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Las penas de Bush

Mientras se acerca a la Convención Republicana, el camino del presidente hacia la reelección es cada vez más cuesta arriba.

7 de septiembre de 1992

EN LOS ULTIMOS AÑOS NINGUN CANDIDATO republicano ha ganado la presidencia sin antes haber triunfado en California. Pero George Bush aparece con el 28 por ciento en las encuestas de ese estado, muy atrás de su rival demócrata Bill Clinton, a quien el 62 por ciento le ha prometido su voto. Ningún candidato a la reelección ha ganado en época de recesión económica, y Bush enfrenta una de las peores de los últimos años. Ningún candidato a la reelección ha ganado con menos del 40 por ciento de aprobación popular para su gestión y Bush ya va por menos del 35. Prácticamente todas las cábalas electorales, que son el pasatiempo político por excelencia, corren en contra de Bush. En esas condiciones todo el mundo se pregunta si el actual no será el último período de la racha republicana iniciada por Ronald Reagan. Lo cierto es que la campaña parece estar dando palos de ciego.
La desesperación del campo republicano pareció confirmarse el 21 de julio, con los rumores de que el secretario de Estado James Baker renunciaría a su puesto en agosto para integrarse a la campaña. Esos rumores hicieron que crecieran las especulaciones sobre la salida del actual vicepresidente Dan Quayle de la fórmula republicana, que nacieron desde la designación de Al Gore como compañero de Clinton, pues es sabido que en 1988 Baker se opuso a la escogencia de Quayle. Aunque Bush se empeña en sostener a su vicepresidente, para los analistas es claro que mientras las encuestas sigan mostrando un porcentaje de desaprobación por Quayle de más del 60 por ciento, su presencia en la fórmula no estará tan segura. Eso adquiere mayor dimensión en la medida en que en 1988, cuando Bush ganó por un margen del ocho por ciento del voto popular, Quayle le costó por lo menos dos puntos, y entonces no era ni la mitad de lo impopular que es hoy.
No es que a Bush le falten argumentos, pero cuando habla no parece convencer a nadie. En vez de recordar a Ronald Reagan cuando llamaba a continuar a su lado en el camino hacia un nuevo país, la debilidad de su economía o su fracaso ante Saddam Hussein le hacen parecerse más a Gerald Ford disculpándose por el perdón a Richard Nixon o Jimmy Carter sufriendo el fracaso del rescate de los rehenes de la embajada en Teherán.
El principal escollo de Bush es el pobre desempeño de la economía estadounidense, y su campaña se basaba en una rápida recuperación. Pero en ausencia de ésta, Bush ha tenido que improvisar argumentos para demostrar que los índices negativos señalan en realidad lo contrario. Un ejemplo es el desempleo, que muestra una tendencia ascendente, pero para Bush, "es un fenómeno típico de las etapas iniciales de la recuperación".
Ni siquiera su punto más fuerte, el de las relaciones exteriores,
parece darle ningún resultado. Bush hace mucho énfasis en que a él también le corresponde crédito por la caída del comunismo, pero como dice una analista de la Universidad de Loyola, "nadie gana puntos por el sólo hecho de no meterse en líos". El tiro salió por la culata cuando a los asesores de Bush se les ocurrió criticar a Clinton por su posición "imprudente" de intervenir en Bosnia-Herzegovina, cuando lo que los republicanos le han criticado a los demócratas en los últimos años es su "cobardía" para asumir posiciones en el contexto internacional. Para empeorar las cosas, el nombramiento de Baker en la campaña podría verse como una imprudencia en un momento en el que las conversaciones de paz en el Medio Oriente parecen en buen camino.
La desesperación de la campaña llegó a su punto más peligroso el domingo anterior, cuando en medio de una visita presidencial a Florida y Georgia, se expidió una especie de comunicado en que, con términos impropios de la campaña de un presidente, se describía desde los hábitos de comida de Clinton hasta el ambiente de su familia y sus problemas de infidelidad. La diatriba se convirtió en un bumerang porque el presidente había señalado que su campaña no recurriría a esos métodos. George Stephanopoluos, director de comunicaciones de Clinton, no tardó en responder que "las decisiones de Bush son desobedecidas diariamente por su gente", y que "es tiempo que se responsabilice por su campaña", porque, refiriéndose a su promesa de "no más impuestos", "de nuevo, ha sido incapaz de mantener su palabra".
Bush desautorizó el panfleto, pero el daño ya estaba hecho.
Lo único optimista para Bush es que casi nadie cree que Clinton mantenga hasta noviembre esa ventaja de dos dígitos, porque en dos semanas se inicia la convención republicana, y esos eventos siempre vienen acompañados de un repunte significativo. Pero la difícil posición de Bush en estados tradicionalmente republicanos, hacen que su reelección esté en la cuerda floja. El tándem Clinton-Gore, con su carga de juventud y dinamismo, parece reflejar mejor a la hueva conformación poblacional de Estados Unidos. Para muchos, la incapacidad de la campaña de Bush le ha colocado a su pesar en el papel del retador, y por eso su camino hacia la reelección es cuesta arriba.