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La caricatura de Cynthia Sousa y Sam Machado con la Dama de la Justicia defendiendo a la Estatua de la Libertad de Trump se hizo viral en Twitter. | Foto: Sousa & Machado

ESTADOS UNIDOS

Medios de comunicación y rama judicial: Los dos ‘cocos’ de Trump

Los ataques del magnate a la prensa y a los jueces no son ninguna coincidencia, sino la piedra angular de su estrategia autoritaria.

11 de febrero de 2017

El juez federal del Estado de Washington James Robart se despertó el domingo acusado de ser una amenaza para Estados Unidos y de abrirles sus fronteras a los terroristas. Lo denunció nada menos que el presidente Donald Trump por haber paralizado un día antes su veto antimusulmán. “No puedo creer que un juez haya puesto al país en semejante riesgo. Si algo pasa, échenle la culpa a él y al sistema judicial”, trinó el magnate en su cuenta de Twitter.

No fue un hecho aislado ni un lapsus, sino el más agresivo del rosario de mensajes incendiarios con el que el presidente atacó a Robart durante todo el fin de semana, en los que no solo lo humilló al llamarlo “el supuesto juez”, sino que calificó su decisión de “ridícula” y “terrible”, y dijo que será anulada. Pero la cosa no paró ahí ni se limitó a Robart, que tiene fama de independiente tanto entre los demócratas como entre los republicanos.

El martes, después de que los tres magistrados de un Tribunal de Apelaciones de San Francisco recibieron con escepticismo los argumentos de los abogados del gobierno, el presidente volvió a la carga durante una reunión con sheriffs de todo el país. “No quiero nunca tener que llamar a una corte sesgada, y por eso no diré que esta lo es, pero los tribunales parecen tan políticos”, dijo desde Washington. “Sería tan maravilloso si pudieran leer una declaración y hacer lo que está bien”. Y el jueves, pocos minutos después de que estos rechazaron su apelación y mantuvieron bloqueado su veto migratorio, los desafió con un trino escrito en mayúsculas: Nos vemos en la Corte (Suprema).

Puede leer: Trump pierde la apelación a la suspensión judicial del veto migratorio: ¿qué va a pasar ahora?

Su andanada fue de tal magnitud, que incluso su candidato a la Corte Suprema, Neil Gorsuch, dijo que las palabras de Trump contra los jueces eran “descorazonadoras y desmoralizantes”. La respuesta del presidente consistió en atacar al senador que había hecho público el comentario, incluso después de que el portavoz de Gorsuch le confirmó sus palabras a la cadena NBC.

Pero los jueces no fueron las únicas víctimas de su tercera semana en el poder. El lunes, en la base aérea MacDill de Tampa, Trump no solo culpó a la prensa de hacer mal su trabajo, sino que le endilgó intenciones oscuras. “Llegamos a un punto en que los medios ni siquiera informan sobre los ataques. Tienen sus razones y ustedes bien lo saben”, dijo frente a los mandos Central y de Operaciones Especiales (Cencot y Socom, por sus siglas en inglés), es decir, la pesada de la lucha antiterrorista gringa.

Y para reforzar ese argumento, la Casa Blanca publicó un texto con 78 “ataques terroristas” que habrían sido objeto de esa censura. Pero esa lista es problemática, pues por un lado incluye masacres como las de París, Niza, Bruselas y Berlín, que los medios cubrieron durante semanas. Y por el otro, comprende ataques menores, casos dudosos y simples eventos violentos sin vínculos con el terrorismo por los que solo se interesan los medios regionales.

Todo indica que la estrategia de la Casa Blanca era causar esa confusión. Como dijo varias veces en una tensa entrevista con CNN la principal asesora de Trump, Kellyanne Conway, aunque los medios “sí informaron” sobre ataques como los de San Bernardino, París o Bruselas, “los otros ataques en la lista no recibieron tanta atención”. De hecho, la estrategia comunicacional del magnate ha cruzado la línea varias veces con el fin de deslegitimar al cuarto poder, e incluso ha inventado hechos.

Eso quedó en evidencia en dos ocasiones esta semana. Primero, durante la entrevista con CNN, en la que la propia Conway tuvo que disculparse por haber acusado a los medios a finales de la semana pasada de ignorar la masacre de Bowling Green, que nunca ocurrió (aunque la asesora explicó que se trató de un lapsus, varios periodistas informaron que no era la primera vez que mentía sobre ese tema). Y segundo, con tres claras referencias del portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, a la masacre de Atlanta, supuestamente cometida por un inmigrante. Cuando los medios pidieron explicaciones sobre ese hecho, su oficina respondió que “obviamente se refería a la de Orlando”, como si haber entendido lo que dijo fuera tergiversar sus palabras.

Que Donald Trump busque un chivo expiatorio cuando no logra alcanzar sus fines no es noticia. Pero sí lo son la virulencia y el objeto de los ataques que ha lanzado en los últimos días. Por un lado, aunque el magnate se sigue comportando como si estuviera en campaña, desde el 20 de enero sus palabras, trinos y gestos tienen todo el peso del Ejecutivo y su efecto puede ser devastador. Por el otro, ha concentrado sus ataques a los medios de comunicación y en la Rama Judicial.

Y eso no es ninguna coincidencia. Como dijo a SEMANA Joe Lowndes, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Oregon y autor del libro From the New Deal to the New Right, “el cuarto poder y la Judicatura son las dos instituciones que controlan al Ejecutivo. Los medios lo hacen al investigar e informar al público. Y las cortes, al decidir si las acciones del presidente son legales y constitucionales”.

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Sin embargo, la pelea entre el magnate y esas dos instituciones no es nueva. Como se recordará, durante las elecciones el candidato tuvo encontronazos de marca mayor con ambas. Y en ese sentido aún están frescas las heridas que dejó al acusar al juez Gonzalo Curiel de imparcial por sus ancestros mexicanos, o al echar a patadas a varios periodistas críticos de sus mítines. De hecho, solo a sus adversarios republicanos y demócratas les dio más palo.

La gran diferencia es que si en los últimos 20 meses el magnate estaba tratando de llegar a la Casa Blanca, ahora está en juego su ejercicio del poder. Pues si bien ya es un lugar común decir que Trump es un presidente con una personalidad sui géneris, su estilo de gobierno no lo es. “El riesgo de que Trump imponga un régimen autocrático es real. Tiene en su bolsillo a la Cámara y al Congreso, ha tratado de criminalizar las protestas en su contra, y ahora está tratando de amordazar a las únicas entidades que activamente se le oponen. No cabe duda de que el sistema democrático norteamericano está sometido a una dura prueba”, dijo Lowndes.

Aunque en las últimas semanas muchos analistas han recordado que Trump no es el primer presidente gringo que disiente de la Judicatura o que rechaza una noticia adversa, sí es el primero en desautorizar a la Rama Judicial y a los medios de comunicación en su conjunto. Y eso tiene que ver con que ningún gobierno había tratado de manipular los hechos y de redefinir el presente y el pasado como el magnate lo ha hecho. Es decir, de imponer como verdades los “hechos alternativos” que le convengan a su administración, según el término acuñado por Conway para referirse a lo que tradicionalmente se conoce como embustes.

A pesar de las chapuzas y del ridículo por el que han pasado los asesores y el portavoz de Trump, la estrategia que están empleando ya ha dado los resultados esperados en Rusia, donde Vladimir Putin reina hoy sin que nadie le pida explicaciones ni le saque los trapos al sol. La gran diferencia con Trump es que el mandatario ruso logró en diez años lo que este parece querer alcanzar en diez meses.