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NACIDO PARA TRIUNFAR

Sin mayores méritos personales, el ascenso político le ha sido servido a Bush en bandeja de plata.

5 de diciembre de 1988

Los norteamericanos lo llaman el "síndrome de la cucharita de plata" y se lo atribuyen a los que en Colombia serían considerados "hijos de papi".Quienes sufren esa condición se pasan la vida tratando de hacer creer a los demás que los privilegios que tuvieron cuando pequeños, poco o nada tuvieron que ver con los éxitos que les deparo la edad adulta. Ese es el caso de George Bush, a quien ni amigos ni enemigos jamás le podrán borrar un pasado que podría calificarse de patricio.
Los orígenes de George Bush lo colocan entre lo más granado de la sociedad norteamericana del este del país. Su padre, Prescott Bush, era hijo de un acaudalado industrial del medio oeste y corredor de bolsa de Wall Street. No fue sino hasta después de que sus hijos entraron a la Universidad que Prescott resolvió entrar a la política, aunque, como se diría más tarde, más para hacer honor a su posición social que movido por la fuerza de las ideas. Fue senador durante 10 años en los que se distinguió por su incorruptibilidad a toda prueba y hasta el fin de sus días, en 1972, ostentó un merecido carácter de patriarca.
La madre, Dorothy Bush, quien a los 86 años bien podría asistir a la posesión de su hijo como Presidente de los Estados Unidos, era el prefecto de disciplina de la familia, la encargada de que sus hijos se criaran en el más puro estilo de los WASP (White anglosaxon protestant) o blancos protestantes anglosajones, disciplinados, modestos, frugales y competitivos. Deportista insigne, Dorothy nunca permitió que sus hijos tuvieron el más mínimo detalle de descortesía en el juego y siernpre ponía por delante de las hazañas personales de sus hijos las de sus compañeros. Para ella, hablar de sí mismo era un pecado mortal, algo que el candidato a la Presidencia llegó a resentir durante la campaña, cuando se le veia poco convincente a la hora de presentarse ante sus electores.
El segundo de cinco hermanos, George Herbert Walker Bush, nació el 12 de junio de 1924 en Milton, Massachusetts, y se crió en una mansión de nueve habitaciones situada en Greenwhich, Connecticut, un enclave de riqueza y poder situado a una hora de Nueva York. Allí, luego de un desayuno matizado por la lectura de la Biblia, era transportado diariamente a su colegio por un chofer que después le llevaba casi siempre al Country Club a jugar tenis.
Nunca un estudiante sobresaliente, sus méritos radicaban más en las actividades extracurriculares que en las académicas. Su bachillerato en Phillips Academy, en Andover, estuvo marcado por su nombramiento como presidente de la clase y capitán de los equipos de fútbol (soccer) y de béisbol y, para hacer honor a su fe episcopal, de los estudiantes diáconos. Ya era el muchacho más querido por todos, quien en la infancia, influido por su madre, se había ganado el apodo de Have-Half (ten la mitad) por su obsesión por compartir todo con sus compañeros. Ya era evidente que, por encima de cualquier cosa, el principal motivo de la vida de Bush era la aceptación de los demás.
Seis meses después de que los japoneses bombardearan Pearl Harbor, Bush se graduó de High school. En su cumpleaños número 18, contra los deseos de sus padres, ingreso a la Marina y cuando obtuvo sus alas de piloto naval, en agosto de 1943, se convirtió en el aviador más joven del cuerpo. Dos años más tarde, el joven aristócrata era reconocido como heroe de guerra. El 2 de septiembre de 1944 estuvo a punto de morir cuando su avión torpedero fue alcanzado por las balas enemigas sobre la isla de Chichi Jima. Murieron su navegante y su artillero, y Bush fue rescatado una hora más tarde por un submarino.
Tres meses más tarde, haciendo uso de un permiso se casó con su novia de toda la vida, Barbara Pierce, cuyo padre era presidente del grupo editorial McCall,s. Tras su salida de la Marina en septiembre de 1945, Bush entró a estudiar economía en la Universidad de Yale donde, de nuevo brillo más en los deportes que en la notas. Tras obtener su diploma, Bush mostro tal vez el acto de rebeldía más importante de su vida. En vez de seguir la ruta obvia de convertirse en un financista más de Wall Street, la joven pareja, junto con su primogenito, se encaminó a Texas donde Bush quería sacar alguna tajada del boom del petróleo. Allí tuvo que ganarse la vida, pintando maquinaria por US$375 al mes, pero pronto, con la ayuda financiera de su padre, logro iniciarse en el negocio del oro negro. Hacia 1953, la fortuna de los Bush se había incrementado considerablemente y George junto con otros tres socios estableció su propia compañía de exploración, Zapata Petroleum que le permitió, con el correr de los años, convertirse en millonario por cuenta propia .
Pero mientras las cosas se estabilizaban económicamente, la tragedia llamo a la puerta: su hija Robin, de tres años, murió de leucemia. La familia permaneció en Texas 11 años hasta que a Bush le pico el gusanillo de la política. En 1964, dos años después de que su padre se retirara del senado, participó en sus primeras elecciones para el senado y perdió. Tres años más tarde un distrito republicano de Houston le envio a la cámara de representantes y allí permaneció durante dos legislaturas. Un nuevo intento por ingresar al senado, en 1970, le llevó a la derrota ante nadie menos que Lloyd Bentsen, candidato democráta a la vicepresidencia en estas elecciones.
Cualquiera hubiera pensando que su carrera política estaba terminada. Sin embargo, el padrinazgo de Richard Nixon lo llevo como embajador ante las Naciones Unidas en 1971, donde le correspondió el equívoco papel de defender la posición de Taiwan en el organismo, mientras a sus espadas el presidente Nixon y Henry Kissinger coqueteaban con la China de Mao. Dos años más tarde, volvio a ser el trompo de poner, cuando se convirtió en presidente del Comité Nacional Republicano, algo así como el Directorio Nacional, en una época en que toda su misión era defender la posición de su partido ante el escándalo de Watergate. Para mayor paradoja, tras la renuncia de Nixon, Gerald Ford le envió como embaiador ante el país que tanto había atacado en la ONU, la China Comunista, donde permaneció un año hasta ser nombrado, otra vez como bombero,en la dirección de la CIA (ver recuadro). Aún a despecho de la perdida de imagen que ese cargo generalmente reprensenta, tuvo el coraje de intentar ser el candidato republicano para 1980, cuando fue derrotado por muy estrecho margen, por Ronald Reagan, quien poco más tarde lo nombró como compañero de fórmula.
Ocho años más tarde, George Bush se ha convertido, tras una campaña calificada de sucia, en el próximo Presidente de los Estados Unidos. Todavía trata de convencer a quienes quieren oírlo, de que sus orígenes nada tuvieron que ver en su triunfo.

