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Obama y su lista de la muerte

Cada martes el presidente estadounidense decide personalmente a quién matar esa semana. Esa es solo una parte de su exitosa pero controvertida estrategia de guerra secreta.

9 de junio de 2012

La muerte en las montañas del norte de Pakistán viene de arriba. Discreta y perniciosa, se abate de repente como un aguacero. Abu Yahya al Libi, el número dos de Al Qaeda, llevaba meses escrutando el cielo. Sabía que los Predator, aviones ultrasofisticados pilotados a control remoto, lo tenían en la mira. Pero el lunes pasado no pudo hacer mucho. En pocos segundos, misiles Hellfire destruyeron su guarida, una casucha de barro en el pueblo de Hassu Khel. Al Libi era uno de los terroristas más buscados por Estados Unidos, famoso por sus diatribas incendiarias y por sus 20 años al servicio de la guerra santa. Después del ataque, cuando el polvo se levantó, Al Libi yacía junto a decenas de cadáveres. Eran las últimas víctimas de la cruzada secreta de Obama.

Se trata de una estrategia guiada por un solo principio: hacer la guerra sin dejar rastro. No importa si hay víctimas colaterales, si se violan fronteras o leyes. La política quedó en evidencia la semana pasada con la publicación de dos libros: Kill or Capture, de Daniel Klaidman, y Confront and Conceal, de David Sanger.

En el Despacho Oval los días de decisiones son conocidos como 'martes de terror'. Obama y sus asesores se reúnen para evaluar biografías de supuestos terroristas y seleccionar quiénes serán los próximos objetivos. Una vez el presidente da luz verde a la nueva lista de condenados a muerte (kill list), las instrucciones son transmitidas a su máquina de guerra.

Su arma predilecta son los drones, aviones sin piloto controlados a distancia por funcionarios que trabajan en horarios de oficina y matan a miles de kilómetros. Silenciosos y baratos, tienen una enorme autonomía de vuelo y no arriesgan vidas. Los hay para espiar, pero gran parte del escuadrón está compuesto por los Predator, que mataron a Al Libi. Desde que Obama está en la Casa Blanca, los ataques se multiplicaron por cuatro.

Frente a las desastrosas campañas de Afganistán e Irak, Obama optó por una guerra encubierta contra los terroristas. El objetivo es exterminarlos antes de que ataquen, sin tratar de capturarlos y mucho menos juzgarlos. La guerra preventiva llevada a su paroxismo. Como le dijo un directivo de la CIA al Washington Post: "Estamos matando a esos hijos de puta más rápido de lo que pueden crecer". Los drones también atacan países con los que oficialmente Washington no está en guerra, como Pakistán, Yemen, Somalia o, incluso, Filipinas.

Obama autoriza dos tipos de asaltos. Los "personalizados", cuando se tiene identificado al supuesto terrorista. Y los polémicos "ataques específicos", cuando se detectan grupos con características que, según ellos, los hacen probables terroristas. Así, una reunión de hombres jóvenes en zonas islamistas es un blanco. La única condición que puso Obama para estos bombardeos es que solo él o el director de la CIA sean quienes den la autorización de disparar.

La fundación New America sostiene que entre 1.800 y 2.800 personas murieron en Pakistán a causa de los drones desde 2004, 17 por ciento de ellos eran civiles. Según le dijo a SEMANA Coleen Rowley, exagente del FBI, "Obama es como Bush con esteroides. Recibió el legado de la administración precedente y erosionó aún más el derecho. Aprendió que es menos problemático y riesgoso matar a un sospechoso que capturarlo".

La obsesión de Obama es no dejar huellas. Así es como recurre a la CIA, que se ha vuelto una fuerza paramilitar. Muchos agentes ya no son espías de traje negro, sino que están en grupos de choque que combaten, persiguiendo terroristas, con su propia flotilla de drones y helicópteros. Oficialmente no existen y pueden violar las normas sin problema. Obama también ha impulsado el resto de las fuerzas especiales: Seals, Rangers o Boinas Verdes. A pesar de que los presupuestos del Pentágono son recortados, el del Mando de Operaciones Especiales aumentó el año pasado 7 por ciento. Este cuenta con 60.000 soldados que actúan en Asia, África y América Latina.

En el campo de la cibernética, Obama llevó la guerra a otro nivel. Impulsó el desarrollo en 2009 de un poderoso virus informático. Después de conseguir los planos de la planta atómica de Natanz, en Irán, sus agentes introdujeron el Stuxnet. Este entorpecía el funcionamiento de las centrífugas para enriquecer el uranio hasta destruir su mecanismo. Mientras atacaba, engañaba las máquinas indicando que todo estaba bien. Por eso los ingenieros siempre pensaron que las fallas no eran por sabotaje, sino por problemas mecánicos.

Pero en 2010 el virus "se escapó" e infectó el portátil de un ingeniero. El Stuxnet se reprodujo en millones de computadores y salió a la luz. Pero la ofensiva siguió. La semana pasada un nuevo virus, el Flame, fue identificado. No ataca las máquinas, pero es un superespía capaz de recaudar enormes cantidades de información, grabar y tomar fotos desde un computador infectado. Irán era, de nuevo, su objetivo.

Washington lo niega, pero la ciberguerra es una de sus prioridades. En Utah, la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) lidera esta batalla. Está construyendo un inmenso edificio que para 2013 estará repleto de computadores con una capacidad casi infinita para recopilar, archivar y analizar millones de comunicaciones. La intención oficial es detectar ataques electrónicos. Pero la NSA interceptará también llamadas, búsquedas en internet y transacciones financieras. Este complejo es considerado como el centro de espionaje más grande del que se tenga noticia en la historia de Estados Unidos. 

Por eso muchos se preguntan quién es el verdadero Obama. El premio Nobel de Paz que prometió cerrar Guantánamo y se opuso a la guerra de Irak, o el presidente que no duda en matar a quien considere su enemigo por encima de fronteras geográficas, morales o legales. El abogado constitucionalista apegado a los derechos cívicos, o el comandante en jefe que bombardea, espía a sus compatriotas y se embarca en guerras no declaradas.

Cualquiera que sea, Obama está en plena campaña de reelección y parte del material de los dos libros fue filtrado de frente por sus principales asesores. Sabe que sus guerras secretas son polémicas, pero no le hacen daño. Ante este panorama, Rowley agrega: "me sorprende mucho la falta de reacción de los estadounidenses. Si se hubiera sabido que la 'kill list' y el virus Stuxnet eran obra de George Bush, Dick Cheney o John McCain, gran parte del país hubiera protestado". Los republicanos no lo van a criticar por usar la fuerza. Y puede que en su base liberal lo estén tildando de "asesino en jefe", pero, ¿por quién más van a votar en noviembre?