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OPERACION RESCATE

Con participación de Estados Unidos, la comunidad internacional prepara una fuerza humanitaria en Zaire. Pero los peligros acechan.

16 de diciembre de 1996

Aunque no estaba en la agenda oficial la situación de Zaire se tomó las discusiones de la Cumbre Mundial de la Alimentación reunida la semana pasada en Roma, Italia. La delegación canadiense llevó la voz cantante cuando el ministro de Agricultura, Ralph Goodale, dijo que "centenares de miles de refugiados se están literalmente comiendo las hojas para mantenerse con vida. En nombre de mi primer ministro, el muy honorable Jean Chretien, quien responde a la inquietud mundial, pido apoyo a todas las partes". El gobierno canadiense ya accedió a coordinar una fuerza multinacional para evitar la muerte de 1.200.000 refugiados hutus ruandeses atrapados en el conflicto civil que se desarrolla alternativamente en Ruanda, Burundi y Zaire entre las etnias hutu y tutsi.La crisis ya produjo el reacomodo de varias situaciones políticas: Por una parte, el gobierno francés de Jacques Chirac apoyó la iniciativa canadiense, con lo que abandonó la idea de buscar una salida unilateral en una región que es el centro de sus intereses estratégicos en Africa. Y por la otra, el secretario de Defensa norteamericano William Perry anunció la disposición de su gobierno a formar parte de esa fuerza internacional.Al cierre de esta edición se esperaba el anuncio oficial del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, mientras varios países, entre ellos España, anunciaban su interés en participar en la operación, denominada 'Colmillo del Fénix'. Sin embargo el análisis de la situación indicaba que los peligros que se correrán en Zaire pueden hacer palidecer a los que vivieron las fuerzas norteamericanas en la crisis somalí de hace dos años.El planteamiento es simple: unos 5.000 soldados serían suficientes para proteger las carreteras y los aeropuertos para permitir la llegada de la ayuda alimentaria, y luego trasladar a los refugiados a sus lugares de origen en Ruanda. Lo malo es que muchos de ellos no son víctimas inocentes, sino milicianos y soldados del antiguo ejército ruandés que tomaron parte en 1994 en la masacre de un millón de tutsis en su país antes de ser derrotados por los combatientes de esa etnia que formaron un nuevo gobierno. Esas personas no tienen ningún interés en regresar porque serían enjuiciados y condenados por sus crímenes.De hecho, son esos guerrilleros y ex soldados quienes promovieron el éxodo despavorido de los hutus y mantuvieron los campos de refugiados en Zaire como una especie de nación a la espera. Y ahora, cuando los tutsi banyamulenge nativos de Zaire se han levantado contra el gobierno de este país, los miembros de ese ex ejército ruandés se han puesto del lado de las tropas oficiales de Zaire.La mayor parte de los refugiados ruandeses está detrás de las líneas hutu, por lo que los enviados occidentales tendrían que atravesarlas para llevar la ayuda. Y aun si lograran hacerlo, los jefes de los campos no permitirían que sus miembros volvieran a Ruanda. Lo ideal sería que los refugiados regresaran por su propia voluntad, pero eso no parece posible a no ser que perciban la situación como insostenible. Y eso es precisamente lo que se evitaría si las tropas occidentales cumplen su misión. De tal manera que, aun si se logra evitar el peor escenario, que es el de combates y muertes de soldados multinacionales, en todo el asunto parece haber una contradicción en los términos.