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LOS GRITOS DEL SILENCIO

Con el retiro de los vietnamitas de Camboya, muchos temen el regreso de los genocidas del kmer Rojo.

30 de octubre de 1989


Las bandas interpretaban aires marciales y los niños agitaban banderitas, mientras cientos de buses y camiones repletos de soldados se encaminaban por la principal carretera de Camboya hacia la vecina Vietnam. Pero ni la perspectiva de regresar a casa animaba a los vietnamitas ni la salida de tropas extranjeras de su país animaba a los camboyanos. La escena de alegría cuidadosamente orquestada correspondía perfectamente con la historia reciente de Camboya, que parece la combinación dramática de una tragedia griega y una comedia de equivocaciones.

Cuando se independizó de Francia en 1953, el príncipe Norodon Sihanouk fundó una monarquía constitucional que trastabilló en medio de la inestabilidad y la subversión hasta que, en 1970, su primer ministro, el general Lon Nol, le derrocó con el apoyo de Estados Unidos, que requerían inclinar la neutralidad camboyana para atacar desde ese país al Vietcong. Sihanouk no tomó el camino de Occidente y se exilió en Pekín, donde resultó aliado del poderoso Kmer Rojo, el movimiento guerrillero pro-chino que precisamente le había matado a sus hijos. La increíble alianza del impredecible Sihanouk le dio resultado, pues el Kmer Rojo venció a Lon Nol en 1975 y lo reinstaló en el poder por algunos meses, para luego asumir directamente el gobierno con su líder Pol Pot. Este personaje desencadenó lo que calificó como una "rectificación" masiva de la vida camboyana, en la que se desocuparon las ciudades "burguesas" para que todos, sin excepción laboraran las tierras. Como es sabido, entre los malos tratos y la ejecución sumaria perdió la vida más de un millón de personas en los famosos killing fields (campos de exterminio).

Pero aquí sigue la paradoja. El peor enemigo histórico de los camboyanos, Vietnam, fue el país que en 1978 invadió a Camboya y sacó por la fuerza al Kmer Rojo. Sin embargo, a pesar de la brutalidad impenitente del Kmer Rojo, el nuevo gobierno camboyano apoyado por los vietnamitas no logró el reconocimiento internacional, hasta el punto de que los genocidas tienen aún su puesto en las Naciones Unidas.

Los países occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, no parecen perdonarle a los vietnamitas haber sido los salvadores de Camboya, y con el pretexto de contrarrestar su "imperialismo asiático", llevaron a cabo una campaña de presión que obligó finalmente a Vietnam a retirarse del país. Pero al hacerlo, los vietnamitas dejaron tras sí un gobierno cercado por una coalición de tres organizaciones guerrilleras que son, por un lado, el tristemente célebre Kmer Rojo, cuyas fuerzas se estiman en unos 30 mil hombres, el grupo de Sihanouk, que tiene 21 mil, y el de un ex primer ministro, Son Sann, que tendría 1O mil efectivos. Se trata de una alianza calificada de "inestable", en la que el grupo genocida, el único comunista de los tres, tiene la voz cantante.

Con tan oscuras perspectivas para el país, una cosa es, sin embargo, clara para los observadores occidentales: el retiro de los vietnamitas resuelve uno de los problemas principales de la cuestión camboyana, esto es, la ocupación vietnamita. Lo grave es que ninguno de los países no comunistas, excepto India, considera legítimo al gobierno de Hun Sen y todos apoyan a la coalición de Sihanouk con los genocidas. La propuesta formal que se ventiló en París era la integración de un gobierno provisional en el que estarían representadas todas las partes en conflicto, que prepararía elecciones generales. Hun Sen, como era de esperarse, rechazó cualquier posibilidad de compartir el poder con el Kmer Rojo.

Esa situación propone una encrucijada para la diplomacia occidental y para los países de la ASEAN, la organización de países de Asia suroccidental. La verdad es que el gobierno de Hun Sen es el único obstáculo que tiene el Kmer Rojo para regresar al poder. Como declaró recientemente un diplomático asiático, "Los Estados Unidos no quieren legitimar a Hun Sen y de paso la invasión vietnamita, pero ¿qué podrían hacer si su gobierno comenzara a resquebrajarse?" Por ello, no es raro que los propios vietnamitas hayan responsabilizado a Estados Unidos de una eventual repetición del genocidio.

En esas condiciones, quien parece tener la llave de un acuerdo en Camboya es Sihanouk. Desde los dos extremos de la mesa de negociaciones, tanto Hun Sen como los representantes de Estados Unidos le han pedido que corte sus vínculos con el Kmer Rojo. Eso le convendría tanto a sirios como a troyanos, pues de unirse al gobierno de Hun Sen este ganaría la legitimidad que le niega Estados Unidos. Pero también la diplomacia de este último país respiraría con alivio, pues hoy se critica que, tras el recalcitrante apoyo a Sihanouk, Estados Unidos estaría apoyando, sin quererlo, al Kmer Rojo.

Para confundir aún más las cosas, el apoyo de Pekín al Kmer Rojo parece cada día más dudoso. Los observadores internacionales afirman que el gobierno de Deng Xiao Ping, que trata de recobrarse de la pérdida de imagen desatada por la masacre de Tiananmen, no querría verse involucrado en un eventual regreso de sus pupilos al poder en Camboya. Como uno de esos analistas afirmó, "la China quiere mantener al Kmer Rojo como su brazo armado en el área, pero no tanto como para querer que ganen la guerra".

Lo que parece evidente es que el problema de Camboya, que no tiene solución a la vista, gravita en medio de las concepciones propias de la década pasada. Lo que más inquieta a los observadores es que, como van las cosas, el nudo gordiano del problema camboyano solamente se desatará una vez las partes involucradas se hayan probado en batalla. La capacidad del ejército gubernamental para resistir sin ayuda los embates de la guerrilla, es clave para definir el balance de poder en la mesa de negociaciones. Eso significa que aún falta mucha sangre por correr, y así lo sienten los camboyanos, para quienes la experiencia de la década pasada está aún muy presente. El ambiente en la capital, Pnom Pehn, semeja al de las ciudades a punto de caer, con la gente comprando dólares y oro y vendiendo a cualquier precio sus propiedades, con los ojos puestos en una posible emigración.

La batalla que ya se desató por el control de la ciudad de Pai Lin, famosa por sus minas de rubíes y amatistas, es un buen ejemplo de lo que aún espera a los camboyanos, para quienes las frias consideraciones geopolíticas de los verdaderos responsables de su tragedia se pierden bajo el estruendo de los cañonazos.--