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MUERTE EN EL EXILIO

Muere Ferdinando Marcos, uno de los tiranos legendarios del siglo XX.

30 de octubre de 1989


El destino comenzó a quitarle su buena estrella a Ferdinando Marcos aquel 21 de agosto de 1983. Ese día el más peligroso opositor a su largo régimen dictatorial regresaba de un exilio de 3 años en Estados Unidos, para encabezar la campaña presidencial que, con casi total seguridad, sacaría a Marcos del poder. Pero el candidato no alcanzó a hablar con sus electores. Casi al frente de las cámaras de televisión que registraban su retorno, Benigno Aquino fue alcanzado por las balas de sicarios en un crimen nunca aclarado pero atribuido a órdenes del dictador. A partir de entonces, la trayectoria de Marcos tomó un rumbo descendente, que terminó con su exilio en Hawai y su muerte la semana pasada en Honolulú.

Ferdinando Marcos había nacido el 11 de septiembre de 1917, hijo de un importante político filipino. Desde su infancia sabía que su destino era la política y con ayuda de su padre logró convertirse en el representante más joven, al ingresar a la corporación a los 31 años de edad, tras defenderse personalmente, como abogado que era, de una acusación de asesinato. Luego de ser reelegido por dos períodos más, llegó al Senado en 1959. En esa época ya había tomado dos decisiones fundamentales: se había casado con la hermosa Imelda Romualdez, ex reina de belleza y cantante profesional, y había resuelto que nada ni nadie le impediría llegar a la presidencia de la República. Pronto demostraría la seriedad de sus propósitos. Luego de dos intentos fallidos en los que contó con el apoyo del Partido Liberal, no tuvo inconveniente en constituir su propio Partido Nacionalista, con el que derrotó en 1966 a su antiguo aliado Diosdado Macapagal. Dotado de una oratoria prodigiosa, el comienzo de la era de Marcos en el poder estuvo marcado por el desarrollo de la infraestructura del país: se construyeron miles de escuelas y se avanzó en la red vial y de electricidad. Pero la corrupción y el manejo que le dio a la economía hicieron que la brecha entre ricos y pobres se incrementara y sentaron las condiciones para el nacimiento, en 1968, del proscrito Partido Comunista y, sobre todo, del de su brazo armado, el Ejército del Pueblo Nuevo.

Tras sofocar violentamente unos levantamientos populares el 23 de septiembre de 1972 y acallar así las voces que clamaban por el final del "colonialismo" de Estados Unidos en Filipinas (las bases militares negociadas por Marcos en Washington eran la retaguardia fundamental del esfuerzo bélico en Vietnam), Marcos abolió el Congreso y se afianzó en el poder, con el famoso alegato de que había sido "enviado por Dios para salvar a su país del comunismo". Luego de más de 70 mil detenciones en los 5 años siguientes, el nuevo orden represivo dio unos resultdos económicos inesperados. La economía del país creció en 1973 en un desmesurado 10% y la inversión extranjera se incrementó enormemente.

Pero el desarrollo al deber pronto cobró su tarifa. La deuda externa sobrepasó el límite de los US$30 mil millones, la estructura económica del país comenzó a flaquear y, al final de la década de los 70, la situación era explosiva. Pero el verdadero detonante se presentó en 1983 con el asesinato de Aquino. El entonces presidente norteamericano Ronald Reagan, que lo había llamado "una respetable voz en cuanto a sensatez y moderación", canceló una visita oficial. Los empresarios, sus viejos aliados, le quitaron hasta el saludo, lo mismo que los bancos y la Iglesia. La crisis que se desencadenó luego de que 3 millones de personas asistieron a los funerales del político asesinado, fue la más grande desde que el país obtuvo su independencia de Estados Unidos en 1946. El peso comenzó una espiral de devaluaciones, se fugaron los capitales y, por lo menos, mil empresas quebraron, con lo que quedaron en la calle más de 600 mil personas.

En las elecciones parlamentarias de 1984 terminó de derrumbarse el mito de la invencibilidad de Marcos. En un claro golpe de opinión, la oposición alcanzó por primera vez el control de la tercera parte de la bancada y se convirtió en el canal de expresión del descontento generalizado. En noviembre de 1985, Marcos tomó la decisión de llamar a unas elecciones especiales para apaciguar a los críticos filipinos y, sobre todo, para demostrarle a su aliado norteamericano que contaba con el apoyo popular y que, por tanto, aún era una talanquera firme contra el comunismo. Al mes siguiente, el juicio contra los militares involucrados en el asesinato de Benigno Aquino terminó cuando fueron declarados inocentes por el tribunal, ante la indignación del país entero. Una cosa llevó a la otra. Al otro día, el 3 de diciembre de 1985, la viuda del dirigente asesinado declaró su intención de postularse a las elecciones con el respaldo de un frente único de oposición y del influyente político Salvador Laurel, quien sería su compañero de fórmula.

