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ORGIA DE HORROR Y SADISMO

Sobrevivientes de la masacre de Shatlla y Sabra narran a nuestro corresponsal cómo fueron exterminados los dos barrios palestinos de Beirut.

1 de noviembre de 1982

La familia Suayia había sobrevivido a otro bombardeo. Cuando creían que la pesadilla había terminado esa mañana del jueves 16 de septiembre, los israelíes que habían invadido finalmente Beirut occidental desataron un nuevo diluvio de fuego y metralla sobre su barrio, el campo de refugiados de Sabra en Beirut. Los Suayia eran libaneses, como muchos vecinos, y convivían con algunos sirios, egipcios, y refugiados palestinos, la inmensa mayoría de la población, muchos llegados hace 34 años.
Sabra y el otro campo. Shatila, son ahora trágicamente famosos en el mundo entero por las matanzas que cobraron centenares de vidas durante 36 horas de espanto a partir de la tarde del jueves 16 de septiembre. Ambas barriadas ocupan una amplia zona en el área sur de Beirut occidental próxima al aeropuerto internacional.
Sus fronteras se confunden pero su fisonomía es similar. Durante todos estos años sus habitantes han construido un enjambre de casas bajas, muy humildes, que se alinean sobre callejuelas miserables, llenas de meandros, dándole un aspecto similar al de las casbah árabes. Una amplia avenida central de tierra divide los dos barrios. Shatila se confunde hacia el norte con un barrio pobre, muy pobre, de Beirut que ha terminado por identificarse también por el nombre del campo. En toda esta zona se hacinan los palestinos y gentes de varias nacionalidades árabes. A todos los hermanaba la miseria, y la matanza no hizo diferencias por el pasaporte.
Durante el cerco israelí a Beirut occidental y el combate con los palestinos y las milicias de izquierda libanesas, Sabra y Shatila fueron machacadas por aire, mar y tierra. Son las áreas donde se concentró más implacablemente el fuego israelí. Así que antes de su holocausto, Shatila y Sabra ya eran una inmensa confusión de escombros con algunas casas en pie aunque muy dañadas.
La gran mayoría de vecinos se había marchado, muchos a las tiendas calcinadas por el sol de justicia del Valle de la Beckaa, otros refugiándose entre los ruinosos edificios abandonados de Beirut. No hay electricidad, ni agua; ni sistema cloacal. Por eso, el jueves 16 de septiembre al anochecer, titilaban las luces de linternas y faroles en los campos. Algunas familias habían vuelto para recoger lo que pudieran entre los escombros de su hogares y marchar Dios sabe dónde.
La familia Suayia estaba entre las afortunadas: su casa estaba muy dañada pero todavía habitable. "Estaba tratando de preparar algo para comer--relata Fatmi Suayia--para mis cuatro hijos cuando entró corriendo mi marido. Nos gritó: han entrado soldados y disparan sobre la gente".
Los disparos, las ráfagas de ametralladoras y el estallar de algunas granadas, comenzaron a oirse por todos lados. Desesperados los Suayia intentaron buscar, como han hecho siempre a lo largo de los años, la ayuda de sus amigos y vecinos: la familia palestina de Mustafá Haydee, su esposa Jadia y sus tres hijos. Todos se quedaron en la casa de Haydee, aterrados por los gritos y las explosiones, con los niños gritando y sin saber qué hacer hasta que la puerta se abrió de golpe y varios milicianos cristianos libaneses los obligaron a salir. Nadie sabe por qué, las matanzas son siempre arbitrarias. Fatmi y Jadia fueron separadas de sus maridos y de sus niños menores de doce años.
A empellones las reunieron con otras mujeres y en la confusión terrible de aquellas horas pudieron escapar. A tientas, desorientadas entre los escombros que han borrado cualquier fisonomía familiar al barrio, pudieron llegar horas después hasta su calle: no quedaba nada, sus casas habían sido voladas.
A la mañana siguiente quisimos buscar a los nuestros pero era imposihle porque matahan a la gente por todos los lados. Salimos por una calle interior luera del campo ", relatan Fatmi y Jadia que ahora están más juntas que nunca y no se sueltan del brazo.

