Home

Mundo

Artículo

El presidente electo del Perú, Ollanta Humala, en sus primeras declaraciones ha mantenido el discurso moderado y conciliador de las útimas semanas de campaña.

portada

¿Otro Chávez?

Si lo fuera, sería un desastre para Colombia. Pero hay razones para no ser tan pesimistas.

11 de junio de 2011

Hay muchas similitudes entre la victoria de Ollanta Humala, el domingo pasado en las elecciones presidenciales del Perú, y la de Hugo Chávez en Venezuela, en 1998. Ambos excoroneles habían pasado por la cárcel después de haber intentado fallidas insurrecciones militares. Los dos derrotaron a los establecimientos políticos de sus respectivos países gracias a la simpatía que lograron despertar en sectores medios y populares. Tanto en la Venezuela de entonces como en el Perú de hoy las bonanzas macroeconómicas se habían quedado en círculos pequeños y no se habían sentido ni en los estratos bajos ni en las provincias. Chávez y Humala construyeron discursos parecidos de tono nacionalista que resultaron efectivos para canalizar amplios deseos de cambio social y político.

El paralelo entre los dos excoroneles era aún más evidente hace cinco años, cuando Humala lanzó su primera candidatura y perdió en la segunda vuelta frente a Alan García. En esa campaña hubo expresiones públicas de admiración del candidato peruano hacia Hugo Chávez, y aunque las cuantías y las formas todavía son objeto de discusión y controversia, el mandatario venezolano apoyó a Humala. Una victoria de este último en 2006 habría sido ampliamente considerada como una metástasis de la Revolución bolivariana en el Perú.

Pero las cosas han cambiado y en 2011 hay grandes interrogantes sobre cómo es en realidad el triunfador de las elecciones presidenciales del Perú. El semanario The Economist planteó en su última edición que "muchos peruanos se están preguntando cuál Humala comenzará a gobernar su país el 28 de julio", día de su posesión. La duda tiene que ver con la transformación del presidente electo, que se dedicó durante su campaña electoral a convencer al electorado de que sus simpatías no están con el chavismo sino con la izquierda moderada de Lula da Silva. Contrató a estrategas electorales del Partido de los Trabajadores, anunció que continuaría la política económica ortodoxa que le ha permitido al Perú crecer a un 5,7 por ciento en promedio anual durante una década, y el día de su elección mantuvo el tono conciliatorio y moderado de los últimos meses de campaña para expresar su deseo de liderar un "gobierno de consenso nacional".

En un acto lleno de simbolismo, tres días después de su triunfo viajó a Brasil, donde se encontró con la presidenta Dilma Rousseff y con su antecesor Lula da Silva, en la primera etapa de una estratégica gira por Paraguay, Uruguay, Argentina y Chile, durante la que hizo cuidadosas declaraciones sobre el Brasil como "su modelo" y sobre sus intenciones de mantener con Estados Unidos "una estrecha alianza con un socio estratégico". Pasado el fragor de la batalla por la Presidencia peruana, Humala sigue repitiendo que no es Chávez sino Lula, solo que ahora no lo hace para aplacar los miedos del electorado sino los de la comunidad hemisférica.

Si la transformación de Humala fue solo de maquillaje y producto de un plan para desmontar el miedo que rodeaba a su candidatura, solo se sabrá con el tiempo. La incertidumbre sobre sus intenciones son, paradójicamente, la última pieza del paralelo con Chávez. Cuando el excoronel venezolano llegó al poder, hace 11 años, Gabriel García Márquez escribió un famoso perfil en el que decía que había "dos Chávez". Con el paso de los años, nadie dudaría en concluir que se terminó imponiendo la versión autoritaria y radical, y no la que encarnaba la esperanza de un cambio político necesario en Venezuela.

¿Ocurrirá lo mismo con Ollanta Humala? Hay muchas razones para concluir que no. Y la principal es que el modelo venezolano es un fracaso. A los gobernantes no los define solamente su ideología, sino también las circunstancias, y en el momento actual Chávez está aislado en el continente y diezmado en la comunidad internacional. Venezuela es el único país con crecimiento negativo en la región y el de más alta tasa de inflación, y estos fenómenos han golpeado la popularidad de su mandatario, que pasa por el peor punto de su larga presidencia.

