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MEDIO SIGLO DE LAGRIMAS

Cincuenta años después de su fusilamiento, es rehabilitado Bukharin, abuelo de Perestroika.

14 de marzo de 1988


"Para mí el tiempo no existe, la verdad sí". Con esas palabras escuetas, describió la semana pasada Anna Mikhailova Larina el principio vital de su azarosa existencia. Los hechos parecen haberle dado la razón. Tras 50 años del fusilamiento de su marido, Nikolai I. Bukharin, un comité del partido comunista declaró el pasado 5 que el líder bolchevique había sido equivocadamente juzgado y condenado. Con esa declaración, comenzó el fin del largo peregrinaje de la hoy frágil viejecita en busca de la rehabilitación de su marido, que fuera en su tiempo considerado el sucesor ideológico de Lenin. Un camino que aún hoy no ha terminado, pues el comité se refirió exclusivamente a los aspectos judiciales de la condena de Bukharin, aunque su rehabilitación política se considera inminente.

Nikolai Bukharin fue una de las víctimas más prominentes de las purgas con que Stalin arrasó el liderazgo político y militar de la Unión Soviética al final de los años 30. Tras haber pertenecido al partido bolchevique en la revolución, Bukharin se convirtió, a partir de 1921, en uno de los portaestandartes de la Nueva Política Económica, con la cual Lenin pretendía restaurar la propiedad de pequeños negocios y algunas prácticas de mercado, en un esfuerzo por recuperar la economía del país tras la revolución y la guerra civil. Luego de la muerte de Lenin, Stalin se apoyó inicialmente en Bukharin, pero al consolidarse en el poder, desmanteló la Nueva Política Económica y lo sacó del Politburó. Bukharin continuó, sin embargo con cierto protagonismo como director del periódico Izvestia, pero su declinante estrella no pudo protegerlo más allá de 1938, cuando fue juzgado en público y condenado por traidor en medio de lo que fue llamado "un atropello histórico".

El suyo fue uno de los juicios que más marcó la memoria colectiva de los soviéticos. Allí, frente a las cámaras de los periodistas de todo el mundo, los más prominentes líderes de la revolución confesaron crímenes que aún hoy parecen puerilmente inventados. Bukharin sabía que ante semejante patraña, su destino estaba sellado. Por ello, resolvió redactar un pequeño texto, su testamento político, que leyó a su esposa, entonces de 24 años, hasta que se convenció de que lo había aprendido de memoria. Luego, lo destruyó.

Con esa carta, Bukharin aspiraba a enviar su mensaje a los comunistas del futuro, convencido como estaba de que su imagen con el tiempo sería rehabilitada. Su mensajera, su joven mujer, no habría podido cumplir su encargo con mayor dedicación. Aún estaba Bukharin bajo interrogatorios cuando se le anunció que sería deportada a una prisión en Siberia, si no lo denunciaba. El exilio le significó no solamente pasar casi 20 años en la tundra, sino la separación de su hijo pequeño, a quien vino a ver de nuevo en 1956, cuando el muchacho era ya estudiante de ingeniería. Pero a pesar de sus penalidades, Larina nunca cejó en su empeño por la rehabilitación de su marido. Cuando pudo retornar a Moscú en 1959, trató sin éxito de aprovechar los vientos antiestalinistas que soplaban bajo el gobierno de Kruschev.

Pero ni ese ni los fracasos que siguieron lograron desanimarla. Hoy, en su apartamento de Moscú, puede considerar cumplida su misión. La carta que Bukharin le confiara cuando sabía que las horas se agotaban ante él, fue publicada por el periódico Noticias de Moscú, y sobrecogió a más de un lector soviético: "En estos días, tal vez los últimos de mi vida tengo confianza en que tarde o temprano, el filtro de la historia inevitablemente limpiará mi cabeza. Nunca he sido un traidor. Deben saber, camaradas, que también hay una gota de mi sangre en la bandera que portarán en su triunfante marcha hacia el comunismo ".--