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MOSTRANDO LOS DIENTES

Bush y Hussein se parecen cada vez más al pastorcito mentiroso. Pero con cientos de miles de soldados a cada lado, el riesgo es demasiado grande.

3 de diciembre de 1990

Acaban de cumplirse tres meses desde que Irak invadió a Kuwait. A medida que el tiempo pasa, la percepción de que de por medio está el choque de dos culturas se hace más clara. Por un lado, el presidente norteamEricano George Bush se ha mantenido en una línea inflexible muy propia de los anglosajones, dados a ver al mundo en blanco y negro, sin matices del gris. Por el otro, el dictador iraqui Saddam Hussein comenzó con una linea de acción muy poco árabe -nunca antes en la historia reciente uno de esos países había invadido a otro pero pronto regresó a una retórica más conocida.
Una que se podría resumir en el proverbio arabe que dice: "Si eres muy blando, te exprimirán. Si eres muy rígido, te quebraras".
Bush insiste en comparar a Saddam con Hitler, y en afirmar que no existe ninguna solución diferente a la retirada incondicional e inmediata de las fuerzas invasoras de Irak del territorio de Kuwait. Para él, Saddam sólo tiene dos opciones, quedarse en Kuwait y morir, o retirarse y sobrevivir. Pero Saddam comenzó, poco después de la invasión, a plantear un juego muy conocido para los árabes. Mientras afirmaba que Kuwait es parte indivisible de Irak" , dejaba saber veladamente que el asunto podría arreglarse de otra manera, y en especial mediante la reunión de una conferencia internacional que tratara todo el problema del Oriente Medio.
Pero además, con cada día que pasa, deja salir del país a un nuevo grupo de rehenes extranjeros. Su palacio de Bagdad es visitado casi a diario por nuevos emisarios occidentales, y casi adiario el presidente iraquí apela a la solidaridad de sus hermanos árabes.
Por eso, el panorama tiende a parecerse cada día mas al tradicional escenario árabe, donde nada es realmente lo que parece ni las verdades son absolutas. Una demostración de eso fueron las declaraciones que hizo la semana anterior el ministro de Defensa de Arabia Saudita. El príncipe Sultán dijo entre líneas que su país no vería con malos ojos que un país arabe cediera algunos territorios a otro. Ese comentario produjo tal preocupación en Estados Unidos, que el secretario de Estado James Baker tuvo que programar un viaje de urgencia que le llevaría, entre otras capitales, a Ryad. Había que disipar cualquier duda sobre el compromiso de Arabia Saudita contra Irak, ahora que el presidente Bush había anunciado el envío de 100 mil soldados más al teatro de los hechos.
Pero entre los observadores occidentales crecía la sensación de que ni mil viajes de Baker a la región servirían para aclarar el enredo de los intereses cruzados de los países árabes. Hoy se dice que la mayoría de los árabes que se han puesto en contra de Irak, incluida la propia Arabia Saudita, mantienen contactos diplomáticos por debajo de cuerda con Bagdad. Según algunos funcionarios de Washington, lo que motivó la reacción inicial de los sauditas, que permitió el despliegue militar, fue el terror pánico que les produjo la actuación tan poco árabe de su "hermano" Saddam.
Pero el miedo inicial pasó. Los ires y venires del iraquí parecen haber tejido de nuevo la red de la vida política árabe.
Todo ello conspira contra la presencia continuada de las tropas norteamericanas, reforzadas con la llegada de más britanicos y de la Legión Extranjera de Francia.
Esa flexibilización de los arabes pudo ser una de las razones para que el presidente Bush intensificara sus andanadas verbales contra Saddam. Pero también se dice que la verdadera razón fue distraer la atención de sus conciudadanos de los descalabros gubernamentales a nivel interno. En esa misma semana el tono de los protagonistas era cada vez mas conciliatorio. Mijail Gorbachov, de visita en Madrid y París, afirmaba que el uso de la fuerza era inaceptable, y que la "solución árabe" sería la ideal.
El propio Saddam, por medio de su embajador en Estados Unidos, abogaba por evitar "el derramamiento de sangre", y por establecer relaciones amistosas con Estados Unidos". Pero Bush afirmaba que estaba harto, de los abusos de los iraquies contra los rehenes occidentales. Su afirmación implicaba, a todas luces, la amenaza de lanzar, por fin, sus fuerzas contra las iraquíes.
Para los analistas, la escalada verbal de Bush y su secretario de Estado tenía varios objetivos principales. El primero, el más obvio, tratar de convencer a Saddam de que el gobierno de Estados Unidos estaba dispuesto a llegar hasta el final. El segundo, preparar al público norteamericano para la eventualidad de una confrontación. Y el tercero, echar una columna de humo sobre el desastre del presupuesto, en el que la autoridad presidencial quedó seriamente comprometida. Ello resultaba especialmente importante una semana antes de las elecciones legislativas.
Pero las frases de halcón del presidente norteamericano no produjeron con precisión el efecto proyectado. Las palabras del presidente estaban destinadas a asustar a Hussein, no al público norteamericano ni a su Congreso. Ese efecto resultó especialmente desfavorable en la medida en que esa misma semana, el Congreso acababa de designar un comité de 18 miembros con la misión de vigilar de cerca las acciones del ejecutivo, ahora que la corporación entrara en el receso de fin de año.
Los congresistas habían llegado a advertirle al presidente que evitara la provocacion como medio para iniciar las acciones. El representante Dante Fascell, presidente del comite de relaciones exteriores de la Camara, declaro al respecto que si va a haber una provocacion, tiene que ser verdadera. Tiene que ser algo que resista el analisis de los medios, del publico y de la historia.
El (Bush) lo sabe muy bien".
El objetivo de hacer olvidar el desgobierno presente en el asunto del presupuesto, tampoco se logro. Hasta entonces, la gran disculpa de Bush era que se sentía mas a gusto manejando los asuntos internacionales que los domésticos.
Pero Bush tuvo la poca fortuna de hacer sus comentarios casi al mismo tiempo en que John Sununu, su jefe de "slaf", se expresaba en términos conciliatorios en una entrevista de television. Sununu declaró que el presidente estaba Comprometido todavía con hacer todo lo posible en el frente diplomático para evitar las hostilidades.
Esa incongruencia resultó ser la repetición, corregida y aumentada, del desastroso desempeño de la Casa Blanca en el asunto del presupuesto. Lo que es mas grave, algunos funcionarios de alto nivel indicaron a los periódicos, que los comentarios presidenciales no habían sido planeados, ni en el departamento de Estado, ni en la propia Casa Blanca. Llegaron a confesar que no tenían idea de porque el presidente había dicho lo que dijo, aparte del afan por hacer olvidar el presupuesto. Los aterrados analistas de Washington descubrieron que el presidente Bush se había quedado sin un flanco fuerte para presentar en tiempos de crisis.
En esas condiciones, no resultó sorpresivo para nadie el que Saddam no se asustara. Por el contrario, permaneció firme en su actitud de buscar los puntos débiles de la coalición que le enfrenta en el golfo. Eso, sin perder de vista la posibilidad de que las amenazas de Bush pudieran llegar a ser reales.
Sin embargo, en medio de amenazas y contraamenazas, los protagonistas de la crisis del golfo comenzaron a parecerse al pastorcito mentiroso. Saddam hizo lo suyo al decretar el racionamiento de combustibles para convencer a sus adversarios de que el embargo comercial estaba funcionando -y retrasar la guerra, pero tuvo que levantarlo ante la reacción negativa de su propia opinión pública. Pero ademas, las dificultades que debería enfrentar Bush para lanzar a sus soldados a una guerra, hacen pensar que aún falta algún tiempo para que ello suceda, si es que sucede.
Por un lado esta la oposición de su propio Congreso, que no quiere perder sus privilegios en la toma de esa decisión. Pero ademas, la posibilidad de que la acción militar se encamine a través de las Naciones Unidas se ve cada vez mas lejana, no sólo porque en ese caso las tropas deberían estar bajo la dirección de ese organismo internacional, sino porque cualquier miembro del Consejo de Seguridad "China, por ejemplo" podría vetarla.
Así, el elemento fundamental de la guerra moderna, la sorpresa, quedaría por fuera. Para muchos es claro que el presidente de Estados Unidos no podría lanzar a sus muchachos a una guerra sin cuartel en esas condiciones. Pero lo que mas preocupa a los analistas es que Saddam Hussein ya no es el único protagonista impredecible en la crisis del golfo.

