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PERSONAJE

Noriega y su fijación con Colombia

El excanciller Julio Londoño Paredes recuerda al general Noriega desde su ascenso al poder hasta su derrota durante la invasión de los Estados Unidos a Panamá.

30 de mayo de 2017

Ha muerto el general Manuel Antonio Noriega. Este personaje, bien conocido en Colombia, que quitaba y ponía a su acomodo presidentes y manejaba a Panamá como su feudo, adquirió poder cuando el general Omar Torrijos, lo designó como jefe del temido D-2, el servicio secreto panameño. Desde entonces nunca tuvo escrúpulos para urdir componendas ni para eliminar a sangre fría a adversarios o subalternos.

Noriega, contradictorio, megalómano, calculador, sagaz y tímido, mucho tuvo que ver con Colombia. Estuvo, entre otras cosas, involucrado con las actividades del M-19, en el tráfico de armas y de drogas, en la protección de los capos colombianos y en la operación de laboratorios de procesamiento de coca en la frontera con Colombia.

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Sin embargo, los Estados Unidos se hacían los de la vista gorda. Es más, el embajador norteamericano, lo llamaba afectuosamente Tony, mientras que, con el comandante del Comando Sur, mantenía una cordial relación. Luego se supo que Noriega había pertenecido a la CIA. Era para los norteamericanos, como dijo John Diges, “Nuestro hombre en Panamá”.

Era un personaje de doble faz. No obstante que mantenía cordiales relaciones con Pablo Escobar que residía en Panamá, no dudó en destruir un gigantesco laboratorio de coca que protegía en la provincia del Darién, cuando el gobierno norteamericano se lo insinuó.

El presidente Turbay lo recibió cuando viajó a Bogotá con una delegación panameña a raíz de las informaciones de que un carguero, el Karina, había atravesado el canal de Panamá atracando en el puerto de Vacamonte, para embarcar un cargamento de armas con destino a la guerrilla. La armada colombiana hundió el buque el 14 de noviembre de 1981.

Noriega una vez más resolvió cambiar al presidente de turno, Eric Arturo del Valle, porque lo había relevado como comandante de la Guardia Nacional. Panamá, que era parte del llamado Grupo de los Ocho, predecesor del Grupo de Río, fue de inmediato expulsado del Grupo, en medio de una reunión que celebraba en Cartagena: Noriega montó en cólera.

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El cambio cotidiano de presidentes por la voluntad omnímoda de Noriega, rebosó la copa y los Estados Unidos iniciaron gestiones para su salida de Panamá. Sin embargo, ninguna de las fórmulas planteadas satisfizo al dictador y en un capítulo más de su errada acción, resolvió desconocer unas elecciones en las que triunfó la oposición.

Por solicitud de Venezuela se convocó a una reunión de consulta de ministros de Relaciones Exteriores de la OEA que presidió Colombia. Se envió una delegación de cancilleres para dialogar con Noriega y con los partidos políticos en Panamá: nada se logró y así Noriega precipitó su aislamiento.

El 15 de diciembre de 1989, cuando ya se sabía que el presidente Bush había optado por invadir a Panamá, la asamblea nacional declaró al país en “estado de guerra contra los Estados Unidos” y le dio a Noriega poderes omnímodos, que él de facto venía ejerciendo. Muy dado al show, desafió reiteradamente a los Estados Unidos, incluso en un grotesco acto teatral blandiendo un machete en medio de los gritos eufóricos y los aplausos de sus áulicos.

Los Estados Unidos invadieron: aunque no se sabe con precisión cuál fue el número de bajas panameñas en la operación Causa Justa (¿?), fue por lo menos de un millar, en su inmensa mayoría población civil de bajos ingresos. La invasión, no obstante las características de Noriega, fue rechazada en el continente.

Noriega que tantas amenazas había proferido a los Estados Unidos, lejos de hacer frente a la invasión, se asiló en la nunciatura apostólica y luego se entregó sin oponer resistencia a las fuerzas norteamericanas, cuando el mundo esperaba, que moriría valientemente con sus tropas. Lo único que solicitó es que se lo considerara “prisionero de guerra” y se le respetara su condición de “general”.