Home

Mundo

Artículo

conflictos

Mal de muchos...

Según un estudio del Banco Mundial sobre las guerras civiles, éstas tienen sobre todo motivaciones económicas.

9 de junio de 2003

Aunque no caigan bajo el radar de CNN -dice el Banco Mundial- al mundo industrializado le deberían importar las guerras civiles que ocurren en el resto del globo. Le deberían interesar no sólo por razones humanitarias sino porque más temprano que tarde sentirán sus efectos en las calles de Nueva York, en los hospitales de Francia o en los salones de té de Londres.

El Banco Mundial (BM) realizó, bajo la batuta del experto Paul Collier, una radiografía de las guerras civiles que se libran en el mundo y acabó de un plumazo con varios mitos.

El primero es el de que las guerras civiles están en vía de extinción. Hoy son mucho más largas (duran en promedio siete años) y mucho más comunes que hace cuatro décadas. Son tan frecuentes que uno de cada ocho países está inmerso en una guerra civil, definida por el BM como una confrontación militar entre un grupo rebelde y el gobierno que provoca más de 1.000 muertes al año.

El estudio también refuta a quienes dicen que la guerra es un catalizador necesario de progreso social. Demuestra que al final de una típica guerra civil los ingresos per cápita son en promedio 15 por ciento inferiores a lo que serían si no hubiera comenzado el conflicto. Y más grave aún, no basta silenciar los fusiles para revertir esta tendencia negativa. El excesivo gasto militar y la fuga de capitales se mantiene varios años después con un efecto perverso sobre el desarrollo.

El círculo vicioso entre pobreza y guerra civil es evidente. Los países pobres son más proclives a tenerla, lo que a su vez los empobrece más. Si una nación atraviesa por una crisis económica, depende de la exportación de materias primas, tiene un bajo ingreso per cápita, que es además distribuido de manera desigual, es muy propenso a padecer una guerra civil. En estas condiciones les sale muy barato a los 'empresarios de la violencia' reclutar a jóvenes pobres y descontentos. Y si además cuenta con una geografía que les facilita escondites, como Colombia, es un coctel molotov.

Es posible que los rebeldes aduzcan motivaciones políticas, étnicas o religiosas para avanzar su revolución. Sin embargo, a la luz de este estudio, desde 1960 parece claro que la religión y las diferencias étnicas pesan mucho menos de lo que se cree. Es más, sociedades con gran diversidad étnica y religiosa tienden a ser más seguras que los países más homogéneos.

Una marcada desigualdad social tampoco parece ser lo que prende la mecha de las guerras civiles. Chile y Kenia, donde la diferencia entre ricos y pobres es abrumadora, y sin embargo viven en paz, es prueba de ello. Combatir una cruel represión estatal tampoco parece ser el verdadero motivo. Si fuera así, Irak y Corea serían un polvorín. Tampoco abolir profundos abusos raciales. Los negros no acudieron a una guerra civil en Suráfrica.

¿Cuáles son los motivos para la rebelión? "Es más probable que los verdaderos motores sean el miedo de un grupo a las potenciales consecuencias de una exclusión estructural o el aliciente de hacerse a una riqueza imaginaria que el deseo de rectificar profundas injusticias", dice el informe del Banco Mundial.

Por esto mismo las guerras son cada vez menos políticas y más amarradas a los intereses económicos. Estos grupos tienen diversas fuentes de financiación. Varios Estados africanos financian o han financiado grupos rebeldes para derrocar a gobiernos vecinos. Las diásporas también tienden a financiar conflictos civiles. Irlandeses en Estados Unidos respaldaron durante años al IRA y los emigrantes de Sri Lanka enviaron grandes sumas a los Tigres Tamiles.

Pero la principal fuente de financiación son los recursos naturales. Los diamantes enriquecieron durante años a las guerrillas en Angola y Sierra Leona. La explotación ilegal de madera alimentó la guerra en Liberia y Camboya. Y cuando Estados Unidos dejó de financiar a los mujaheidines en Afganistán se metieron en la producción de droga. Si alguien pensó que la extorsión a las multinacionales petroleras y el secuestro de sus empleados era una idea autóctona de las guerrillas colombianas se equivoca. En Nigeria lo llevan haciendo hace años.

Por todo esto, a los líderes guerrilleros les suele ir muy bien. Jonas Savimbi, de Angola, tenía una fortuna estimada en 4.000 millones de dólares por la venta de diamantes y marfil. Por eso él, como muchos otros, no tenía ningún incentivo para abandonar las armas.

Quizás esto mismo lleva a que muy pocas guerras se acaben por las buenas. Menos del 30 por ciento de las iniciadas a partir de 1945 han terminado con la firma de un tratado de paz. Es más, muchos de los acuerdos fracasan en los primeros 10 años, sobre todo porque ambas partes desconfían de que el otro vaya a cumplir. Sólo tienden a funcionar los acuerdos que son respaldados por un tercer país dispuesto a usar su ejército para garantizarlo, como ocurrió en Sierra Leona, donde las tropas inglesas ayudaron a evitar una tragedia, o en Costa de Marfil con la intervención de los legionarios franceses.

Y si en algo es contundente el Banco Mundial es en llamarles la atención a los países ricos sobre el peligro de ser indiferentes frente a las guerras civiles. El problema de los refugiados -que hoy superan los cinco millones- es sólo la punta del iceberg. Las guerras civiles son contagiosas. Por cada 1.000 refugiados el país huésped ve 1.400 casos nuevos de malaria, para citar un ejemplo. Y por otro, los países vecinos sufren grandes pérdidas por la guerra: se disparan los costos de transporte y el presupuesto militar y se eleva el riesgo financiero de la región.

Los efectos mundiales también son grandes. Las guerras civiles crean territorios donde no rige el gobierno que son utilizados por los grupos armados para la producción de droga. El 95 por ciento de la producción de narcóticos ocurre en países donde hay guerras civiles y la mayoría de las rutas de distribución pasan a través de estos territorios.

Por otro lado, las organizaciones terroristas con alcance mundial necesitan de estas 'tierras de nadie' para subsistir. Al Qaeda, sin ir más lejos, escogió Afganistán como su base porque era controlado por los Talibán pese a que la mayoría de sus miembros no eran afganos.

El último efecto global de las guerras civiles serían las pandemias como el sida. Hay evidencia de que esta enfermedad surgió como el resultado de violaciones masivas durante una guerra civil.

Es mucho lo que los países industrializados pueden hacer para prevenir las guerras y acortarlas. Está comprobado que el crecimiento económico, y sobre todo la inversión en salud y educación, tiene un efecto inmediato para consolidar la paz. Por eso los subsidios arancelarios a las materias primas tiene un efecto directo y perverso sobre los que están enfrascados en guerras civiles.

Los países ricos también pueden desempeñar un papel clave en cerrarles las fuentes de financiación a las guerrillas. Sus medidas para controlar el tráfico ilegal de diamantes fue clave para derrotar a Unita y RUF en Africa. El BM recomienda, por ejemplo, castigar más el consumo y menos la producción de drogas ya que ésta hace más valioso el territorio controlado por las guerrillas. Y sugiere prohibir los seguros de secuestros que incentivan este delito.

En fin, es mucho lo que pueden hacer. Que lo diga el Banco Mundial es alentador.