Desde que comenzó su campaña, la señora Corazón Aquino demostró que, esa vez, los días del dictador en el poder estaban contados. De nada valían los esfuerzos de los partidarios de Marcos quienes, según denuncias del arzobispo de Manila, Jaime Sin, intimidaban a los de la Aquino y difundían propaganda calumniosa sobre sus antecedentes. El 5 de febrero de 1986, dos días antes de las elecciones, la señora Aquino, quien carecía de toda experiencia política logró reunir en un acto político a más de un millón de personas, la mayor asistencia de la historia del país. Pero las perspectivas de fraude eran tan evidentes que un grupo privado filipino, el "Movimiento Nacional para Elecciones Libres" (Namfrel, por su nombre en inglés) conformó un cuerpo de observadores que más tarde reportaría sobre la magnitud del robo, la violencia y la intimidación. A pesar de que los conteos de Namfrel y de observadores norteamericanos dieron como vencedora a Corazón, los dos tercios de escaños que aún tenía Marcos a su favor en la Asamblea Nacional lo declararon ganador absoluto de los comicios, por un margen de más de un millón de votos.

Pero ese procedimiento, que en otra época le había reportado tan buenos dividendos, esta vez no logró salvar a Marcos. No habían pasado 48 horas cuando la señora Aquino anunciaba el inicio de una campaña de desobediencia civil pacífica destinada a obligar al dictador a renunciar. El presidente Ronald Reagan, que algunos días antes había culpado a ambos bandos del fraude, finalmente se vio obligado a admitir que los abusos de los adherentes a Marcos habían sido tan graves que las elecciones podrían llegar a declararse nulas. Como era lógico, esa manifestación llevó a Marcos a declarar que había intervención extranjera en los asuntos internos de su pais, y que si la desobediencia civil continuaba, podría juzgar a sus líderes de sedición. Esa espiral de acontecimientos llevó a que, finalmente, el ministro de Defensa, Juan Ponce Enrile, le quitara su respaldo, con lo que se cerraba el círculo. Marcos, su esposa Imelda y una comitiva de 70 personas abandonaron precipitadamente el país en un avión norteamericano, acompañados por toneladas de barriles aparentemente repletos de riquezas.

Al desembarcar en Hawai, los televidentes del mundo entero vieron a un hombre envejecido y debilitado, apenas la sombra del hábil político que durante 20 años sorteó toda clase de contingencias, lidió con 5 presidentes norteamericanos y mantuvo a su país en una especie de estupefacción ante su figura y la de su ambiciosa esposa Imelda. El descrédito del ex dictador había llegado a límites exasperantes. Sus viejas historias de heroísmo en la resistencia contra los japoneses en la Segunda Guerra Mundial fueron ridiculizadas abiertamente por los norteamericanos, mientras las excentricidades de Imelda, su guardarropa de miles de vestidos y pares de zapatos, le daban un tinte pintoresco. El espectáculo de opulencia cortesana que se encontraron las hordas que tomaron por asalto el palacio presidencial de Malacanang, le dio la vuelta al mundo. Marcos había convertido al tesoro nacional de las Filipinas en una cuenta corriente personal y de su esposa.

Lo demás, es historia. Desde su llegada a Hawai la salud del ex dictador entró en un proceso irreversible de deterioro, agravado por la batalla legal que comenzó Corazón Aquino para recuperar los millones de dólares así como las colecciones de obras de arte y las mansiones en Nueva York y en una docena de ciudades europeas. Uno de los procesos, abierto en Nueva York contra el ex dictador, su esposa y el millonario árabe Adnan Kashoggi, puso a este, que habría actuado como testaferro en la adquisición de inmuebles, en la cárcel en Suiza, primero, y en su condición actual de prisionero en Nueva York, después. Imelda resultó en libertad provisional, con la situación del propio Marcos en suspenso por su estado de salud. Ahora que el dictador ha muerto, su esposa deberá enfrentar sola el final del juicio, en el que las autoridades norteamericanas acusan a la pareja de haber defraudado al tesoro filipino en una suma no inferior a US$105 millones.

Con la muerte de Marcos desaparece otro de los dictadores legendarios del siglo XX. Sus 20 años al frente de los destinos de su país trajeron la modernización del mismo, pero también su estancamiento frente a sus vecinos asiáticos. A pesar de su furibundo anticomunismo, que le valió el respaldo a ultranza de Estados Unidos, al salir de la presidencia dejó un país convulsionado por la subversión de los guerrilleros comunistas. A pesar de su tan cacareado nacionalismo, el país aún siente la sombra de la amenaza de secesión proyectada por los musulmanes del sur. Y, sobre todo, como lo afirman los observadores más connotados, con su entrega incondicional a la metrópoli norteamericana, dejó a su paso un país sin identidad, con los valores trastocados y sin muchas esperanzas. Tres años después de haber asumido el poder, Corazón Aquino sabe muy bien que, antes que construir, su tarea es la de reconstruir a las Filipinas.--