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MEMORIAS DE UN AMNESICO

En su autobiografía oficial, Gromyko hace grandes revelaciones y evidentes omisiones

28 de marzo de 1988

Mao Tse Tung, apoyado por el razonamiento de que podía perder 300 millones de chinos y aún así hacerse a la dominación mundial, hubiera podido comenzar una guerra nuclear con la misma tranquilidad con que se inicia una partida de ajedrez.
La anterior afirmación que suena a frase de propaganda de la guerra fria, adquirió inusitada actualidad a raíz de las revelaciones que el ex canciller de la Unión Soviética Andrei Gromyko hizo en sus memorias, próximas a aparecer en Moscú. Allí, el enigmático maestro de la diplomacia cubre casi 50 años de la vida del siglo XX, en los que jugó un papel protagónico. El incidente con Mao, que causó revuelo en círculos occidentales cuando se reveló la semana pasada, tuvo lugar en 1958 con ocasión de una visita secreta del canciller soviético a Pekín, y se había mantenido en el más absoluto secreto.
De acuerdo con lo afirmado por las memorias, el plan de Mao consistía en provocar una invasión norteamericana en la China, mediante el bombardeo de las islas de Quemoy y Matsu, reclamadas por Formosa. Una vez el Ejército de Estados Unidos se encontrara en el corazón de China, los soviéticos podrían hacerlo blanco de sus armas nucleares, terminando así de una vez por todas el problema.
Gromyko recuerda la sorpresa que le produjo la audacia del plan de Mao y la forma coloquial con que se refirió a un conflicto nuclear. La respuesta que le dió podría ser antológica: "El escenario de guerra descrito por usted no puede encontrar una respuesta positiva de parte nuestra". Poco tiempo después comenzarían a verse las muestras del deterioro en las relaciones de la Unión Soviética con la China de Mao, que aún hoy no han podido recuperarse del todo.
La forma como Gromyko manejó la proposición de Mao podría resumir el pragmatismo que caracterizó al canciller soviético, durante su larga vida al frente de las relaciones exteriores de su país. Fiel a la letra y al espíritu de las más acendradas tradiciones oficiales soviéticas, Gromyko escribió unas memorias que tienen mucho que ver con la parte oficial de la historia, pero muy poco con la personal.
No sólo es parco en sus críticas a la política soviética, sino que su autorretrato lo presenta como un diplomático extremadamente profesional, siempre listo a llevar a cabo las decisiones del Kremlin con discreción y sin reparos, y quien tenía como su mayor orgullo su capacidad para descubrir las debilidades de su interlocutor y explotarlas para conseguir sus objetivos.
Pero no solamente en eso resulta Gromyko más papista que el Papa.
Aunque a lo largo de la obra menciona toda una serie de líderes occidentales con quienes debió tratar en cumplimiento de sus funciones, los nombres de Nikita Kruschev y Leonid Brezhnev, con quienes trabajó íntimamente durante muchos años, son escasamente referidos en el texto. Y cuando se trata de hablar de Stalin, Gromyko hace una especie de malabarismo ideológico. Aunque la mayoría de sus comentarios lo describen como un líder benevolente, en su último capítulo lo caracteriza como "una figura trágicamente contradictoria, un hombre cruel que creó una monstruosa tiranía". El dramático cambio de tono parece revelar, según los observadores, que los últimos comentarios fueron agregados a fines del año pasado, luego de que Mikhail Gorbachov condenara al "padrecito" en un discurso en noviembre.
Aunque el acartonamiento de Gromyko en relación con su propio país rima muy bien con su figura impenetrable, que llegó a caracterizar la política exterior de la URSS, el viejo diplomático, en su recuento de sus relaciones con los líderes de los Estados Unidos, muestra cierta capacidad de sarcasmo y algunas concesiones al glasnost. Se refiere con especial admiración al presidente Franklin D. Roosevelt, a quien le dedica un lugar en su panteón de los grandes líderes mundiales. Sobre Richard Nixon, dice que admira su pragmatismo, que lo llevaba a dejar de lado las consideraciones ideológicas cuando se trataba de llegar a un acuerdo práctico, aunque carecía de capacidad para manejar los pequeños detalles, de los que se encargaba Henry Kissinger, "un hombre extremadamente capaz". Sin embargo, su comentario adicional sobre Kissinger no resulta tan positivo "Kissinger tiene una cualidad que no menciona en sus memorias: una extraordinaria capacidad para adaptarse a la élite dominante, sin mucha preocupación por mantener sus principios".
Oficiales y todo, las memorias revelan facetas desconocidas del hombre más respetado de la diplomacia soviética en lo que va corrido de su historia. Una de ellas, es su amistad con el escritor Boris Pasternak, autor de "Doctor Zhivago", quien fuera expulsado de la URSS en 1958, luego de ganar un Premio Nobel de Literatura que no pudo recibir. La otra, es la mezcla de sensaciones que la cultura occidental le producía. Gromyko refiere sus encuentros con figuras como Frank Sinatra y Marilyn Monroe, a quien describe como "una mujer de especial e indescriptible atractivo". Pero aún allí su ortodoxia no lo deja tranquilo. Cuando se pregunta las causas de su muerte, Gromyko no deja pasar la oportunidad y ensaya su propia tesis, que no deja de ser novedosa: "Marilyn pudo haber sido muerta como castigo por sus abiertas simpatías con los comunistas".-