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ORTEGA SALTA EL CHARCO

El Presidente de Nicaragua recorre Europa en busca de apoyo mientras su gobierno inicia reunión directa con los contras.

29 de febrero de 1988

A un para un sandinista consumado cuyas relaciones con el Vaticano no han sido siempre las mejores, el esfuerzo debia terminar con peregrinación a Roma. De hecho, tal como están las cosas, a Nicaragua le hace falta un poco de ayuda divina y Daniel Ortega está haciendo todo lo posible para conseguirla.
Fue esa la razón por la cual el Presidente de la convulsionada nación centroamericana hizo, la semana pasada, escala en la Ciudad Eterna. En dos cortas audiencias con Juan Pablo II y con Giovanni Goria, presidente del gobierno italiano, Ortega volvió a definir el objeto de su visita: aumentar la presión internacional para que los Estados Unidos dejen de darle dinero a los contra-revolucionarios nicaraguenses.
La urgencia de Ortega, era justificada. Esta semana el Congreso norteamericano debe votar la propuesta de la administración Reagan sobre un paquete de ayuda ,financiera por 36.25 millones de dólares con dirección a los contras. A pesar de que la Casa Blanca ha rebajado el tono de sus aspiraciones iniciales, los sandinistas consideran que cualquier dinero entregado a los rebeldes no hará sino prolongar el derramamiento de sangre en Centroamérica.
Como bien lo ha dejado en claro, Reagan piensa lo contrario. El miércoles pasado, el Mandatario envió al capitolio su propuesta según la cual sólo un 10% del dinero sería utilizado para comprar armamento (misiles anti-aéreos, armas de menor alcace y municiones), mientras que el resto sería concentrado en "ayuda humanitaria" (uniformes, ropa, medicina, comida, etc.). Adicionalmente, la Casa Blanca propuso que la ayuda militar sea entregada, dependiendo de que para el próximo 31 de marzo Nicaragua haya seguido los puntos de reforma contenidos en el plan de paz de Centroamérica, más conocido como Esquipulas II. Las luz verde o roja sería dada por Reagan, después de haber consultado con los presidentes de los otros 4 países centroamericanos firmantes del acuerdo (Costa Rica, Honduras, Guatemala y El Salvador).
Frente a la amenaza de una derrota, Reagan se enfrascó en una ofensiva por salvar a sus "combatientes por la libertad", nombre con que se conoce a los contras en Washington. En su discurso sobre el "estado de la unión" dirigido al Congreso el martes en la noche y transmitido por televisión a todo el país, el Mandatario sostuvo que un no del Parlamento tendría "consecuencias catastróficas" y aseguraría la continuación de un "régimen marxista-leninista en el continente americano".
La labor de convicción fue adoptada también por Ortega, pero de manera más dramática. Basado menos en la retórica y más en la acción, el líder sandinista empezó su peregrinación europea por Madrid, donde comprometió la colaboración española en los esfuerzos de verificación del cumplimiento del plan Esquipulas II. Alojado en el palacio del Pardo, la antigua residencia del dictador Francisco Franco ("Ironías de la historia", comentó alguien), Ortega bostuvo largas conferencias con Felipe González y con el vicepresidente español Alfonso Guerra, de las cuales obtuvo resultados muy satísfactorios. Dado el rol de España en los asuntos de las antiguas colonias y el hecho de que el paso de personalidades por Madrid es permanente, los observadores estiman que Ortega logro darle más seriedad y amplítud al cumplimiento y verificación del plan de paz.
Irónicamente, mientras Reagan y Ortega se dedicaban a cortejar a partidarios y enemigos de la ayuda a los contras, la primera gran prueba se dio el jueves pasado en Costa Rica, cuando representantes rebeldes y sandinistas se sentaron cara a cara para negociar un cese al fuego. La reunión considerada como un éxito por el hecho de haberse celebrado, transcurrió, sin embargo, en forma difícil. Las posiciones de ambos bandos están muy lejanas y mientras que Managua propone un cese al fuego y una amnistía seguida de un "diálogo de reconciliación nacional", los insurgentes piden -entre otras cosas- la fusión de los dos Ejércitos y la inclusión de reformas políticas profundas.
Esa primera cita convenció a los especialistas de que la solución negociada en Nicaragua necesita todavía tiempo para madurar. Es por esa razón que el voto de esta semana en el Congreso norteamericano es definitivo para el futuro de la paz. Por el momento, todo parece indicar que no hay posibilidad de ayuda para armas y que, en el caso más extremo sólo se aprobarían fondos con destinaciones humanitarias. Aunque ese evento no sería el mejor, los sandinistas confían en seguir adelante. Tal como dijera el viceministro de Relaciones Exteriores Victor Hugo Tinoco "la ayuda solicitada no es una contribución a la paz, pero espero que no afectará el proceso en marcha".