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| Foto: EFE

Los obstáculos que se superaron

Desánimo, miedo, derrumbes, humedad, calor, oscuridad y escasez de agua y comida son algunos de los retos que tuvieron que afrontar los 33 mineros atrapados en Chile.

12 de octubre de 2010

Desde que un derrumbe sepultó, el pasado 5 de agosto, a los 33 mineros en la mina San José, en Chile, fueron muchos los obstáculos que se tuvieron que sortear para iniciar la operación de rescate de los 33 mineros atrapados bajo la tierra.
 
A medida que transcurrían los días desde el accidente, en la opinión pública se instalaba el temor de que no hubieran sobrevivido al derrumbe o no hubieran alcanzado el refugio subterráneo, situado a 700 metros.
 
Una semana después del accidente, la Presidencia chilena fue informada de que las opciones para rescatar a los trabajadores no superaban el 2 por ciento, según reveló el diario "El Mercurio".
 
En la mente de muchos estaba la tragedia ocurrida en la mina mexicana de Pasta de Conchos, donde un accidente sepultó en 2006 a 63 trabajadores cuyos cuerpos nunca fueron rescatados.
 
Pero la decisión del Gobierno chileno era no escatimar esfuerzos para sacar a los trabajadores con vida o, en el peor de los casos, recuperar sus cuerpos.
 
Así lo recordó el presidente Sebastián Piñera, quien este martes recordó el compromiso que asumió de hacer todo lo humanamente posible para rescatar a los mineros sanos y salvos.
 
Los chilenos dijimos: "no nos rendiríamos" y "cumplimos", enfatizó Piñera.
 
En ese momento se temía que el derrumbe, ocurrido a 350 metros de profundidad, hubiera producido el colapso entero de la mina debido a que el accidente se produjo en un lugar muy inestable a causa de las numerosas exploraciones realizadas por la minera San Esteban en un yacimiento con más de un siglo de antigüedad.
 
Los informes en poder del Gobierno indicaban que lo más probable era que los 33 trabajadores se encontraran en grupos separados y que si uno de ellos estaba en las rampas, las posibilidades de que hubiera sobrevivido eran muy escasas.
 
Pero además tendrían que hacer frente a condiciones extremas: 700 metros de profundidad, ciento por ciento de humedad, al menos 30 grados de temperatura, probablemente oscuridad absoluta y escasez de agua y comida para afrontar una larga espera.
 
Al sopesar las alternativas para el rescate, las autoridades desestimaron descender por la rampa central, porque era necesario despejar toneladas de roca en una zona tremendamente inestable, lo que además del peligro de nuevos derrumbes equivalía a excavar una nueva mina.
 
La otra alternativa era llegar hasta la zona del refugio perforando un pozo, como finalmente se hizo, pero en aquel momento se descartó esa opción porque requería mucho tiempo y en el refugio apenas si había alimentos para unos cuantos días.
 
Por eso las autoridades se decidieron por aprovechar uno de los ductos de ventilación, a pesar de que habían colapsado a unos 300 metros de profundidad y ofrecían poca seguridad.
 
Pero el sábado 7 de agosto, cuando habían transcurrido 48 horas del accidente, el ministro de Minería, Laurence Golborne, al borde de las lágrimas, anunciaba a los familiares y periodistas megáfono en mano que se había producido un nuevo derrumbe que casi le cuesta la vida a los rescatistas.
 
"¡Señor ministro, la fortaleza debiera tenerla usted, no flaquear ahora!", le espetó uno de los familiares, a lo que Golborne, con gesto serio, respondió: "las esperanzas tienen que ser realistas, y las esperanzas hoy día son menores".
 
Según el psicólogo Alberto Iturra, el profesional que estuvo a cargo de prestar apoyo emocional a los trabajadores durante el encierro, los mineros fueron capaces de organizar un sistema tan eficiente que les permitió sobrevivir los 17 días que estuvieron esperando que la sonda los encontrara.
 
Esa capacidad de organización y el empeño del Gobierno de no escatimar recursos humanos y económicos a la hora de poner en marcha tres planes alternativos de perforación fue lo que hizo posible lo que algunos ya denominan "el milagro de Atacama".
 
EFE