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Gesine Schwan. Foto: AP

ENTREVISTA

“No se puede vivir detrás de un muro”

Gesine Schwan, una de las mujeres e intelectuales más importantes de Alemania, habla sobre lo que significó el Muro de Berlín.

Por Camilo Jiménez
7 de noviembre de 2009

Uno de cada diez habitantes de la ex República Democrática Alemana (RDA) está insatisfecho con la vida en la Alemania reunificada. ¿Tiene razones para celebrar el próximo 9 de noviembre los 20 años de la caída del Muro de Berlín?
 
¡Claro que hay razones para celebrar! No hay duda. Yo trabajé durante nueve años en el Oriente de Alemania, viajo frecuentemente a esa región del país y debo decir que nunca he sabido de alguien que no aplauda la caída del Muro. Decir lo contrario significaría que hoy la situación en el Oriente es por lo menos tan mala como en los tiempos de la RDA. Y eso por supuesto no es así.
 
Pero hay frustración, la mayoría de los orientales no se siente integrada en la Alemania reunificada.
 
Sí, hay frustración, pero sus raíces no sólo yacen en lo material —los altos niveles desempleo, los problemas en materia de salud y los bajos ingresos—, sino también en la psicología de algunos habitantes del Oriente de Alemania. Muchos no tienen la impresión de que se les hubiera visto como iguales durante el proceso de reunificación de las Alemanias. Más bien se sintieron tratados como “la familia pobre”, y eso ha sido un problema. Pero no podemos generalizar. Hubo muchos occidentales que intentaron hacer las cosas bien. Y los miles de orientales que opusieron resistencia en los tiempos de la dictadura nunca estarían dispuestos a añorarla.
 
¿Qué significado tiene para usted el 9 de noviembre de 1989?
 
Para mí ese día tuvo lugar el derrumbamiento de una dictadura, de un estado que le impedía a la gente expresar sus opiniones libremente, que no les permitía salir de su territorio, que confrontó a sus habitantes constantemente con la arbitrariedad y que humilló a muchos. Yo celebro que todo esto haya terminado y que Europa hubiera podido llegar a un acuerdo para lograrlo. Son razones para sentir alegría.
 
Usted es gran conocedora del Este alemán y europeo. ¿Se siente allá tanta alegría?
 
En los países de Europa Oriental lo ven de la misma manera. Y en cuanto a Alemania… Llevo 40 años recorriendo Alemania Oriental y no tengo duda de que ha habido grandes cambios. Le doy un ejemplo: una ciudad llamada Meißen, en el Estado de Sajonia, estaba antes de la caída del Muro totalmente devastada, el centro de la ciudad era literalmente un hoyo en el que hasta los árboles se habían caído. Hoy Meißen es una joya arquitectónica y cultural. Lo mismo vale para otras ciudades antiguas, como Görlitz, en Alta Lusacia, en la frontera con Polonia. Se han reconstruido y mejorado muchísimas cosas, eso no se puede dudar. Pienso que ver la situación partiendo de un punto de vista negativo es negarse a ver la realidad.
 
Pero las cifras lo dicen: en el Oriente la pobreza y el desempleo son más altos que en el Occidente.
 
Sí, es verdad, hay más pobreza y más desempleo. Pero vea usted: éste último, por ejemplo, aunque es un problema serio, no depende de Alemania Oriental como tal. Además no se puede olvidar de que en Sajonia y en los alrededores de Berlín las cosas están mucho mejor que en ciertos lugares del Occidente.
 
Pero hay regiones en Alemania Oriental que no han alcanzado el nivel de desarrollo que los padres de la Reunificación habrían deseado. Durante el Mundial de Fútbol de 2006 se hablaba incluso de “No-Go-Zones”.
 
¡Pero las hay también en el Occidente del Alemania! Basta darle una visita a la Cuenca del Ruhr para ver zonas en una situación mucho peor que muchas de las regiones que se suelen mencionar en Alemania Oriental. Le pongo el ejemplo de Gießen, una ciudad en el Occidente. Allá la estación central de trenes y sus alrededores no son comparables con las estaciones y los barrios cercanos en ciudades como Fráncfort del Oder, en la frontera con Polonia.
 
Pero Fráncfort del Oder, por ejemplo, es lamentablemente una de las ciudades con peor fama en el Oriente de Alemania.
 
Cómo va a ser, si la ciudad se ha desarrollado muy bien. Lo que pasa es que, como la mayoría de las ciudades del Oriente de Alemania, Fráncfort del Oder ha perdido una parte significativa de sus habitantes. Antes de la caída del Muro tenía 90.000 habitantes, hoy sólo viven 65.000 personas. Se suele preferir vivir en el Occidente pues se cree que allá no hay desempleo. Lo cual no siempre es verdad. Baden-Wúrtemberg, por ejemplo, que antes era una de las regiones más prósperas del país, últimamente ha sido fuertemente atacada por el desempleo a raíz de la crisis financiera mundial. Pero volviendo a casos como el de Fráncfort del Oder, nadie puede negar que ha cambiado mucho durante los últimos 20 años, tanto físicamente, como en relación con la mentalidad de sus habitantes. Una de las cosas que más ha mejorado ha sido el fenómeno de la xenofobia. En Fráncfort del Oder hubo durante los años inmediatamente posteriores a la caída del Muro numerosos ataques racistas contra extranjeros. Yo fui rectora de la universidad y lideré la lucha contra esta tendencia. Hoy en día ya no ocurren esas cosas.
 
