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| Foto: A.F.P.

DIPLOMACIA

Obama: audaz, polémico y sonriente

En Cuba y Argentina, el mandatario estadounidense echó mano de todos los recursos para transmitir el mensaje de que ha sido un presidente distinto frente a la región.

26 de marzo de 2016

Barack Obama quiere dejar una huella en América Latina. La de haber cambiado el enfoque tradicional hacia un patio trasero intervenido y manipulado y la de haber erradicado los últimos residuos de la guerra fría en la región.

De La Habana a Buenos Aires, el presidente estadounidense más popular en muchos años en el continente echó mano de todos los instrumentos posibles para transmitir ese mensaje. Su presencia en Cuba y en Argentina estuvo llena de símbolos, más que de anuncios, pero fueron lo suficientemente sólidos como para que los medios de comunicación utilizaran con inusitada frecuencia el calificativo de “históricos”.

En sus encuentros con Raúl Castro, Obama fue, incluso, audaz. No se preocupó por las críticas que podría generar una actitud suave con el autoritarismo e hizo gala de una calidez y un tono familiar que se reforzó por la compañía de su esposa, sus hijas y su suegra. De hecho, generó debates entre la derecha de su país –ávida de críticas en pleno año electoral- por no haber cuestionado con mayor vehemencia las violaciones a los derechos humanos del régimen y por haber acudido a la “diplomacia del béisbol” para sellar su tarea de pasar la página a medio siglo de hostilidades. Y por supuesto, por haber enviado a su secretario de Estado, John Kerry, a reunirse con el secretariado de las Farc para apoyar el proceso de paz colombiano.

Obama, más popular en varios países del continente que los presidentes locales, buscó un equilibrio entre simpatía y pragmatismo. Atravesó el territorio, pero también el espectro ideológico. Del espaldarazo a los Castro se desplazó a apoyar a Mauricio Macri, el recién llegado presidente argentino que le puso fin a 12 años de administraciones antiestadounidenses de los esposos Kirchner. Esto, “para mandar una señal después de la elección de Macri de que las cosas han cambiado y Estados Unidos tiene interés en estrechar la relación que antes había sido esquizofrénica”, como dijo a SEMANA Cynthia Arnson, directora del Programa Latinoamericano del Wilson Center.

En Buenos Aires, Obama volvió a ser cordial y, a la vez, polémico: le cobraron la coincidencia de calendario con los 40 años de la dictadura de Jorge Rafael Videla en Argentina, pero actuó con inteligencia al resaltar el honor a las víctimas del golpe militar en el Parque de la Memoria en Buenos Aires y la desclasificación de los archivos de la dictadura diez años antes. En Cuba y en Argentina fue evidente que el mandatario estadounidense no quería mirar hacia atrás, sino al futuro. Ya en la quinta Cumbre de las Américas, en 2009, recien llegado al poder, Obama había dicho que quería una nueva relación con la región basada en una cooperación que reemplazara a la de la guerra fría.

Y ahora, en la recta final de su Presidencia, busca pasar del discurso a los hechos. No se puede obviar su intención de concretar iniciativas de largo alcance en la economía regional. En los dos países visitados hizo guiños a los emprendedores y al sector privado, puso sobre la mesa convenios de cooperación y el objetivo de estrechar los vínculos económicos. No solo se trató de aprovechar las transformaciones ideológicas por las que están pasando varias naciones, sino también de una respuesta a la avanzada china en la región.

Antes de dejar la Casa Blanca, como dice Arnson, el mandatario estadounidense quiso enfatizar que, “de Cuba a Argentina, tiene a América Latina en su horizonte”. Un discurso que, de paso, le da valiosas municiones a Hillary Clinton para consolidar su ventaja entre el voto latino.