Frente a ese panorama muy poco atractivo, el modelo brasileño ofrece alternativas mucho más rentables en lo que se refiere al prestigio externo, el buen estado de la economía y la reducción de la pobreza. Lula da Silva dejó el poder con una aceptación superior al 80 por ciento, que le sirvió para imponer a su sucesora, Dilma Roussef. Desde una perspectiva racional, para Ollanta Humala no deberían existir muchos dilemas a la hora de escoger entre las dos izquierdas latinoamericanas.

Pero una cosa es la definición de una línea de gobierno y otra, muy distinta, la capacidad para ejecutarla. Que Humala no sea otro Chávez es una conclusión más fácil de alcanzar que la de que es otro Lula. La trayectoria del nuevo presidente peruano no es muy conocida ni brilla por sus logros. Ni siquiera su victoria en las elecciones del domingo pasado prueba que tiene las condiciones de manejo político y liderazgo de su nuevo mejor amigo, el expresidente del Brasil.

El triunfo fue posible porque el voto del centro y de la derecha se dividió en varios candidatos que, sumados, superarían los que obtuvo la propuesta nacionalista de Humala. La segunda vuelta frente a Keiko Fujimori fue sorpresiva y la que menos se esperaba, pero la que más le convenía: según las encuestas, Toledo y Pedro Pablo Kuczynski -los otros dos que habrían podido pasar- lo habrían derrotado en la elección definitiva. La hija de Alberto Fujimori era la única opción que generaba más rechazo que la suya.

En un panorama así, la base política del presidente electo, al iniciarse su mandato, será débil. El margen fue apretado: 51,5 por ciento frente a un 48,5 por ciento de Keiko Fujimori. Y en la primera vuelta apenas había llegado a una tercera parte de la votación total: la mayoría numérica de los peruanos habría preferido otro presidente. En el Congreso, el partido de Humala -Gana Perú- apenas obtuvo 47 de las 130 curules, por lo que se da por descontado que hará una alianza con el expresidente Alejandro Toledo y su fuerza de 21 escaños, para llegar a 68 y contar con una mayoría. El fujimorismo tendrá una bancada, nada despreciable, de 37 congresistas.

El inevitable pacto con Toledo obligaría a Humala a aceptar compromisos que a su vez moderarían su agenda, en especial en el campo económico. Al expresidente, PhD en Economía y profesor de las más prestigiosas universidades estadounidenses se le reconoce haber sido el gestor del "milagro peruano". Y ahora no va a querer ser socio de un gobierno que lo ponga en peligro. Si quiere consolidar una gobernabilidad aceptable, el nuevo gobierno tendrá que mantener la moderación y la cautela de las que hizo gala la última semana, después de las primeras reacciones a su triunfo. La caída de la Bolsa de Valores de Lima el lunes -un 12,5 por ciento, el mayor en la historia- da la medida de la incertidumbre que reina en el mundo económico, así se haya recuperado después. La prensa en general, y sobre todo la que tiene sede en Lima, no simpatiza con el nuevo mandatario y será una escéptica vigilante.

Humala deberá administrar una compleja combinación de un mandato débil y, a la vez, de grandes expectativas de transformaciones profundas. El Perú es uno de los países del continente en los que la ciudad capital tiene más peso en términos políticos y económicos. Y la victoria electoral de Humala se produjo en la provincia, mientras su rival, Fujimori, ganó en Lima con el 57 por ciento. Satisfacer los anhelos de sus electores y evitar que sus fuertes opositores le impidan gobernar requerirá un cuidadoso equilibrio entre continuidad y cambio.

Durante los periodos presidenciales de Toledo y García -una década si se suman los dos-, al Perú se le había considerado una gran paradoja. Sus mandatarios tenían los menores niveles de popularidad del continente mientras la economía figuraba entre las de mayor crecimiento. El triunfo de Humala demuestra que, a pesar de las estadísticas macroeconómicas, envidiadas por cualquier otro país, había graves problemas estructurales de pobreza, marginalidad, distribución inequitativa y corrupción.