ASCO, DOLOR Y RABIA
El sábado en la mañana, los asesinos se retiraron. Un vecino les dio aviso sobre dónde encontrar a sus seres queridos. En una callejuela destrozada junto a una cortina de hierro retorcida que franqueaba el paso a un pequeño negocio se amontonaba una treintena de cadaveres. Fatmi Suayia y Jadia Haydee se habían reunido con sus familias.
El relato de la tragedia de las dos mujeres había congregado a una pequeña multitud. Nadie niega su testimonio y nos llevan al lugar donde se encontraron los cadáveres de las familias Suayia y Haydee. Algunos cuerpos habían sido enterrados en una fosa común. Otros estaban tan descompuestos que los vecinos les prendieron fuego y todavía quedan restos humanos calcinados. Rahia, nuestro conductor y traductor libanes, no había podido antes contener el llanto, pese a que vive en Beirut occidental y ha vivido estos meses de infierno bajo las bombas y en contacto cotidiano con el horror. Pero el hedor, el espectáculo macabro lo quiebra. Con nuestro fotógrafo, Victor Steimberg, y nuestros nuevos amigos de Sabra, lo llevamos semidesvanecido hasta el automóvil.
Esta misma reacción de asco, dolor y rabia golpea por igual a los habitualmente endurecidos enviados especiales de todo el mundo que informan sobre la matanza y también a los bomberos y grupos de socorro que creían haberlo visto todo en materia de espanto.
Y todavía hay más. A las imágenes atroces se superpone el hedor. Sobre los campos flota un olor fétido muy penetrante que obliga a embozarse para poder luchar contra las náuseas. Bajo los escombros quedan decenas o centenares de cadáveres y también allí se pudren toneladas de basura.
El jueves por la noche entraron los exterminadores que según todos los testimonios pertenecían a las Milicias Falangistas del Kataeb y al mini ejército del mayor Haddad, que sostenido por Israel, mantiene un pequeño feudo junto a la frontera con el Estado judío.
La matanza duró hasta la mañana del sábado, alrededor de 26 horas, a la vista y paciencia de las tropas israelíes. Las columnas de milicianos de ambas organizaciones se concentraron en el aeropuerto de Beirut férreamente controlado por el ejército judío. Y partieron hacía campos custodiados por blindados israelíes. Ya se sabe que los comandaba el más feroz jefe falangista, Elías Hobeika, responsable de la matanza del campamento palestino de Paltil Zamar y encargado de la seguridad de Bechir Gemayel, el presidente electo y líder falangista cuyo asesinato sirvió de pretexto a la invasión israelí a Beirut occidental.
Los milicianos no solo fueron transportados con gran despliegue de medios, incluidos tractores, jeeps, y bulldosers, sino que durante todas las noches del jueves y viernes los israelíes lanzaron constantemente bengalas para iluminar el trabajo de los verdugos. Los sobrevivientes no vieron soldados israelíes dentro del campo pero quienes estaban en sus inmediaciones han declarado a los periodistas que las columnas de milicianos avanzaban con protección de blindados judíos que no ingresaron a los campos.
La coordinación entre el comando israelí y el de las milicias cristianas tenía hasta la extraordinaria facilidad de encontrarse, ambos puestos, a unos cincuenta metros de distancia.
Lo hemos visto con nuestros propios ojos.

DECAPITACIONES CON HACHA
Mustafá Hammar, nacido en Gaza, habla un perfecto inglés y sirvió como una especie de enlace con los israelíes. "Todos gritaban a los soldados que estaban matando a familias enteras.
Hablaban también a los oficiales. Estos respondieron que lo que pasaba era un problema interno libanés que nos arregláramos como pudiéramos"
Pero si pudiera existir confusión sobre lo que estaba pasando durante la noche, y no la hubo, el viernes por la mañana la matanza continuó a la luz del día. Al principio, las milicias cristianas hacían salir a las familias de su casa y las ametrallaban. Después comenzaron a utilizarse algunas casas como lugar de interrogatorios donde se mutilaba a los detenidos. Hay decenas de cadáveres que presentan profundos cortes, y todo tipo de salvajadas incluyendo la castración.
Fuera del campo, los milicianos cristianos reciben aprovisionamiento de los israelíes. Comida, bebida y municiones. Las cajas con inscripciones norteamericanas y hebreas estaban allí para que las pudieran ver los periodistas.
Adentro comienza una orgía de sadismo: violaciones, deguello, ahorcamientos, decapitaciones con hacha. Comienzan locas carrera de jeeps y camiones con jóvenes atados vivos.
Otros dos escenarios de horror fueron los hospitales de Agra y Gaza. Cuando comenzó la matanza centenares de personas se dirigieron al hospital de Gaza instalado en el límite de los dos campos. Fue inútil. La matanza continuó en el hospital y los médicos extranjeros fueron obligados a salir. Médicos y enfermeras palestinas al intentar cruzar hacia los campos portando banderas blancas fueron exterminados con granadas de mano.
Una fila de refugiados abandona el campo. Las mujeres cargan inmensos fardos sobre sus cabezas. Una joven totalmente vestida de negro está sentada junto a la habitual pila de ruinas. Mira fijamente el suelo. Con voz queda informa a Rahia su identidad: Hanna Katib, 19 años. Su padre, Abdel Raman al Katib, su hermano Ibrahim Katib y su esposo Mustafá Yanmex yacen bajo los escombros de su casa dinamitada. "¿Y usted cómo se salvó?". Hanna es bella. Baja la cabeza. Y Rahia, otra vez desgarrado, se tapa la cara con las manos y clama: "Imagínense ustedes. Qué verguenza".
Juan Carlos Algañaraz (Enviado especial)

