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MENTIRAS PIADOSAS

El caso del avion norteamericano caído en Nicaragua, no es el único donde se esta jugando a decir lo que no es y ocultar lo que es

10 de noviembre de 1986

Dicen que en caso de guerra todo es válido. Hasta las mentiras.
Y de casos está llena la historia. Los expertos en el tema de la guerra fría aún recuerdan cómo se frustró, a fines de los años cincuenta, una cumbre de Eisenhower y Khrushchev, por cuenta del episodio del piloto norteamericano Gary Power, quien cayó en manos de los soviéticos al ser abatido su avión, cuando cumplía tareas de espionaje sobre la URSS. No tendría nada de raro, por tanto, que el caso del avión cargado de comuniciones para los "contras" derribado (¿o accidentado?) en Nicaragua, del cual el único sobreviviente es un norteamericano, estuviera plagado de mentiras.

El objetivo es siempre el mismo: desprestigiar al contendor. Los métodos: todos los imaginables. Lo que ha sido siempre difícil de determinar es el autor o quizá los autores de esas "pequeñas mentirillas" por las que se ha pagado a veces tan alto precio.

Las versiones son, naturalmente, contrarias. Mientras para los sandinistas se trataba sin duda alguna de un avión en misión ordenada por la CIA y comandado por asesores norteamericanos basados en El Salvador, para los EE.UU. Los cuatro miembros de la tripulación (tres de ellos muertos) constituían "luchadores por la libertad" ( freedom fighters), independientes del gobierno norteamericano, que habrían actuado por su propia cuenta y riesgo. Para otros--la cadena de televisión NBC, por ejemplo- se trataría más bien de mercenarios norteamericanos financiados por un gobierno extranjero, afín a los EE.UU. La versión de los "contras", según uno de sus voceros en Honduras consultado por SEMANA, es que son "héroes anónimos" que colaboran voluntariamente con la causa antisandinista.

Si bien los hechos aún no han sido suficientemente esclarecidos, ya hay puntos sobre los cuales no parece existir duda alguna. El primero es que al menos tres de los cuatro miembros de la tripulación del avión C-123 (desarrollado por la Fuerza Aérea de los EE.UU. en los años 50) eran norteamericanos: Eugene Hasenfus, quien sobrevivió gracias a haber saltado en paracaídas; el piloto William J. Cooper, y el copiloto Wallace Blaine Sawger Jr. El cuarto hombre sería un latinoamericano aún no identificado --según las breves declaraciones de Hasenfus a la prensa--de origen nicaragilense y que la nave habría recogido en Honduras.

Otro hecho indudable lo constituye el que el avión iba cargado de armamento y provisiones para los "contras" que combaten en el área de la frontera con Costa Rica, cerca de donde fue encontrada la nave. Un tercer punto radica en que--según el mismo Hasenfus--la nave partió del aeropuerto militar de Ilopango en El Salvador, se supone que con el conocimiento del gobierno o al menos del Ejército de ese país.

Las diferencias fundamentales entre las versiones radican, por un lado, en que, mientras el gobierno nicaraguense asegura que la nave fue derribada por un joven de 19 años perteneciente al Servicio Militar patriótico, utilizando un cohete tierra-aire conocido como "Flecha", el gobierno de los Estados Unidos y los "contras" sostienen que se trató de un accidente. "De otra manera --aseguró a SEMANA Carlos Icaza, de la Fuerza Democrática Nicaraguense--con la carga que llevaba no habría podido quedar rastro alguno del avión".