¿Qué ha aprendido Alemania de los difíciles años de la división?
 
Todos hemos tenido que aprender. Es más, ya estando reunidos también hemos tenido que aprender, pues la situación después de 1989 no ha sido fácil. Me refiero, por ejemplo, a la globalización y la subsecuente crisis económica que han tenido lugar años después del derrumbamiento del Bloque Oriental. El desempleo ha aumentado, esto ha sido una carga enorme para el país. Y en cuanto a la democracia: creo que la población del Oriente de Alemania ha tenido tiempo suficiente para ocuparse de ello a través de la educación y de docenas de iniciativas civiles que se han tomado el tema con absoluta seriedad. Yo, sin embargo, me niego a decir que los orientales deben aprender de los occidentales, pienso que cada cual tiene que vivir sus propias experiencias y aprender de ellas.
 
¿Y han aprendido los occidentales algo de quienes vivieron en la Alemania socialista?
 
Hay algunas cosas que deben servir de ejemplo. La austeridad en que debieron vivir los orientales les permitió desarrollar una gran capacidad de improvisación, con la que pudieron hacer grandes cosas con pocos medios. Eso hay que reconocerlo y es admirable. Otro ejemplo es la solidaridad. En Alemania Oriental había una enorme tendencia a ayudarse unos a otros por iniciativa propia. Eso es positivo. Una de las consecuencias de la acelerada modernización de nuestra sociedad es que comportamientos de ese tipo son escasos en Alemania y Europa occidental. La pérdida de los vínculos personales es triste. Es una señal de empobrecimiento, pero a la vez es parte del progreso modernista. Y eso es así. En el siglo XIX las familias y las comunidades eran más unidas, pero a la vez eran más limitadas.
 
¿Cómo es hoy la relación entre el Oriente y Occidente de Alemania?
 
Hoy día es una relación de cooperación, ya no es la de maestro y aprendiz.
 
¿Por qué razón se resquebrajó el Estado oriental?
 
Hay muchas, pero sin duda una de las más importantes fue el crecimiento de la desconfianza por parte de la población hacia el Estado. No era posible controlarlo todo, y sin embargo, se hizo el intento. La consecuencia de esto fue la traición en la RDA. Sobre todo en relación con la Stasi estuvieron muchos habitantes de Alemania Oriental dispuestos a darle la espalda al Estado. Una parte esencial de la existencia humana es la vida pública, la vida social, el intercambio; no se puede vivir detrás de un muro. Por esta razón surgió la hostilidad contra el sistema.
 
¿Qué significó el Muro para los alemanes?
 
Hubo diferentes significados, pues los alemanes son muy distintos entre sí. Hubo unos, por ejemplo en Baviera, que ni siquiera lo notaron y que por ello no se vieron tan comprometidos como otros con la perspectiva de una reunificación. Ese es un extremo. El otro extremo es el de los alemanes orientales que, por supuesto, sí sintieron la división, salvo que fueran comunistas a la décima potencia. Todos sintieron inmediatamente la división por el simple hecho de el Muro significó el fin de libertad de movimiento. El hombre está provisto del deseo de moverse. En la RDA estaba limitado. Y hubo casos aun más extremos: existieron familias que fueron destruidas por el Muro, que no pudieron volver a verse, inclusive padres e hijos. En términos más generales, creo que nadie puede negar que el primer significado del Muro para todos fue sufrimiento, mucho sufrimiento.
 
Usted es de quienes si bien llama a Alemania Oriental una dictadura se niega a usar un término muy común en Alemania para referirse a la RDA: el de “nación dictatorial” (“Unrechtstaat”). ¿Cuál es la diferencia?
 
El problema central radica justamente en lo complicado que es definir con precisión a un “Unrechtstaat”. Sobre todo si de esta forma se intenta expresar más de lo que la palabra “dictadura” quiere decir, a saber, el dominio de la arbitrariedad, la carencia de justicia y la abolición de la división de poderes. Cuando se habla de “Unrechtstaat” se suele incluir también a quienes están en el entorno del Estado, es decir, a la ciudadanía.
 
Por esta razón yo rechazo el uso de este concepto. Otros lo usan, arguyendo que un Estado sin libertad y sin democracia no es legítimo. Y no se equivocan al decir eso, pero así bastaría con llamar a la RDA una dictadura. A pesar de todo lo terrible que ocurrió en la RDA, el Estado no lo abarcaba todo y mucho menos a todos sus ciudadanos. Si bien no hubo libertad de movimiento, sí existía un cierto grado de libertad que no permitió que el Estado se los devorara a todos. La gente no tenía que hacer parte de la burocracia, no tenía que trabajar para la Stasi, no estaba automáticamente comprometida en todos los actos de este Estado.
 
