Los mismos gendarmes se quejan. Uno, hablando para la televisión, sin mostrar el rostro, dijo: "Se podría al menos entrenarnos mejor. Yo mismo tuve que comprar con mi plata un arma más precisa. Hace ya dos años que, por falta de medios, no he participado en ejercicios de tiro".
Un periodista del diario Soir de Bruselas, especializado en estos te mas, se quejaba: "Es falso decir que nuestro país no ha sido tocado por las precedentes oleadas terroristas: está la matanza en el aeropuerto de Bruselas, el atentado contra una sinagoga en Amberes, el asesinato de un líder de la OLP. Todos esos elementos podrían haber alertado a nuestros dirigentes".
¿Y qué hace el gobierno central? Hasta la fecha poco. Ha creado un "comité ministerial de crisis" para estudiar algunas medidas, pedido a la población que colabore suministrando información a la Policía. La sugerencia ha caído mal. A la gente no le gusta hacer de delatora. El ambiente, pues, es de escepticismo. Otros piden que se cree la Policía Nacional, ya que tal servicio hasta la fecha ha sido descentralizado, dependiente de las comunas y regiones. A lo mejor lo hacen. Por lo pronto, en Bélgica ya no se puede pescar de noche, como en cualquier República latinoamericana. --