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Desde el intento de toma del Parlamento, los ataques se han disparado en varias ciudades del país. | Foto: Foto: A.F.P.

LIBIA

En Libia podría revivirse el fuego

Jalifa Haftar, un antiguo general de Gaddafi pasado a la oposición, está dispuesto a incendiar a su país para sacar al gobierno provisional, dominado por los islamistas. Todo indica que la guerra civil está a la puerta.

25 de mayo de 2014

A veces una chispa es suficiente para revivir el fuego. Eso es lo que está pasando en Libia, que desde cuando cayó el dictador Muamar Gadafi no ha podido salir de la anarquía. El domingo pasado el Ejército Nacional, uno de los grupos que pugnan por la legitimidad de las armas en ese país, se tomó momentáneamente el edificio del Parlamento, al mando del general antiislamista Jalifa Haftar, mientras los diputados definían al nuevo primer ministro islamista, Ahmed Maitiq, el tercero en apenas dos meses. Los tanques ocuparon la capital, Trípoli, y dejaron un saldo de dos muertos y más de 140 heridos. Algunos medios lo llamaron “golpe de Estado”, pero en realidad en Libia no hay Estado que tumbar.

Es tal el limbo en el que se encuentra el país, que no existe una autoridad política capaz de tomar las riendas. En efecto, Gadafi no dejó instituciones, ni siquiera Ejército. “Libia es un Estado artificial. Funciona por tribus y milicias que ostentan el poder. El gobierno central, dividido e inestable, no tiene control”, le dijo a SEMANA Marina Ottaway, experta en África y Medio Oriente del Wilson Center. Por un lado, están los residentes de Zintan, al occidente, y las brigadas aliadas Qaaaqaa y Sawaiq, activas en Trípoli y abiertamente antiislamistas. Por otro están las brigadas de Misrata que apoyan a los Hermanos Musulmanes, organización islamista que respalda al actual primer ministro.

El general propuso el miércoles crear un ‘gobierno de crisis’ que ‘rescate’ el país hasta las elecciones del próximo 25 de junio. Y por ahora no está solo. Ya se le han unido varias milicias antiislamistas, la Fuerza Aérea de Bengasi y hasta el ministro de Cultura, Habib Amin. Pero sus antecedentes no son muy claros. Después de ser por muchos años uno de los personajes más cercanos a Gadafi, rompió con este y emigró a Estados Unidos, donde vivió 20 años antes de regresar a su país cuando estalló la rebelión contra el dictador. Por eso sus detractores afirman que es un agente de la CIA interesado en establecer un régimen afín con Estados Unidos. Tanto sería así, que Washington desplegó unos doscientos marines en Sicilia por si es necesario intervenir en el país árabe.

Razones no le faltan al Departamento de Estado para aspirar a pacificar por fin a Libia. Es un territorio repleto de pozos petroleros, donde no hay más ley que la de los rifles de las facciones tribales. Pero el panorama no es muy halagüeño. “En Libia se cocinan todos los ingredientes de una guerra civil: ausencia de gobierno, un parlamento que no es legítimo y grupos armados que comienzan a alinearse entre Haftar y los islamistas”, le dijo a esta revista Mattia Toaldo, del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. Por eso hay quienes ven la intentona de Haftar como un golpe necesario en medio del caos.

Pero vencer al extremismo islamista no va a ser nada fácil. Muchas de sus facciones controlan oleoductos claves y cuentan con un amplio arsenal. Según un informe de Naciones Unidas, “la mayoría de las armas siguen bajo el control de agentes no estatales y los sistemas de control en las fronteras son ineficaces”. En tres años Libia pasó de ser un paraíso petrolero, que extraía 1,5 millones de barriles diarios, a un territorio dominado por la anarquía. Hoy es una de las principales fuentes de armas de los grupos terroristas de unos catorce países africanos. “Si antes era un aliado clave de Estados Unidos en la guerra de Irak, ahora es un foco de desestabilización”, señaló el internacionalista Víctor Guerrero.

Para Muamar Gadafi, la Coca–Cola era un invento de Libia. Su país era la cuna, según él, de Sheikh Zubair, un emigrante árabe que los occidentales decidieron llamar William Shakespeare. Era la tierra del petróleo y de las riquezas, la envidia de África, la nostalgia de Italia y el país de las maravillas. En la cabeza del dictador todo era posible. Pero el eco de su caída aún resuena en las calles de Trípoli y Bengasi. Gadafi, a pesar de sus frases delirantes, dejó un Estado igual de gaseoso que la bebida que nunca inventó. Y ese es el caldo de cultivo para una nueva tragedia humanitaria en África.