Home

Mundo

Artículo

lejano oriente

"Made in" China

En el año que termina, la potencia oriental desplegó su influencia en el mundo. Pero las decisiones más importantes tuvieron lugar en el ámbito interno.

Guillermo Puyana Ramos<br>Abogado, experto sinólogo
12 de febrero de 2006

China saltó a las primeras páginas en 2005 por la visita del presidente Álvaro Uribe y el conflicto por el comercio de textiles, el mismo que vivió el mundo desde el primero de enero, cuando se enfrentó a la plena competitividad china que copó los mercados y desplazó a los productores nacionales, mientras consumidores, importadores y comerciantes recibían beneficios en precios y utilidades. Europa pactó un incremento gradual del comercio, Colombia optó por el peor camino de imponer salvaguardas sin previa consulta sobre otras alternativas. Estados Unidos se concentró en la revaluación de la moneda china, el yuan, que se dio en forma moderada, sin efectos importantes sobre la competitividad de Beijing, como lo había advertido el Banco Mundial. Predominaron los diagnósticos superficiales. El tema textil fue tan ruidoso, que no permitió ver que en 2004 el comercio con China generó utilidades para América Latina por 3.500 millones de dólares. En Francia el asunto quedó borrado cuando Airbus se embolsilló 9.000 millones de dólares por un pedido chino de 150 aviones. En Colombia, por proteger al sector textil arriesgamos alternativas de cooperación e inversión por el triple del beneficio que supuestamente obtendríamos con las medidas de discriminación. Beijing se anotó puntos como mediador en el conflicto coreano desde cuando apostó a promover el diálogo entre seis partes (las dos Coreas, Rusia, Estados Unidos, Japón y China). En septiembre logró el mayor avance en 50 años: los norcoreanos renunciarían a programas nucleares militares a cambio de que Estados Unidos afirmara no tener armas atómicas en la península ni intenciones de usarlas, ni de invadirla o atacarla con armas convencionales. Estados Unidos, Corea del Sur y Japón otorgarían garantías de seguridad, provisión de energía y un reactor de agua liviana. Con Japón las tensiones continuaron. Con la victoria del Partido Democrático Liberal, en septiembre, el premier Hunichiro Koizumi consolidó su poder y cambió 11 miembros de su gabinete. Salieron moderados y entraron duros de la derecha, partidarios de revocar la constitución pacifista, expandir el espacio político internacional japonés, estrechar la alianza militar con Estados Unidos y confrontar a China. El crecimiento económico de nuevo superó las metas del gobierno, agudizando los problemas de polución, desorden en la inversión, desigualdad, desequilibrios regionales, acceso a educación y salud, envejecimiento de la población, orden social y un drama humano sin precedentes: 6.000 mineros cada año mueren en los socavones, porque los gobiernos locales propietarios de las minas sacrifican la seguridad por la producción, que genera empleo a campesinos en una China que depende del carbón en casi 70 por ciento. "El tazón de arroz o la vida en el socavón" se convirtió en un estribillo entre los mineros. Pero lo más importante ocurrió en el nivel de la política interna. Desde 2002 el Partido Comunista insinuó que luego de 25 años de enfatizar el crecimiento (primero ser ricos), había que enfrentar los efectos del "desarrollo sucio". Y en octubre de 2005 el V Plenum del XVI Congreso del Partido Comunista declaró "el pueblo primero" como el lema a seguir. El Consejo de Estado promulgó un Libro Blanco sobre Construcción de la Democracia, que dice que China es el resultado del Partido Comunista y que su democracia no depende de las mayorías ni de la competencia partidista, sino de los consensos internos, la supervisión del Congreso nacional, los congresos provinciales y las organizaciones de masas, de la cooperación multipardista patriótica de Frente Unido y del imperio de la ley. Si pensamos en la democracia como estabilidad de las reglas del juego, en China es más difícil que en otros países cambiar una ley y es prácticamente imposible que pase por el simple deseo de un gobernante. Todo lo cual quiere decir que en la China de 2005 no importa la democracia estilo occidental. Los disidentes de 1989 están diluidos en sus propias contradicciones. Ni hay ya problemas religiosos serios en Tíbet ni Xingjian. La Asamblea Nacional Popular expidió la Ley Antisecesión, que Occidente interpretó como una declaración de guerra, aunque no menciona la fuerza y, en cambio, ordena a los órganos del Estado adelantar contactos políticos, profundizar el intercambio y ampliar las relaciones. Con esta ley, la responsabilidad de que estalle un conflicto grave quedó en la isla y los países occidentales que estimulan las fuerzas separatistas de Taiwán. Por primera vez en 60 años se reunieron los líderes del Kuomintang (Lien Chan) y del Partido Comunista (Hu Jintao), evento que no se daba desde 1945 con la cumbre entre Mao y Chiang Kai Chek en Chongqing. A Lien lo siguieron otros líderes taiwaneses. Así como las cosas importantes en 2005 pasaron dentro de China, los retos principales de 2006 también serán internos, sobre todo la delicada situación social del campo, la corrupción, el desempleo, el deterioro ambiental y la pérdida de tierras de cultivo. Para enfrentarlos necesita estabilidad y unidad. Esto exige un delicado equilibrio, porque se tocarán fibras sensibles de muchos sectores. Pero Hu Jintao lleva apenas dos años en el comando y tiene su capital político intacto. En 2005 China fue protagonista y empezó a encarar sus retos internos. Hizo diplomacia de gran país y actuó en todos los temas importantes de la agenda mundial. La mayor parte de los países grandes, salvo Japón, se percató de que con China es mejor cooperar que confrontar.