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Matteo Renzi, primer ministro de Italia.

ITALIA

Los cinco lastres que tienen a Italia sumida en el caos

La crisis bancaria, la inmigración, el desgobierno, la baja productividad y el desencanto de los jóvenes pusieron al país europeo contra la pared.

10 de diciembre de 2016

“No creí que me odiaran tanto”, dijo abatido el primer ministro italiano, Matteo Renzi, al anunciar su renuncia tras la apabullante derrota que sufrió en las urnas el domingo pasado. Su tristeza era comprensible. Él mismo se implicó de tal manera en el referendo sobre la reforma constitucional, que este se convirtió en un plebiscito sobre su figura. Sin embargo, los problemas que Italia arrastra comenzaron antes de que Renzi llegara al poder. Algunos, incluso antes de que él naciera. De hecho, el primer ministro concentró el odio que los italianos sienten hacia un sistema agobiado por cinco lastres que tienen al país atravesando por su peor coyuntura desde la Segunda Guerra Mundial. Estos son.

No hay gobierno que dure

La Constitución que los italianos aprobaron en 1947 estaba marcada por el espíritu de la posguerra y tenía como fin prevenir el ascenso del fascismo y del comunismo. Con tal fin, limitó los poderes del primer ministro y previó las mismas facultades para el Senado y el Congreso (el ‘bicameralismo perfecto’). El resultado fue un sistema en el que aprobar una ley es una odisea que puede durar años, en el que los bloqueos institucionales son la norma y la gobernabilidad una misión casi imposible. En los últimos 70 años se han sucedido nada menos que 63 gobiernos y solo dos primeros ministros han terminado su mandato. El cambio constitucional que los italianos rechazaron buscaba justamente acabar con esa situación.

Deudas tóxicas

Las autoridades europeas y el Fondo Monetario Internacional temen que la próxima gran crisis bancaria suceda en la península itálica. La razón es que los bancos de ese país acaparan un tercio de los préstamos morosos (non performing loans, NPL) de la zona euro. Es decir, unos 360.000 millones de dólares de créditos incobrables que corresponden al 20 por ciento del PIB nacional. El problema es que bajo la normativa europea, los gobiernos no pueden rescatar a sus bancos si sus accionistas no han cancelado previamente el 8 por ciento de la deuda. Todo lo cual plantea un dilema político de marca mayor, pues, a diferencia de otros países, los inversores no son grandes corporaciones, sino miles de pequeños y medianos emprendedores.

Entre la piedad y el odio

Junto con Grecia, Italia es el país al que más refugiados han llegado desde 2014, cuando se disparó el número de personas huyendo de las guerras de Asia y África. Sin embargo, si los acuerdos entre la Unión Europea y Turquía y el cierre de la ruta por los Balcanes aliviaron la tensión en el mar Egeo, en Italia el problema no ha parado de crecer y 2016 es ya el año en el que más migrantes han llegado al país. Muchos italianos han seguido el ejemplo del papa Francisco y han expresado su solidaridad hacia los 167.000 migrantes que hay en los abarrotados centros de acogida. Pero en un país en plena crisis económica, los 1.160 millones de dólares anuales que le cuestan al gobierno la gestión del problema le han dado alas al discurso xenófobo de la Liga Norte, uno de los partidos que más se opuso al referendo de Renzi.

La crisis del ‘Made in Italy’

Italia es la décima economía del mundo y la cuarta de Europa. Pero también es una de las más débiles. Además de una deuda pública del 135 por ciento del PIB, se calcula que el mercado negro representa hasta un quinto de la economía nacional. Sin embargo, el verdadero problema es una creciente pérdida de competitividad, lo que en plata blanca significa que sus productos son más caros y de calidad similar a la de sus competidores. Y aunque buena parte del siglo XX los gobiernos italianos lograron cuadrar su balanza exportadora devaluando su moneda, la adopción del euro acabó con esa alternativa. A su vez, buena parte de la industria italiana depende de pequeñas empresas que no han sabido modernizarse ni adoptar las nuevas tecnologías.

No es país para jóvenes

Según el director del Centro de Estudios Europeos y Eurasiáticos de la Universidad Johns Hopkins, Erik Jones, el problema más grave que afronta Italia es “el desencanto generalizado de la juventud italiana”. Las cifras no lo desmienten. Desde 2008, estos han abandonado el país en masa y se calcula que tan solo en 2015 unos 50.000 lo hicieron. Pero esa estadística oculta una realidad más inquietante aún, pues según un sondeo publicado a finales de 2015 por el grupo Eurispes, dos de tres italianos entre los 18 y los 34 años dejarían el país si tuvieran los medios para hacerlo. Entre las razones se encuentran una de las mayores tasas de desempleo del continente y un sistema en el que las ‘roscas’ anulan la meritocracia. Una de las tasas de natalidad más bajas del mundo complica aún más esa situación.