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¿MIRARA HACIA EL ESTE?

Podría haber un cambio de orientación en París con el nuevo canciller.

11 de marzo de 1985

El cambio en el ministerio de Relaciones Exteriores francés de las últimas semanas, presagia serias transformaciones en la política exterior de este país. Hasta el momento, el gobierno de París, moviéndose dentro de un marco de ideas tercermundistas, pero al mismo tiempo de gran cautela frente a la Unión Soviética, había mantenido la balanza de su política internacional altamente favorable a Washington. Si bien Francia ha criticado abiertamente la política norteamericana en Centroamérica, colocándose incluso en franca oposición al apoyar económicamente a Nicaragua, el gobierno de Mitterrand y de su ministro Claude Cheysson, se había constituido en uno de los mejores aliados de la Casa Blanca en Europa. Durante la gestión de Cheysson, la posición de Francia fue especialmente dura frente a la URSS, criticaba el "dominio militar", defendía la necesidad de un "equilibrio de fuerzas Este-Oeste" y el emplazamiento de los famosos misiles Pershing II en respuesta a los SS-20 soviéticos. De esta forma, Francia habría mostrado a la opinión pública, así como a Washington y a Moscú, que en materia de política exterior la influencia del Partido Comunista seria prácticamente nula, y que, aun en contra de las presiones de sus aliados en el poder, el gobierno socialista mantendría su distancia con la Unión Soviética.
Sin embargo, la segunda mitad del período de Mitterrand parece anunciarse de modo diferente. Según observadores, las negociaciones de las dos superpotencias sobre armas antimisiles habria favorecido la aproximación franco-soviética. Una carrera armamentista de este tipo amenazaría neutralizar el arsenal francés frente a la Unión Soviética en tanto que esta última se encontraría en desventaja con respecto a la capacidad tecnológica norteamericana. Resultado: el gobierno de Mitterrand intentaría retomar el hilo del diálogo interrumpido con Moscú. Así, mientras Mitterrand viajaba a la URSS en junio pasado, el representante francés a la conferencia del desarme en Ginebra invitaba a las dos superpotencias a buscar límites a la nueva tecnología antibalística. El Presidente francés por su parte, recordaba en Moscú la amistad entre los dos pueblos y rendía homenaje a los soldados rusos que lucharon por la libertad de Francia durante la segunda guerra mundial. Los primeros coqueteos entre los dos países comenzaban, aún si Mitterrand soltaba el nombre prohibido de Sakharov en pleno Kremlin. Después vinieron el viaje de Regis Debray a Moscú, el traslado de un buen número de funcionarios franceses en la embajada en Estados Unidos y, finalmente, la mutación en el ministerio de Relaciones Exteriores.
Pero el cambio de ministro no parece obedecer solamente a razones de logística internacional. Se trata de un intento de reaproximación al Partido Comunista Francés, y de un aumento del poder de Mitterrand para controlar la política exterior francesa. En efecto, el nuevo ministro, Roland Dumás, hombre de toda confianza y viejo amigo del Presidente, parecía más próximo a seguir fielmente la voluntad presidencial y a establecer un entendimiento con el Eliseo mucho más estrecho que el que marcara su predecesor. El nuevo canciller, periodista, abogado de Picasso, de los herederos de Chagall, de Chirico, de Braque, de Giacometti, dandy irresistible según las mujeres ("charming" dice la Thatcher) debuta con dos problemas calientes entre manos: el papel de Francia en el Africa y frente a las viejas colonias, que el gobierno de Mitterrand parece deseoso de minimizar contra viento y marea y, hasta el momento, con muy dudosos resultados. En los "dos grandes", el cambio en la política exterior francesa hace eco: en la Unión Soviética los observadores se muestran complacidos, aunque consideran que el gobierno francés no va aún lo suficientemente lejos. Estados Unidos por su parte parece convencido que la "luna de miel" entre ambos países quedó finalmente atrás.