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Marca registrada

Con el final de la carrera política de Yasser Arafat termina una era. Esta es una semblanza del hombre que simbolizó la lucha de los palestinos por casi 50 años.

8 de noviembre de 2004

Yasser Arafat se inventó un personaje de sí mismo. El uniforme verde oliva, la kaffiya que llevaba sobre su cabeza para tapar su calva -la punta caía sobre su hombro derecho imitando la forma de la Tierra Santa-, la barba y bigote descuidados y la pistola que cargaba al cinto eran la imagen de ese personaje. Y a la larga, esta caricatura se convirtió en un ícono de la lucha de los palestinos en el mundo.

Arafat fue ante todo un hombre obsesionado por crear símbolos. Más allá de haber sido guerrillero, terrorista, premio Nobel de la Paz, presidente de la Autoridad Nacional Palestina y prisionero de guerra -ha estado los tres últimos años en la Muqata de Ramalah-, fue un publicista.

Llegó hasta los lugares más recónditos del planeta para hacer pública su causa -esa fue su gran victoria- y mantuvo una estrecha relación con los grandes líderes del planeta de las últimas década. Estos intentaron muchas veces sacarlo del camino de la paz en Oriente Medio, pero al final entendieron que tenían que contar con él. Se había convertido en el símbolo de una causa que el resto del mundo árabe había asumido como propia. Por tal motivo, su desaparición de la escena política no sólo representa el fin de una era sino el de un símbolo que hace muchos años había dejado de ser propiedad única de los palestinos.

Para hacer aún más romántico a su personaje, Arafat le inventó una historia que cambió mil veces. O era un mitómano empedernido o estaba decidido a mantener un halo de misterio. Sostenía que había nacido en Jerusalén, pero las investigaciones sostienen que fue en 1929 en El Cairo, donde también estudió ingeniería. Que no cobraba sueldo y que vivía de los millones que había ganado en su juventud como ingeniero en Kuwait. Pero ese trabajo fue tan corto que esa versión resulta poco creíble: lo cierto es que vivió de la OLP. Que pertenecía a una de las familias más tradicionales de Jerusalén, los Huseini; pero su madre sólo era parienta lejana. Y también se creó el mito de superviviente.

Después de haber superado decenas de batallas políticas y atentados contra su vida y a un accidente aéreo necesariamente mortal en Libia en 1992, Arafat ha llegado al que parece el final definitivo de sus días acompañado de su esposa -a la que dobla en edad-, de su hija de 9 años, y protegido por el Estado francés.

La desaparición -al menos política- de Arafat era deseada por muchos pero temida por todos. El reis se convirtió en un estorbo para casi todos: estadounidenses, europeos, palestinos -qué decir de los israelíes- en los últimos años, especialmente después del fracaso de proceso de paz de Camp Davis. Sin embargo, su figura era tan clave que ninguna de las partes se había hecho a la idea de que no existiera. Y es que Arafat era un hombre que despertaba sentimientos contradictorios. Era amado por lo que representaba, pero a la vez odiado debido a la manera como manejó las situaciones. De él se dice que se hizo el de la vista gorda ante la enorme corrupción que hubo en su gobierno; que sacrificó la causa palestina y les dio la espalda a muchos de sus hombres más cercanos por la obsesión de mantenerse en el poder. Que no ordenaba los ataques terroristas, pero que no hacía nada para impedirlos.

Se dice que no sabía qué tipo de nación quería para los palestinos y que lo único que quería era un Estado. Y a eso dedicó su vida entera. Se involucró en la causa desde muy joven y nunca más la dejó. En 1965 fundó el movimiento Al Fatah, cuatro años más tarde pasó a ser el líder de la Organización para la Liberación de Palestina -OLP- y después de haber vivido en el exilio por años fue elegido primer presidente de la Autoridad Nacional Palestina en 1996. Nunca se le conoció una casa y una vez su esposa dijo que durante tres años habían pasado la noche en 400 lugares diferentes.

Un día un periodista le preguntó por qué no se afeitaba: "Por ahorrar tiempo, le contestó. Para mí sería muy difícil perder 15 minutos cada día afeitándome, porque perdería 450 minutos al mes. ¡Demasiado!, yo no tengo ese tiempo". Por cierto, se dice que esa barba y ese bigote que parecían descuidados no lo eran. La razón por la que se veían desordenados era porque parte era blanca y la otra, negra. Porque todo en el personaje llamado Arafat estaba perfectamente planeado para ser una marca registrada que pasará a la historia como uno de los grandes íconos de la humanidad.