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Hugo Prieto, periodista venezolano.

OPINIÓN

Opinión: La única certeza es la incertidumbre

"El asunto a dilucidar aquí es si los actores políticos están dispuestos a demostrar su apego a la Constitución".

Hugo Prieto
2 de julio de 2011

La ausencia temporal del presidente Chávez, recluido en un centro hospitalario de La Habana, a raíz de un cáncer que se devela en un momento crucial del proceso bolivariano, abre la caja de Pandora a las más variadas conjeturas, todas ellas inquietantes sobre el futuro inmediato de la democracia en Venezuela.
 
Sin embargo, esta crisis de liderazgo tenía, como suele ocurrir, avisos y síntomas inocultables. Antes de regresar a España, el intelectual Juan Carlos Monedero, del Centro Internacional Miranda, habló del “hiperliderazgo” del presidente Chávez. Todas las decisiones pasaban por el Palacio de Miraflores y el papel del Partido Socialista Unido de Venezuela, que Chávez impulsó con una energía avasallante, no encajaba, al menos nítidamente, en la conducción del proceso revolucionario. Estos señalamientos no pasaron inadvertidos y el propio Chávez, en su programa Aló Presidente, se encargó de poner las cosas en su sitio. Sostuvo que en Venezuela había crisis en algunos procesos políticos, precisamente, porque él no ejercía el liderazgo, estaba ausente. Fue una respuesta destemplada, sin duda inmerecida. El asunto se archivó en la cúpula del PSUV, pero no para Edgardo Lander o Javier Biardeau quienes advirtieron los síntomas de una crisis absolutamente impredecible.
 
Hay otra interrogante que sobresale, como la punta de un iceberg, en medio de la ausencia temporal del presidente Chávez. Nadie sabe a ciencia cierta si el andamiaje institucional, creado por la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela –conviene recordar que el texto fue aprobado en consulta popular– va a soportar la prueba a la que involuntariamente lo somete el Presidente como cabeza del poder Ejecutivo. El reemplazo está previsto y recae en las manos del vicepresidente, Elías Jaua. Pero esto quizás sea lo más inmediato y lo menos importante. El asunto a dilucidar aquí es si los actores políticos están dispuestos a demostrar su apego a la Constitución. Las heridas del fallido golpe de Estado de abril del 2002 siguen abiertas. Repentinamente, como un manto de neblina inesperado, la atmósfera se llenó de un revanchismo apenas contenido. La lucha puede estallar, no por combustión espontánea, sino por una aguda y persistente polarización. Por ahora, la única certeza es la incertidumbre.