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MITACA DOLOROSA

Alta absteción y retroceso republicano, algunas de las conclusiones de las elecciones legislativas y regionales de Estados Unidos.

10 de diciembre de 1990


Que toda situación mala es susceptible de empeorar, es una de las famosas leyes de Murphy. Precisamente la que el presidente norteamericano George Bush debe estar revisando en su escritorio del despacho oval de la Casa Blanca. No es para menos, pues los resultados de las elecciones del domingo inclinaron más la cuesta que deberá recorrer en la segunda parte de su período.
El principal protagonista fue la abstención, pues sólo una tercera parte de los votantes posibles se tomó la molestia de acercarse a las mesas de votación. Eso, si bien es malo para la democracia, no lo es necesariamente para el presidente. Pero además, la pérdida de una curul en el Senado y de nueve en la Cámara no es en sí misma una catástrofe. La historia electoral norteamericana indica que las elecciones de "mitaca" siempre traen pérdidas sustanciales para el partido de gobierno.

Pero Bush dirige una presidencia en crisis. No sólo se trata de su desastrosa gestión en el asunto del presupuesto, que le restó autoridad -incluso ante su propio partido republicano-. También juega en su contra el espectro de la guerra en el golfo Pérsico y una economía cuyo desempeño deja mucho que desear.

El partido demócrata tendrá en adelante 56 escaños en el Senado, contra 44 de los republicanos, y una ventaja de 100 miembros en la Cámara de Representantes. Eso de por sí implicará mayores dificultades al ejecutivo a la hora de presentar nuevas iniciativas o vetar otras. Pero los números no lo dicen todo. En el seno de su propio partido republicano, el prestigio de Bush se halla seriamente comprometido, y crece la incertidumbre sobre su capacidad de liderazgo. Al mismo tiempo, en el bando contrario la moral anda en alto, pues la sensación predominante es que el presidente resulta cada vez más vulnerable a sus ataques.

Pero si en el Congreso la situación se le complica, en el seno de su propio equipo de gobierno, la crisis parece ser el denominador común. Durante meses modelo de unidad y eficiencia, la nómina presidencial se debate ahora en medio de las divisiones y las pugnas. El "Chief of Staff" John Sununu está enfrentado a intensas presiones para que renuncie o al menos pase a funciones diferentes, y el director del Presupuesto Richard Darman, nunca querido por los conservadores, tiene para muchos un pie en la calle.

Sólo faltan 15 meses para que se inicie el proceso electoral en Estados Unidos con las primarias republicanas. Pero curiosamente los mayores problemas de Bush para su reelección no están en el bando contrario, sino en su propio partido. Se trata de los ultraconservadores, quienes no le han perdonado a Bush su promesa incumplida sobre más impuestos. Un ejemplo claro de esa actitud está en las palabras del dirigente Howard Phillips, quien declaró a un periódico neoyorquino que "Bush ha participado en un acto histórico de engaño al pueblo norteamericano, y nada de lo que haga de aquí a la época de las elecciones puede restaurar su credibilidad".

Ese es un punto de vista que los partidarios de Bush consideran exagerado si bien nadie en el gobierno ha podido explicar por qué el presidente no se ha tomado la molestia de explicar a los norteamericanos la razón para su espectacular incumplimiento. Pero sus defensores mencionan importantes logros legislativos de Bush, cuyo crédito puede atribuirse directamente al presidente. Una de ellas es la revisión de la ley sobre Aire Puro, ("Clean Air Act") que no se modificaba desde 20 años atrás, y otra es la ampliación de los derechos civiles de los minusválidos.

Otros indican que el manejo del presupuesto, con todo y sus enormes dificultades, dejó al final al presidente con su capacidad de negociación incólume. Pero esos mismos observadores aceptan que el costo político hizo que ese triunfo resultara pírrico.

Pero no todo el panorama es negativo para el presidente. "En términos puramente electorales, el resultado fue excelente para nosotros", dijo la dirigente republicana Mary Matalin. Eso parece demostrado por el hecho de que la elección no significó el despegue de ninguna figura demócrata capaz de representar de inmediato una amenaza. El gobernador de Nueva York, Mario Cuomo y el senador de Nueva Jersey, Bill Bradley, dos pesos pesados, aunque no perdieron, obtuvieron márgenes demasiado estrechos ante contendores que parecían presa fácil. Por otro lado, los demócratas no pudieron aprovechar su crecimiento en California, donde perdieron la carrera por la gobernación, y presenciaron una gran votación republicana en los estados del medio Oeste, una región donde tradicionalmente se ganan o pierden las elecciones presidenciales.

Otros hablaran a favor del presidente Bush a la hora de hacer el balance de Texas y Florida, donde los republicanos perdieron las gobernaciones por la ineptitud de los candidatos, antes que por la ineficacia del apoyo presidencial. Y no faltará quien mencione, tal vez con toda justificación, que el momento no era el más apropiado para que Bush le dedicara la totalidad de su atención a las elecciones. Porque al presidente no parece gustarle cantar y tocar la guitarra al mismo tiempo.-