Yo visitaba frecuentemente a mis amigos allá, en Alemania Oriental. Eran católicos y no eran miembros del partido socialista, ni colaboraban con la Stasi. Y sin embargo, si uno les decía que ellos vivían en un “Unrechtstaat” siempre respondían aterrados, pues llamar a su país así implicaba que ellos también eran parte de la dictadura, y eso no fue así. Muchos, como ellos, opusieron resistencia desde muy temprano y vivieron en ese país a pesar de que les tocó aceptar la perdida de los beneficios de la libertad. El concepto de “Unrechtstaat” implica que los ciudadanos que vivían en él y que poseían una conciencia moral habrían debido enfrentarse a este Estado y que quienes no lo hicieron son culpables de los crímenes del régimen. Pero eso no es justo, sobre todo si proviene de la boca de occidentales que nunca vivieron tal peligro.
 
Se suele comparar ciertos desarrollos en la RDA con el estado nazi. ¿Le parece justo?
Hannah Arendt subraya en su teoría sobre el totalitarismo un fenómeno muy particular: el estalinismo y el nacionalsocialismo, más allá de las diferencias ideológicas absolutas, son estructuralmente similares. Totalitarismo, para Arendt, es el monopolio de la opinión pública, ese es el núcleo de su teoría. Ahora bien, en la RDA ese no era el caso. La intención con que fue fundada la RDA fue totalmente distinta de los objetivos del estado nazi. Y en este sentido creo que la comparación es importante. El caso de la RDA es el de un Estado con buenas intenciones que para realizarlas cortó las libertades individuales y se pervirtió estructuralmente a través de la arbitrariedad. Y sin embargo, los objetivos de la RDA no eran los mismo del estado hitleriano. Ni hubo planes de perpetrar un genocidio, ni de atizar una Guerra Mundial, ni de atacar a los vecinos. Esta distinción es importante.
 
Hay quienes critican el proceso de reunificación de las dos Alemanias, diciendo que Occidente absorbió a la RDA sin la más mínima consideración. ¿Se debió haber tenido más reparos?
 
Un proceso de unificación no puede ser conducido como si se estuviera desviando el cauce de un río. En primera medida, siempre fui de la opinión de que era imposible que hubiera dos naciones alemanas completamente distintas, considerando en especial la situación de Berlín, que era una parte de una de las Alemanias dentro de la otra Alemania. Nunca creí que la RDA pudiera convertirse en un Estado de habla alemana, independiente y diferente de Alemania, como lo es hoy por ejemplo Austria. Eso era imposible, había una dinámica que jamás habría podido conducir a eso.
 
Yo no veo una reunificación sino más bien una unificación, pues no hay que olvidar que la Alemania de 1989 no era la misma Alemania de 1945. En 1989 se alcanzó finalmente la unidad nacional. La idea de “re-unificar” al país implica que después de cierto tiempo habríamos podido volver al país como era antes. Pero en 1989 toda Alemania había cambiado y había que llevar a cabo una unión bajo nuevas condiciones. Había 20 millones de alemanes más, las diferencias regionales seguían siendo las mismas —Alemania nunca ha sido una nación uniforme— y además teníamos que seguirle el paso a la globalización. A partir de 1989 tuvimos que construir una identidad propia para entrar a jugar un papel en el mundo.
 
No se trataba de ser homogéneos, sino más bien de saber cuáles eran las metas que todos los alemanes juntos queríamos alcanzar. Creo que ese es un concepto moderno de construcción nacional y creo que es en gran parte lo que viene sucediendo hasta hoy.
 
¿Hacia dónde va la Alemania reunificada? ¿Se olvidarán algún día las diferencias que dejó la división?
 
Las cosas cambiarán, pero no en 20 años. Hay diferencias en la actitud y en la mentalidad que aún existen, sobre todo en el nivel informal. Pienso que incluso cuando la generación del Muro muera sus hijos irremediablemente portarán esa herencia a causa de la influencia familiar. Así que las cosas sí cambiarán, pero sólo paulatinamente. Menos de 35 o 40 años no va a durar hasta que desaparezca la sombra de la división.

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Gesine Schwan nació en Berlín en 1943. A sus 32 años, después de doctorarse en Filosofía, recibió el título de Profesora a raíz de una investigación suya sobre sobre la crítica social de Karl Marx. Enseñó Ciencias Políticas y Filosofía en la Universidad Libre de Berlín, en Cambridge y Nueva York, hasta convertirse en 1999 rectora de la Universidad Viadrina de Fráncfort del Oder, una de las más reconocidas universidades del oriente de Alemania. Durante toda su carrera, su compromiso político ha sido intenso y ha influido a cientos de miles de alemanes. En 2004 y en 2009, el partido socialdemócrata SPD la postuló a la Presidencia de Alemania. Schwan es hoy una de las mujeres e intelectuales más importantes de Alemania.