Y todo lo que pase en Perú tendrá un fuerte impacto en Colombia. Ese país ha sido uno de los grandes aliados de la diplomacia nacional. Lo fue durante los gobiernos de Álvaro Uribe, cuando las dimensiones externas de la política de seguridad democrática causaron problemas en las relaciones con casi todos los países de la región. Y también, aunque por otras razones, en los diez meses que lleva Juan Manuel Santos en el Palacio de Nariño. Alan García hizo una amistosa visita de Estado a Bogotá, y Santos participó en Lima de una reunión multilateral en la que, además del anfitrión, sus colegas de México, Felipe Calderón, y de Chile, Sebastián Piñera, enviaron una señal clara de su intención de consolidar una alianza entre sus naciones, consideradas "el arco del Pacífico". El Perú es un aliado estratégico de Colombia en lo que se refiere a sus planes de mayor presencia en el Asia y de su ingreso al APEC, Foro de los países del Asia-Pacífico que tuvo su última reunión cumbre en Lima.

Las relaciones económicas colombo-peruanas también han tenido un notable crecimiento. Las exportaciones en 2010 llegaron a 1.100 millones de dólares, con una balanza comercial de 376, favorable a Colombia. Las ventas de productos colombianos en ese país fueron de 457 millones de dólares entre enero y abril de este año, un 46,5 por ciento más que en 2010. Unas 300 compañías nacionales comercian o tienen inversiones en el país vecino. Se estima que en el último año las empresas colombianas han invertido 1.500 millones de dólares en ese mercado en compras, nuevas operaciones y ampliaciones: Ecopetrol, Gran Tierra, Petrominerales, la Empresa de Energía de Bogotá, el Grupo Nutresa, Enka, Carvajal, Bancolombia, Manuelita, Conconcreto y Corficolombiana, entre otras. Y la semana entrante se dará un paso importante en uno de los proyectos más novedosos en materia de integración: la unión de las bolsas de valores de Colombia y Lima, además del mercado integrado que hacen con Chile.

Todo lo anterior ha aumentado la dependencia mutua entre Colombia y Perú. Hay muchos vasos comunicantes que hacen que lo que pase allí pueda afectar intereses económicos aquí. Después de la experiencia con Venezuela, donde bajo el régimen de Hugo Chávez se desplomó el comercio, se afectó la inversión y se cayeron a un nivel mínimo las relaciones diplomáticas, el triunfo de Ollanta Humala -y la percepción de que en el fondo puede tener una naturaleza semejante a la de Chávez- puso en alerta a los empresarios colombianos, que hoy tienen cruzados los dedos para que se haga realidad la promesa de que el Perú mantendrá el modelo económico de los últimos años.

La llegada de Humala cambia totalmente el contexto regional para la diplomacia colombiana. El profesor Juan Tokatlian, en un artículo publicado en Semana.com, dice que "a comienzos del siglo XXI, el país excepcional -por fuera de las tendencias andinas del momento- era Venezuela" y ahora "es Colombia. Chávez sigue en el poder, Evo Morales consolida el suyo en Bolivia, Rafael Correa procura afirmar el propio en Ecuador y Perú se prepara para la presidencia de un líder nacionalista pro-Estado".

Todo un desafío para la gestión diplomática de Juan Manuel Santos y su canciller, María Ángela Holguín. El escenario habría sido más difícil si se hubiera asumido con la actitud ideologizada de Uribe -que confrontaba a los mandatarios con pensamientos diferentes al suyo-, que con el discurso pragmático de Santos, gracias al cual Colombia ha fortalecido lazos con casi todos los países del continente, sin importar la posición política de sus gobiernos.

Lo que ha logrado Colombia con Venezuela y Ecuador, desde agosto pasado, se deberá extender ahora a Perú, para evitar un daño en una relación que ha sido particularmente productiva. Y el éxito será más factible si el presidente Ollanta Humala -como ha dicho hasta ahora- se consolida como otro Lula y no como un nuevo Chávez.