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Barack Obama y sus asesores siguieron minuto a minuto el operativo desde el Situation Room en la Casa Blanca. La revista ‘Time’ replicó su portada de la muerte de Hitler.

ESTADOS UNIDOS

La venganza de la Casa Blanca

En mayo cayó Osama bin Laden, tras diez años de cacería por los atentados del World Trade Center. Pero la amenaza de Al Qaeda está lejos de desaparecer.

17 de diciembre de 2011

Lo que parecía imposible en la lucha contra el terrorismo se logró el pasado 2 de mayo en Pakistán, muy cerca de la frontera con Afganistán. Ese día, muy de madrugada, las tropas de Estados Unidos dieron de baja a Osama bin Laden, el jefe de la red terrorista Al Qaeda, que el 11 de septiembre de 2001 había asesinado a casi 3.000 personas con el ataque a las Torres Gemelas, en Nueva York, y al Pentágono, en Washington.

La operación se había iniciado en Jalalabad, en pleno territorio paquistaní, donde cuatro helicópteros Black Hawk especialmente equipados levantaron vuelo con 79 integrantes de los Navy seals norteamericanos. Mediante labores de inteligencia habían detectado al terrorista en una casa con un jardín enorme protegido por muros altos, situada en Abbottabad, 80 kilómetros al norte de Islamabad. Tras aterrizar, los atacantes fueron recibidos a bala por Abu Ahmed al-Kuwaiti, principal guardaespaldas de Bin Laden, quien murió segundos más tarde. Al entrar a la casa mataron a tres personas más antes de llegar a la habitación donde se encontraba el jefe de Al Qaeda.

El saudí estaba armado con una pistola automática y un fusil AK-47, pero no pudo reaccionar. Murió de dos disparos, en el ojo izquierdo y en el pecho. Confirmada la identidad por los exámenes de ADN, el gobierno estadounidense quiso acatar el rito musulmán y darle sepultura a Bin Laden en menos de 24 horas. No lo hizo en ningún país para evitar que la tumba se convirtiera en lugar de peregrinaje, por lo cual echó sus cenizas al mar. De esa forma, en una operación que tomó 38 minutos, terminó la historia del hombre más perseguido del mundo y el mayor emblema del terrorismo radical islamista.

En Washington, la noticia se confirmó cerca de la medianoche: "Osama bin Laden era el símbolo y el ícono de Al Qaeda en las últimas dos décadas. Este es el logro más significativo de Estados Unidos desde que empezó el combate contra la red terrorista. Pero no podemos bajar la guardia en este esfuerzo. Al Qaeda tratará de atacar nuevamente y por eso debemos permanecer vigilantes, no solo en este país, sino en el resto del mundo", dijo el presidente Barack Obama en la Sala Este de la Casa Blanca. Simultáneamente, miles de personas reunidas afuera en la plaza Lafayette y sobre la avenida Pensilvania gritaban vivas a Estados Unidos, mientras las autoridades declaraban la alerta ante una posible venganza.

La muerte de Bin Laden tuvo dos efectos inmediatos, uno en Estados Unidos y otro en el exterior. Nacionalmente generó una euforia comprensible, alimentada por la sensación de que finalmente se había hecho justicia. "Llevábamos diez años esperando esto", dijo el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg. Y también generó una consecuencia política positiva para Obama, a quien la oposición republicana criticaba por ser supuestamente blando en materia de seguridad nacional. En cuestión de horas, la popularidad del presidente repuntó y sus contrarios debieron guardar prudente silencio.

Internacionalmente, el operativo contra Bin Laden fue una noticia favorable, aunque no estuvo exenta de un punto agridulce: la circunstancia de que alejará aún más a Obama de cumplir una de sus principales promesas de campaña, el cierre del centro de detenciones de la base militar de Guantánamo. Si ese augurio les gustaba a los defensores de los derechos humanos y a numerosos gobiernos europeos y de otras zonas del planeta, ahora parece menos viable pues ciertos sectores en Washington afirman que parte de la información que condujo a localizar a Bin Laden provino de las declaraciones de presos en Guantánamo, donde Estados Unidos utiliza métodos prohibidos como el 'waterboarding', que es una forma de tortura por ahogamiento.

La desaparición de Bin Laden no equivale a la de Al Qaeda, ahora bajo la batuta del médico egipcio Ayman al-Zawahiri. Tampoco es descartable que la organización terrorista cometa otra locura. Pero, quizá más grave que lo anterior es que no han desaparecido los extremismos -en los que se incuban mentes como la de Bin Laden- ni las causas de su odio a Occidente, que es la mecha que enciende muchas bombas alrededor del mundo.