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LOS VENCIO LA PAZ

En las conversaciones de paz con Chechenia, Rusia ha perdido el terreno que sus soldados conquistaron en el campo militar.

14 de agosto de 1995

MIENTRAS QUE LOS PARtes médicos informaban con optimismo sobre el estado de salud del presidente ruso Boris Yeltsin quien sufrió a mediados de la semana una molestia cardíaca, los partes políticos daban cuenta de su mala salud política: según las encuestas de opinión, la toma de más de 1.000 rehenes por parte de los rebeldes chechenos en la ciudad de Budionovsk, hizo caer la popularidad de Yeltsin a un escaso 6 por ciento.
En su lecho de enfermo, sin embargo, Yeltsin recibió una buena nueva: en la Duma fracasó el voto a favor de iniciar el procedimiento de impeachment, es decir juicio político al presidente. La medida, iniciativa del Partido Comunista, era más un acto de propaganda electoral que una seria decisión de alejar al presidente de su cargo. El líder atribulado recibió una ayuda salvadora de manos del ultranacionalista Vladimir Zhirinovsky, que retiró los votos de su partido a la moción, y de algunos diputados comunistas.
Pero aún así, Yeltsin aún no puede respirar tranquilo. En la Corte Constitucional se debate la legalidad de sus actos en Chechenia, a pedido de las dos cámaras del Parlamento. Según la Constitución, antes de enviar las tropas, el presidente debió declarar el estado de emergencia en la región. Como no lo hizo, lo sucedido en esa república es una guerra no declarada, sin ningún fundamento legal.
Más allá de los cuestionamientos políticos, lo más delicado de los hechos acaecidos en Chechenia es que el ejército ruso ha perdido en las negociaciones de paz el espacio conquistado durante la guerra. En su campaña de seis meses, ocupó todos los poblados del pequeño país y dejó a los rebeldes aislados en las montañas del sur. A pesar de estos éxitos militares, tras la crisis de Budionovsk, Rusia está perdiendo la guerra. Sus representantes se han visto obligados a negociar con el mismo diablo: Dzohar Dudaev. Arkadi Volski, miembro de la comisión negociadora rusa, viajó por caminos perdidos de noche, para llegar hasta el máximo líder y tratar de arrancar su consentimiento.
El gobierno se ha comprometido a resolver todos los conflictos por medios pacíficos. Se acordó un plan de retiro de las tropas rusas de Chechenia, y el Kremlin llegó hasta a sacrificar el gobierno títere que impuso en Grosny. En el otoño se realizarán elecciones y luego de ellas se discutirá el estatus de Chechenia.
La semana pasada el debate se centró en los puntos políticos, que son los más álgidos de las negociaciones, pues Rusia no acepta la independencia de la república rebelde. Pero, sea cual sea el resultado de estas conversaciones cruciales, los hechos favorecen a Chechenia: el segundo ejército del mundo ha tenido que retroceder. La guerra está suspendida por el momento. Grosny, ocupada por las tropas del Kremlin, con sus habitantes viviendo en sótanos, ahora es escenario de manifestaciones políticas. "Chechenia para los chechenos", gritan, desafiantes, las mujeres, que danzan en círculos, reemplazando a los hombres que están en la montaña.
Este fracaso militar ha sido un terremoto político. Cayeron los principales responsables de la guerra -el ministro del Interior, el viceministro de Nacionalidades, por sexta vez en cuatro años, el jefe del Servicio Militar de Seguridad, heredero de la KGB- y la cabeza de Pavel Grachev, ministro de Defensa, pende de un hilo. Chechenia parece ser una nueva versión de Afganistán, con resultados similares: pérdida de la autoridad del ejército, aumento de las deserciones, protestas de las madres en busca de sus hijos y, dentro del ejército mismo, un sentimiento de haber sido nuevamente utilizados y traicionados. "¿Si al final iban a terminar negociando con Dudaev en persona -decía un oficial por televisión- para qué murió mi compañero y para qué arriesgo yo mi vida?".
En el año electoral, las huellas de Chechenia quedarán marcadas en las urnas. Yeltsin, que acariciaba la posibilidad de una reelección, ahora la ve alejarse definitivamente, acosado por los quebrantos políticos y de salud. En este contexto, el primer ministro Víctor Chernomyrdin, que emergió de la crisis como el hombre fuerte, puede cosechar este vacío de poder y eregirse como el nuevo líder de la Rusia poscomunista.
Pero también puede ser que las elecciones den una nueva sorpresa, similar a la del nacionalista Zhirinovsky en 1993. Según las encuestas recientes, si las elecciones se realizaran hoy, Víctor Chernomyrdin quedaría en octavo lugar. El candidato ganador sería el general rebelde Alexander Lebed, quien se vio obligado a renunciar de su cargo de comandante del XIV Cuerpo del Ejército ubicado en la República de Moldavia. Hace pocos meses, Lebed dijo que aceptaría el comando del ejército en Chechenia, si los soldados fueran los hijos de todos los funcionarios del gobierno.