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NO TAN SEGURO

Todo indica que las elecciones de Perù iràn a segunda vuelta. Y para entonces nadie sabe quièn ganarìa.

1 de mayo de 1995

CUANDO JAVIER PEREZ DE CUELLAR REgresó a Perú en agosto de 1994, para sumarse a la competencia por la primera magistratura del país, pocos pensaban que podría convertirse en un desafío serio contra la candidatura reeleccionista de Alberto Fujimori. Pero ahora, a menos de dos semanas de la primera vuelta de las elecciones peruanas, que tendrán lugar el 9 de abril, el ex secretario general de las Naciones Unidas ha logrado recortar distancias, al punto que no sólo no es descartable, sino que todo el mundo en Lima da por descontado que las elecciones serán resueltas en una segunda vuelta. No ha sido así siempre, porque a mediados del año pasado, todo jugaba a favor del presidente Fujimori.
El hijo de japoneses había logrado borrar mediante unas elecciones con sabor a plebiscito su imagen antidemocrática y el fantasma del autogolpe o 'fujimorazo' estaba casi disipado por cuenta de los éxitos en la represión contra el grupo terrorista Sendero Luminoso y por los buenos índices del desempeño macroeconómico del país, cuyo crecimiento llegó el año pasado al tope del concierto internacional con un increíble 12 por ciento, a tiempo que la inflación -que recibió en 2.000 por ciento- se quedaba en el 15 por ciento al final de 1994, la más baja de los últimos 23 años.
Pero lo cierto es que al 'Chinito', como lo llaman sus paisanos, se le ha ido volviendo el Cristo de espaldas, y la culpa la tiene fundamentalmente la guerra fronteriza que en forma insólita enfrentó a Ecuador con Perú, dos países unidos por historia, raza y por la pobreza de sus habitantes.
Lo cierto es que si bien no se sabe con certeza quién disparó el primer tiro, es claro que Fujimori no era el más interesado en desencadenar el conflicto, pues en ese momento ostentaba más del 53 por ciento de la intención de voto de sus conciudadanos. Por eso el peruano pareció tomado fuera de base, sus tropas fracasaron en la expulsión rápida de las ecuatorianas, que se posicionaron sorpresivamente bien, y el propio presidente cayó en un triunfalismo sin respaldo que le quitó el aura mágica de ser un oriental con perfecto control de todas las situaciones.
Ese traspié -suavizado parcialmente por la captura de la actual número dos de Sendero Luminoso, Margie Clavo- hizo que su popularidad descendiera al 47 por ciento, lo cual le pone en la cuerda floja, porque de no alcanzar la mitad más uno el 9 de abril, lo más probable es que se enfrente en segunda vuelta a una coalición opositora que sería liderada, casi con seguridad, por Pérez de Cuéllar.
Pérez de Cuéllar, un distinguido diplomático de 75 años que vivía en París hasta que aceptó los ruegos de algunos sectores políticos para que presentara su nombre, es el segundo en la carrera con el 22 por ciento del favoritismo, muy por encima de Ricardo Belmont y Alejandro Toledo, quienes apenas recogen el 7 por ciento. No hay que olvidar que el propio Fujimori se convirtió en presidente al quedar segundo en primera vuelta, apenas con un poco más del 25 por ciento de los votos, pero arrasó en la segunda vuelta.
Pérez de Cuéllar parece ser el hombre que atrae con más fuerza a los indecisos y ninguno de los otros 12 candidatos podría ser una amenaza. Formado como diplomático y con un rictus de origen neurológico que parece un gesto de desdén, Pérez de Cuéllar plantea como Fujimori el respeto a la economía de mercado pero 'con mayor contenido social'. Su gran desventaja es la distancia que se vuelve aparente cada vez que visita una barriada, pero su discurso podría movilizar a la clase media empobrecida y el sector obrero, que han sentido la disminución del nivel de vida que, a despecho de los indicadores, acompaña las terapias de choque aplicadas por presidentes como Fujimori a la economía.
Pero al final de cuentas, como dijo a SEMANA el periodista peruano Alamo Pérez Luna, "las elecciones aquí se ganan en los últimos 10 días". Y si algo podría sacar a Fujimori del poder en segunda vuelta, no es la retórica de sus adversarios, sino el rechazo a su autoritarismo, que podría unir en su contra a los partidos más disímiles.