SIMPLEMENTE BARBARA
Dicen que la mejor arma política de George Bush durante la campaña fue su esposa Barbara. En la etapa inicial del debate electoral, cuando aflora el puritanismo de la sociedad norteamericana -que no permite un desliz a quien aspire a un destacado puesto en la administración pública-, el candidato republicano presentó orgulloso una familia unida y 43 años de feliz matrimonio con Barbara Pierce.
Marido fiel, padre espléndido y abuelito cariñoso, Bush carecía, sin embargo, del carisma suficiente para conquistar nuevos electores. No obstante, Barbara convenció a los norteamericanos de que, conociéndolo a fondo, George era un hombre cálido y afectuoso. "Lo que hace funcionar nuestro matrimonio es que hablamos mucho... Y él es ¡tan simpático!".
Esta mujer de apariencia dulce y carácter fuerte, que ha permanecido siempre a la sombra de su marido, será sin duda la asesora de cabecera del nuevo presidente de los Estados Unidos. Aunque ella afirma que nunca interviene en cuestiones políticas, de la misma forma que su marido no lo hace en los asuntos domésticos, es difícil creerlo. Y lo confirman las palabras de una vecina y compañera diaria en la práctica del tenis de Barbara Bush, quien afirmó recientemente: "Ella no ama a George en la forma atolondrada y ciega que Nancy quiere a Ron. Cuando él se sale de la línea, Barbara inmediatamente se lo señala" .
Quienes conocen de cerca a la nueva primera dama de los Estados Unidos, la describen como una mujer inteligente, culta, equilibrada y discreta, dotada de un marcado espíritu crítico, con sentido del humor, pero una verdadera leona cuando se trata de salir en defensa de su marido.
A pesar de ello, puede decirse que el arma secreta con que Barbara Bush conquistó al electorado fue su discreción. Desde el comienzo de la campaña se la consideró como una "primera dama ideal". En ello intervinieron varios factores: está dentro de la misma línea de conducta de sus últimas antecesoras; durante los pasados ocho años ha sido la "segunda dama", de la nación y no necesitará mayor entrenamiento para asumir sus funciones como esposa del presidente.
Barbara, esa mujer recia con apariencia de matrona, y quien ocupará la Casa Blanca durante los próximos años, se enamoró muy pronto, cuando apenas tenía 16 años, del más joven piloto de la Marina norteamericana, George Bush. Y el romance fue tan a primera vista y tan intenso que, 18 meses después, cuando su avión fue derribado durante la segunda guerra, en el fuselaje llevaba escrito el nombre de Barbara.
Se casaron en 1945 y desde entonces han estado juntos en las duras y las maduras. En 1953, perdieron a su segunda hija de tres años, víctima de la leucemia. Desde 1963, cuando Bush decide lanzarse a la arena política, Barbara apoya sus aspiraciones de llegar algun día a entrar por la puerta grande de la casa de los presidentes. Y aunque permanece y ha permanecido en la sombra, Barbara no ha sido un ama de casa más. Además de haber educado a sus cinco hijos -George (42 años), Jeb (35), Neil (33), Marvin (31) y Dorothy (29)-, es activa voluntaria en las campañas contra el analfabetismo, a las que ha contribuido no solamente con su presencia, sino con la pluma. Para recolectar fondos escribio hace algunos años un libro de humor, "La historia de C. Fred", cuyo protagonista era, ni más ni menos, que su perro cocker spaniel.
Firme defensora de su vida privada, a la que cuida como un cancerbero, cuando el consejero de medios de la campaña de su esposo llegó para asesorarla,le advirtió amable pero firmemente: "Haré cualquier cosa menos cambiar el color de mi pelo, modificar mi guardarropa o bajar de peso". De 63 años, y 1.78 metros de estatura, a Barbara no solo la tiene sin cuidado aparentar más edad que su marido, sino que no conoce la vanidad ni por el forro. Por eso, dicen las malas lenguas, no sólo no dictará la pauta en materia de moda, sino que tampoco se verá envuelta, como su antecesora Nancy, en "líos de faldas" con diseñadores famosos y vestidos rutilantes de miles de dólares. Lo que sí es seguro es que Barbara, como la Reagan, ejercerá el poder detrás del trono.