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Los condenados de la tierra... en Haití

Qué le espera a Haití, el país más pobre del hemisferio, después de uno de los peores terremotos del siglo.

16 de enero de 2010

La naturaleza, una vez más, se encarnizó con Haití, la nación más pobre de América que ocupa el tercio occidental de la isla La Española, en el corazón del mar Caribe. Después del terremoto de 7 puntos en la escala de Richter que sacudió la tierra poco antes de las 5 de la tarde del martes, Puerto Príncipe, la capital, quedó convertida en una tumba a cielo abierto donde los cadáveres se apilan en las esquinas. Fue el peor sismo en esta región en los últimos dos siglos. Los enviados especiales cuentan cómo desde los escombros todavía se escuchaban gritos de personas atrapadas debajo de planchas de cemento, con el agravante de que las primeras 72 horas, cruciales para encontrar sobrevivientes, se cumplieron el viernes. Los rescatistas se aferran a los milagros.

El temblor no dejó en pie ni el Palacio Presidencial, uno de los edificios emblemáticos del país. También derribó varios hospitales, lo que dificulta la atención a los heridos. En las noches se escuchan disparos; las comunicaciones son casi imposibles, al igual que los desplazamientos. Miles de vecinos duermen a la intemperie. Otros miles han tratado de escapar por la frontera con República Dominicana, lo que dificulta el paso de la necesitada ayuda humanitaria (ver siguiente artículo).

La dimensión de la tragedia es difícil de calcular, pero el número de cadáveres podría llegar a 200.000, según el ministro del Interior haitiano, Paul Antoine Bien-Aime. El número de afectados alcanzarían los tres millones, un tercio de toda la población del maltratado país caribeño, donde las desdichas se sobreponen una sobre otra.

Desde cuando se sacudió del yugo colonial de Francia, hace 206 años, Haití ha estado marcado por la inestabilidad política y un inusual destino adverso. "Haití obtuvo su independencia muy pronto y el mundo aún no estaba listo para una república negra. Así que durante varios años el país se mantuvo arrinconado", dijo a SEMANA Amy Wilentz, autora del libro The rainy season: Haiti since Duvalier. Después del desfile de 23 tiranos distintos, Estados Unidos invadió el país en 1915, y desde entonces ejerce de cuando en cuando una suerte de protectorado. Años después, en 1957, vino la sangrienta dictadura de Francois Duvalier, Papa Doc, y la sucesión de su hijo Jean-Claude, Baby Doc. Bajo el régimen, que cayó en 1986, murieron 60.000 haitianos.

Más recientemente llegó la época de turbulencia que trajo la caída de Jean Bertrand Aristide, el primer presidente elegido democráticamente, en 1990. Cuatro años después, marines estadounidenses desembarcaron en Puerto Príncipe para supervisar la reinstalación del entonces popular y democrático mandatario, al que le habían dado un golpe de Estado. Una década más tarde, esa paz impuesta se hizo pedazos, a medida que el ex sacerdote se hacía menos democrático y menos popular, al punto de abandonar el país en febrero de 2004 en medio de una rebelión armada. Desde ese año, a petición del gobierno de transición, la misión de paz de la ONU llegó para ayudar a estabilizar el país.

A las plagas de la pobreza y la corrupción se han sumado la degradación ambiental y los desastres naturales. Sin ir muy lejos, en 2008 cuatro huracanes devastaron al país en un rango de 30 días, acabaron con 112.000 viviendas y estropearon los cultivos, además de desplazar a millones. Y ese mismo año hubo violentas protestas por el aumento del costo de los alimentos.

Quizá la parte más triste es que, a pesar de todo, el temblor ocurrió cuando el país por fin estaba levantando cabeza, llevaba cinco años haciendo esfuerzos por enderezar su camino y se comenzaba a hablar de un lento revivir haitiano. Un dato prometedor era que unos 800.000 turistas lo habían visitado el año pasado (aunque medio millón no salían del enclave de los cruceros en el norte). Los haitianos y la ONU estaban combatiendo la arraigada imagen de Estado fallido que proyecta al exterior. La cadena Comfort Inn anunció que planeaba construir un hotel y se proyectaba que el PIB iba a crecer unos 2,5 puntos porcentuales en 2010. Todo esto, por supuesto, antes del terremoto. Ahora, el Banco Mundial prevé que el sismo le costará a Haití más del 15 por ciento de su Producto Interno Bruto.

"La historia no provocó el terremoto, pero los antecedentes de pobreza y atraso económico hicieron más vulnerable el país -dijo a SEMANA desde Estados Unidos Brian Concannon, director del Instituto para la Justicia y la Democracia en Haití-. En este momento, la comunidad internacional está ayudando con donaciones, pero, sin duda, debe comprometerse con el desarrollo de la isla a largo plazo".

La tragedia llegó por partida doble. Por un lado, ocurrió en el país más frágil, donde más de la mitad de la población sobrevive con menos de un dólar al día. Y por otro, se convirtió en el peor golpe que ha recibido el personal de Naciones Unidas en sus seis décadas de existencia.

La misión de la ONU, Minustah, se afincó en el país desde 2004 para garantizar la estabilidad, y tenía por delante las elecciones que estaban programadas para este año, pero que ahora quedaron en veremos. El país se sostenía gracias a los 9.000 miembros de los cuerpos de paz, liderados por Brasil, que ya confirmó la muerte de al menos 14 de sus militares. La mayoría de los policías y soldados se encontraba en los lugares menos afectados por el sismo.

Pero el cuartel general donde trabajaba el personal administrativo, en el antiguo Hotel Christopher, no. La estructura colapsó y la organización sigue sin encontrar a decenas de empleados. Hay confirmadas 36 muertes, con lo que el número de víctimas prácticamente dobla la veintena de funcionarios que murieron en 2003 en un ataque suicida en Bagdad, lo que era hasta ahora el peor desastre de su historia. Se cree que entre las víctimas está precisamente el jefe de la misión, el tunecino Hedí Annaba, a quien el presidente haitiano, René Preval, dio por muerto. Y se teme que un centenar continúe sepultado en el edificio. Los miembros del organismo se vieron obligados a liderar la respuesta a la emergencia y poner en marcha una gigantesca operación mientras todavía no acaban de digerir el luto por los compañeros fallecidos.

"Muchos de nuestros colegas han muerto porque creían en Haití", dijo solemne el ex presidente norteamericano Bill Clinton, enviado especial al país caribeño del Secretario General Ban Ki-Moon. Las dramáticas historias de muerte y supervivencia de funcionarios se multiplican a medida que se conocen detalles. Como la del teniente coronel Santiago Camelo, jefe de la misión colombiana, que se salvó del temblor al saltar a un piscina vacía en el hotel donde se encontraba reunido, que se vino abajo en un instante. O el experto electoral bumangués Hermes Peñaloza, que duró 15 horas enterrado debajo de placas de concreto (ver Testimonio). O, quizás el más simbólico, el del general chileno Ricardo Toro, que tuvo que tomar el mando de toda la operación de la ONU a pesar de que su esposa se mantenía desaparecida. La emergencia no daba espera.