CERO Y VAN CUARENTA
No importa que no se haya hecho el primer disparo de la guerra. El despliegue de una fuerza militar del tamaño de la que Estados Unidos tiene en Arabia Saudita, trae sus propios riesgos. La prueba de eso esta en los cuarenta militares norteamericanos que han resultado muertos hasta ahora. El último episodio mortal tuvo lugar en el buque anfibio Iwo Jima, cuando ocho marineros perdieron la vida al romperse un conducto de alta presión que los bañó con vapor a altísima temperatura.
El accidente se produjo a tiempo que un marinero resultó muerto y tres compañeros suyos gravemente heridos cuando un vehículo Bradley de combate se volcó en el curso de unos ejercicios nocturnos en pleno desierto saudita. Para completar, a la noche siguiente tres soldados estuvieron a punto de morir cuando el carnión que los transportaba de regreso a su base fue literalmente acribillado por un centinela norteamericano que aparentemente confundió el vehiculo. El centinela alcanzó a descargarles dos rondas de municiones punto 50 antes de enterarse de que disparaba en la dirección equivocada.
Los accidentes fatales han acompañado al despliegue militar norteamericano casi desde su comienzo. El primero fue un soldado arrollado por un camión militar, y el de mayor gravedad se presentó el 29 de agosto cuando un avión C-5 Galaxy de transporte se estrelló, poco después de despegar de Alemania con destino a Ryad. En ese incidente murieron 13 militares norteamericanos. Pero una serie de accidentes no sólo de aviones de combate sino de helicópteros, llevaron a la suspensión de las prácticas nocturnas. Para la mayoría de los observadores, la permanencia prolongada de unas fuerzas de ese tamaño hace pensar que accidentes como el del Iwo Jima no serán los únicos.