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Lo que se temía

Berlusconi demuestra que no le tiembla la mano para nombrar a la extrema derecha en su gabinete en Italia.

16 de julio de 2001

Cuando Silvio Berlusconi fue confirmado como primer ministro, algunos observadores pensaron que el nuevo mandatario preferiría alejar de su gobierno a sus criticados aliados. Con ello habría logrado congraciarse con sus socios comerciales europeos que desde el principio de las elecciones expresaron temor de que se consolidara un gobierno de extrema derecha en Italia. Pero esta no fue la estrategia que siguió el hombre más rico de Italia al nombrar su gabinete.

De los 25 miembros del nuevo gobierno que prestaron juramento el 11 de junio en el Palacio del Quirinal, se destacaron sobre todo dos pesos pesados de la ultraderecha italiana quienes, para mayor simbolismo, hablaron a continuación de Berlusconi. Se trata de Gianfranco Fini, jefe del movimiento neofascista Alianza Nacional y Umberto Bossi, del movimiento xenófobo Liga del Norte, partidos que formaron parte de la Casa de la Libertad, la coalición que, junto con Forza Italia y otros, llevaron al poder a Berlusconi. Los dos hombres fueron nombrados vicepresidente de Gobierno y ministro de Reformas y Devolución (descentralización), respectivamente. A pesar de que esos puestos no suponen mayor poder real, han alimentado el temor surgido en varias capitales de Europa desde que se conocieron los resultados electorales.

Pero su actitud demostró que a Berlusconi no le preocupa demasiado la opinión de los socios de Italia en la Unión Europea. Tanto es así que le otorgó un puesto a Fini, un político neofascista cuya mayor hazaña fue evitar la muerte del SMI, un partido de nostálgicos de Mussolini y de neonazis, al transformarlo en la actual Alianza Nacional. Su partido obtuvo los ministerios de Agricultura, Medio Ambiente y Comunicaciones, lo que implica que manejaría los sensibles temas del protocolo de Kioto sobre calentamiento ambiental y la reforma de la televisión estatal, que guarda una de las mayores incompatibilidades del gobierno con los negocios privados de su jefe.

Pero aún más grave es el nombramiento de Umberto Bossi para los defensores de la globalización europea. Se trata de un antiguo separatista que deseaba la independencia del próspero norte de Italia del deprimido sur, bajo el argumento de que el primero se desgastaba manteniendo el nido de corrupción y atraso del segundo. Bossi, tal vez por razones tácticas, tiene este sueño en segundo plano y en cambio ha optado por atacar a los extranjeros y a la Unión Europea que según él está manejada por pedofílicos.

Pero Berlusconi fue lo suficientemente inteligente para congraciarse al mismo tiempo con sus socios europeos, para lo cual nombró en las relaciones internacionales a moderados y tecnócratas. Este es el caso de Renato Rugiero, antigua cabeza de la Organización Mundial del Comercio, quien fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores. Sin embargo, con esto Berlusconi no ha logrado aplacar del todo la desconfianza de sus vecinos. El canciller francés Hubert Vedrine anunció que su país vigilaría de cerca al gobierno Italiano. Bélgica, el más duro opositor del nuevo gobierno, ha llegado a pedir sanciones contra Italia similares a las impuesta a Austria. Para completar, Berlusconi aún no ha resuelto el conflicto de intereses que supone su posición de magnate de las comunicaciones y de mandatario. Una situación que sigue levantando ampolla en la Unión Europea.