LA GUERRA ENTRE LOS CRISTIANOS Y MUSULMANES
La explosión en los cuarteles del Partido Falangista que mató al presidente electo Bechir Gemayel, y la subsecuente masacre de civiles palestinos y libaneses en el campo de refugiados de Shatila y Sabra, son sólamente los últimos eventos de un ciclo de violencia, que ha sido la constante de vida en este país por décadas.
Tal vez, debido a las divisiones entre musulmanes y cristianos, las sangrientas guerras civiles en este país son largas y perdurables, y los períodos de tregua y coexistencia escasos En 1860, cristianos maronitas y musulmanes drusos se enfrentaron en batallas campales en las montanas de Chouf al sureste de Líbano, trayendo como consecuencia la intervención de Francia y de otras potencias de Occidente en el Líbano. Los maronitas cristianos son una secta que sigue los ritos orientales, pero que reconoce la supremacía espiritual del Papa en Roma. La fe de los drusos es una combinación de creencias cristianas y musulmanas.
En 1976, el líder socialista y druso, Kamal Jumblat, rechazó de plano un pedido del presidente sirio, Hafez Al-Assad, de ordenar salir sus fuerzas izquierdistas y musulmanas de las colinas orientales de Beirut, que amenazaban la tierra de los libaneses cristianos. Cuando el señor Assad preguntó al señor Jumblat el motivo de su negativa, el señor Jumblat respondió: "ellos nos lo hicieron en 1860 y ahora nosotros se lo queremos hacer a ellos". El incidente fue descrito por el propio presidente en un discurso que pronunció en julio de 1976, seis semanas después de que él mismo ordenó a las tropas y tanques sirios introducirse en el Líbano con el fin de ayudar a los cristianos.

CIRCULO VICIOSO DE LA VIOLENCIA
El propio señor Jumblat fue asesinado por un criminal desconocido en marzo de 1977. Tan pronto como las noticias sobre su muerte se extendieron, sus seguidores drusos salieron a las calles armados con pistolas buscando venganza. Decenas de cristianos fueron asesinados a sangre fría. Esta semana, en su discurso inaugural ante el parlamento, el nuevo presidente del Líbano Amin Gemayel, declaró que su prioridad inmediata era acabar con lo que él describió como "El círculo vicioso de la violencia", en su país.
Según contó él, procuradores militares del Libano acudieron a los campos palestinos de Sabra y Shatila, con el fin de iniciar una investigación de la masacre.
El apoyo israeli a las milicias cristianas de derecha se constituyó en una maldición para la masacre. Según fuentes israelíes, los militantes son miembros de las "Fuerzas Libanesas" de orientación falangista.
Las "Fuerzas Libanesas" fueron organizadas y encabezadas por Bechir Gemayel, el hermano menor de Amin que fue asesinado hace pocas semanas, sólamente nueve días antes de la fecha en que debería tomar posesión como presidente del Libano.
La masacre de los palestinos fue vista acá como una represalia por el derramamiento de sangre de Bechir Gemayel, aunque no existen evidencias que relacionen a los palestinos con el tremendo azote que destruyó los cuarteles del Partido Falangista, que mató a Gemayel y a otros 21 oficiales militantes del partido.
Las fuerzas falangistas han peleado contra las guerrillas palestinas, libanesas de izquierda y musulmanas aliadas; y tropas sirias, durante los últimos siete años. La organización falangista fue fundada por Pierre Gemayel en 1936. Es de carácter esencialmente cristiano carótico maronita y griego; la mayoría de sus miembros musulmanes son shiitas.