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NAUFRAGIO DE UN CARGAMENTO OMINOSO

Greenpeace interviene en el caso del hexafluoruro de uranio

1 de octubre de 1984

Una vez más el transporte de productos radioactivos y de desechos nucleares ocupa las primeras planas de la prensa mundial, y se suma a los dolores de cabeza de la población europea. El motivo esta vez es el naufragio de un carguero francés con 450 toneladas de hexafluoruro de uranio, ocurrido en el Mar del Norte, frente a las costas belgas. El pasado sábado 25, el Mont-Louis, que iba de Dunkerque (Francia) hacia Riga (URSS), entró en colisión con el ferry oeste-alemán Olau Britannia y se hundió a una veintena de kilómetros de Ostende, Bélgica. Al día siguiente, la organización internacional ecológica Greenpeace daba la señal de alarma. Sólo hasta el lunes por la tarde el gobierno belga producía los primeros informes oficiales. Dos días de silencio que le abonaron bien el camino a una serie de especulaciones, unas más justas que las otras.
En efecto, mientras el primer viceministro belga sufría "de una fuerte angina que le obligó a guardar cama tres días", y el segundo viceministro se encontraba en el extranjero, la opinión pública sopesaba las amenazas de polución nuclear y radioactividad. Aparentemente, buena parte de esos rumores resultó, por fortuna, infundada. Sin embargo, a varios días del accidente quedan aún muchas preguntas por resolver, y la inquietud general se halla lejos de haber sido apaciguada.
El hexafluoruro de uranio es un producto que interviene en la cadena del combustible nuclear. A bajas temperaturas se encuentra en estado sólido. Calentándolo a más de 56 grados centígrados se transforma en gas (de bajo nivel radioactivo pero altamente tóxico) que, después de ser enriquecido, puede ser utilizado por las centrales nucleares. En el momento de ser transportado por el Mont-Louis, el hexafluoruro se encontraba en estado sólido. Por ello, solamente la concurrencia de una serie de circunstancias desafortunadas pondría en real peligro a la región: el calentamiento del agua, una explosión, una grieta en los tanques. Uno de estos factores podría desencadenar un escape de gas de hexafluoruro de uranio, el cual, al contacto con el vapor de agua, se transforma en ácido fluorhídrico que puede causar serias quemaduras cutáneas.
En resumen, el peligro de polución (química, no radioactiva) parece débil. No obstante, no se trata tampoco de "tentar al diablo", y las autoridades francesas y belgas se afanan por retirar de la zona el cargamento, lo que, al parecer, puede tomar más de cinco semanas. Razones financieras por lo demás tampoco faltan. Según el diario francés Le Monde, por lo menos 200 millones de francos costaría el cargamento del Mont-Louis. También habría razones políticas: el gobierno francés es considerado como "moralmente responsable" por la opinión pública internacional, y la misma comunidad europea le exige a Francia explicaciones precisas sobre el accidente.
Al margen, el debate sobre el transporte de material radioactivo se sigue desarrollando. Para empezar, ¿qué hacia un barco francés, con semejante cargamento, camino de la URSS? La explicación se encuentra en un contrato firmado entre Francia y la Unión Soviética a comienzos de los años 70. En ese momento la tecnología para enriquecer el uranio se hallaba casi completamente monopolizada por los Estados Unidos, y varios países europeos (entre ellos Bélgica y Francia) se vieron obligados a negociar con la URSS, la cual parecía realizar el proceso a precios más atractivos. Actualmente, pese a que Bélgica y Francia han desarrollado la capacidad tecnológica, el uranio sigue siendo enviado a Riga para ser enriquecido, en cumplimiento de viejos contratos todavía vigentes. Así, de los treinta toneles de hexafluoruro de uranio (de 15 toneladas cada uno) que transportaba el Mont-Louis, nueve eran de propiedad de Bélgica, y los 21 restantes de Francia.
El hundido era sólo un cargamento más dentro de una peligrosa rutina que ha movilizado (teniendo en cuenta solamente al transporte francés marítimo) 2.500 toneles de hexafluoruro de uranio en los últimos 10 años. Según los datos de Greenpeace, el uranio utilizado en la central nuclear de Biblis (Alemania Federal), recorre antes de llegar a su meta 37.000 kilómetros por mar y 8.000 por vía terrestre. Tal itinerario fantástico, parte de las minas de uranio en Canadá, pasa a Riga en la URSS, se devuelve a los Estados Unidos, vía canal de Panamá --en donde es transformado en combustible nuclear-- y finalmente regresa a Europa, al puerto alemán de Hamburgo.
Que el transporte de materiales nucleares se haya convertido en algo aparentemente tan trivial no deja de ser preocupante. Hoy, para los mismos comandantes de barcos cargueros llevar y traer tales productos no constituye ninguna novedad. Con todo, Greenpeace parece haber logrado esta vez el apoyo del sindicato de marinos británicos, el cual le reclamó ayer a Londres "el embargo internacional de todos los transportes marítimos de materias nucleares". Así mismo, la organización ecológica espera lograr un acuerdo de los trabajadores de los puertos franceses, para que se abstengan de cargar 250 kilos de plutonio (producto que encierra riesgos radioactivos infinitamente superiores), los que deberían ser enviados a Japón el mes próximo.--