La segunda divergencia fundamental consiste en que para los sandinistas no cabe duda alguna de que los tres norteamericanos son asesores de los Estados Unidos en El Salvador.
Como prueba de ello, mostraron a los periodistas en una rueda de prensa, el carné que portaba Hasenfus, expedido por el Ejército salvadoreño, en el cual se le identifica como "Asesor del Grupo USA (EE. UU.)". Aseguraron además que tanto Blaine como Cooper son ex combatientes de Vietnam y que Cooper trabaja para la compañia de aviación norteamericana Southern Air Transport, la que según la prensa norteamericana está vinculada a la CIA. Los Estados Unidos han asegurado, sin embargo, primero a través del secretario de Estado George Shultz y luego del propio presidente Ronald Reagan, que ninguno de los miembros de la tripulación está o ha estado vinculado al gobierno norteamericano o a alguna de sus agencias.
Lo propio han hecho el gobierno salvadoreño y los "contras". Pero al cierre de esta edición, el piloto sobreviviente había confesado a la prensa su vinculación con la CIA.

Quién está diciendo la verdad es aún difícil de determinar. Y más después de que el vocero de la Comisión de Inteligencia del Senado norteamericano David Holliday, declaró en Washington que la esposa de Hasenfus, Sally, había llamado al Departamento de Estado para decir que su marido "trabajaba para la CIA" lo cual la Agencia niega, naturalme. Si bien no parece muy creible que la propia esposa la que le esté poniendo la soga al cuello, la versión dividida por el senador creó aún más de un concierto en la opinión. Y no es para menos.

De comprobarse efectivamente que se trataba de asesores norteamericanos, el caso--además de acarrearle serios problemas a la administración, dada la prohibición expresa del Congreso de enviar asesoría a los "contras" nicaraguenses--se sumaría a la ya interminable lista de "mentiras piadiosas" del gobierno del presidente Reagan.

Baste recordar las que hace apenas sds meses lo llevaron a una de sus derrotas iniciales en la Cámara, en torno a la ayuda de los 100 millones a los "contras", y referente a la supuesta solicitud del Papa de que se aprobara la ayuda, el respaldo de los paises de Contadora o la vinculación de los sandinistas al tráfico de drogas, desvirtuadas todas, no sólo por los gobiernos involucrados, sino hasta por las propias agencias gubernamentales como la DEA.

Y la más reciente de todas: el montaje de un plan de desinformación en torno al gobierno libio de Muammar Gadafi, descubierto hace apenas una semana por el famoso Bob Woodward (uno de los que destapó el caso Watergate) y dado a conocer por su periódico, el Washington Post. El plan, gestado a mediados de agosto por el Departamento de Estado y el Consejo Nacional de Seguridad, tenía como fin, según un memorándum interno de la administración revelado por el Post, "combinar hechos reales e ilusorios--a través de un plan de la desinformación--con el objetivo básico de hacer pensar al coronel Gadafi que hay un alto grado de oposición interna a él en Libia, que sus asesores más cercanos son desleales y que los Estados Unidos están planeando una acción militar contra él".
En la trampa cayeron tanto el Wall Street Journal y el New York Times como, el mismo Washington Post, los cuales publicaron--guiados por fuentes oficiales-noticias concernientes a Libia y alejadas de la verdad. El hecho no sólo indignó a la opinión pública norteamericana sino que además, a fines de la semana pasada, dejaba sentir ya sus efectos políticos. El vocero del Departamento de Estado, Bernard Kalb, presentó el miércoles públicamente renuncia a su cargo en clara señal de rechazo a la actitud de la administración.

La revelación de Woodward, sin embargo, no es del todo novedosa. En noviembre del año pasado, había hecho ya gala de sus fortalecidas dotes de investigador al revelar un caso similar. Se trataba entonces de un plan de la CIA, autorizado por Reagan, para desestabilizar el régimen libio. El agravante ahora radica en que los "instrumentos" elegidos por el Presidente no son ya sus agencias gubernamentales como en la ocasión anterior, sino nada menos que la prensa norteamericana, la cual parte del principio de que a la gente, y con mayor razón al gobierno, hay que creerle. Como lo dijera el New York Times en su editorial: después de eso, "¿qué puede el mundo pensar cuando un Presidente niega que un americano arrestado en Moscú es un espía?". --