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La táctica de Mariano Rajoy para enfrentar las acusaciones de corrupción ha sido huir de toda confrontación con los medios y esperar que se olvide el escándalo. | Foto: AFP

ESPAÑA

Malabaristas sin red

Ante las nuevas evidencias de corrupción en su partido, crecen las voces que piden la renuncia de Mariano Rajoy, el presidente del gobierno español.

20 de julio de 2013

“Lo peor no es estar en el agujero y que no toco fondo…Lo peor es que Bárcenas tiene cuerda para rato”. La  frase no es de Mariano Rajoy, pero podría ser suya. En realidad, es de una caricatura en El País en la que Rajoy aparece atado por el cuello, a merced de una cuerda de la que tira el extesorero de su partido. El problema para el presidente del gobierno es que eso se parece cada vez más a su realidad, hasta el punto de que lo que más se preguntan hoy los españoles es si Rajoy aguantará las denuncias de Bárcenas.

Y es que lo que parecía ser muy delicado tres meses atrás, tomó en los últimos días un cariz apocalíptico. Luis Bárcenas, ya detenido y con el agua al cuello, confirmó que, en efecto, el Partido Popular tenía una contabilidad B, de la que, con las donaciones de empresarios (no se sabe aún a cambio de qué,) salían  millones de euros con destino a los altos dirigentes del partido, algo que, en principio, él mismo había negado pero que las pruebas grafológicas certificaron de su puño y letra.  

Esa no parece ser la única razón para que el extesorero depare cada vez más sorpresas. Hay en él, dicen quienes le temen, sed de venganza. Al fin y al cabo, Bárcenas pasó de ser el amo de las cuentas a un hombre al que, en cuanto se vio enredado para explicar sus millonarias sumas en los bancos suizos (se calculan 40 millones de euros) muchos de sus camaradas le dieron la espalda, e incluso ya le llaman “delincuente”.   

Dos de las cargas de profundidad que lanzó la semana pasada estremecieron a la opinión. Que Mariano Rajoy recibió, como otros dirigentes, sobresueldos en sobres de manila, en billetes de 500 euros; y  que el presidente había admitido la contribución de 300.000 euros de una constructora, OHL, cuando el tope establecido es de 100.000.

Ahora bien, ¿cuánto de lo que dice Bárcenas es cierto y cuánto forma parte de su estrategia de buscar un salvavidas, así sea a costa del presidente y de su mano derecha, María Dolores de Cospedal, señalada en la coima de 200.000 euros que un empresario entregó para que le adjudicaran un contrato de recolección de basuras en Toledo? La respuesta va a tardar. Ni Rajoy ni Cospedal son investigados todavía, aunque no se descartan próximas decisiones en ese sentido.

Los efectos del escándalo generaron un enorme rechazo en una opinión abrumada por las siete carpetas con comprobantes, las páginas de minuciosa contabilidad llevada día a día durante 20 años y los manojos de cheques puestos sobre la mesa, más una memoria digital en la que aparecen mensajes de texto de Rajoy a Bárcenas pidiéndole que no haga daño y que tenga “tranquilidad y fortaleza”, y diciéndole  “Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos. Ánimo”, cuando ya todos sabían que el extesorero era un hombre metido en líos.

Ante la exigencia de que Rajoy pusiera la cara en el Congreso, el presidente del gobierno anticipó que no lo haría y ahí fue Troya, pues la oposición pasó a exigir que dimitiera . Para un hombre que se guía por el curioso principio de que “al final la vida es resistir”, todo indica que tampoco aceptará esa salida. La pregunta es: en  caso de que el caso Bárcenas se convirtiera en el caso Rajoy, ¿qué le esperaría al presidente del gobierno y, con él, a España, que vive el peor momento, en todos los órdenes, desde su transición a la democracia?

Los escenarios comienzan por qué puede montar la oposición. Alfredo Pérez Rubalcaba, jefe del Partido Socialista Obrero Español, ha invocado la moción de censura que se sabe que no prosperará (el PP tiene amplia mayoría en el Congreso), pero además porque esa figura implica investir un  nuevo jefe de gobierno y armar una mayoría alternativa.

Serviría, sí, para abrir un debate público, en el que no se descarta que el mismo Psoe salga quemado por su propia impopularidad, pues es también responsable de la crisis por las políticas del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero y tiene sus propios casos de corrupción. Por eso la carta del Psoe sería pedir que Rajoy se marche y que lo reemplace otra ficha del PP.  

La segunda posibilidad es que Rajoy insista en quedarse y el PP cierre filas en torno suyo.  Solo que está dividido en torno al propio presidente. Sus rivales son el expresidente José María Aznar y la presidenta del PP en Madrid, Esperanza Aguirre, aparte de miembros de la colectividad que, desde la sombra, llaman a evitar que otra revelación de Bárcenas empeore, si cabe, el actual panorama.

 Así las cosas, Rajoy no tendría futuro. Solo que surge un factor que puede resultar de mayor peso. Si el presidente renuncia, se convocarían elecciones. Con un PP desprestigiado, un PSOE que no es alternativa, los partidos minoritarios crecerían en altas proporciones, eso sí, sin convertirse en mayorías. 

En suma Italia II, el desgobierno. A eso le teme la Unión Europea que sabe que el caso español, en medio de la actual crisis, es de alto riesgo, sobre todo de cara a las actuales políticas de austeridad impuestas por la llamada troika: la Comisión Europea (CE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

 No le sobra una carta más a Rajoy, sino esperar a que baje la tormenta. Para ello tiene dos aliados. Uno, que los españoles siguen pensando que, por encima de la corrupción, lo más grave es el desempleo. Y dos, quién lo creyera, el verano. 

Hace pocos días una de las más prestigiosas directoras de la radio citó a sus oyentes para dentro de un mes, cuando regrese de su descanso, para volver a hablar de Bárcenas y compañía. Quizá para entonces el panorama se mantenga y Rajoy esté aún trepado en lo alto de la cuerda, eso sí, sin la red de buena parte de los suyos.