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PACTO SECRETO DE ALTO VUELO

Las revelaciones de Duncan Campbell en "New Statesman" provocan escándalo en Londres, Santiago y Buenos Aires

25 de marzo de 1985

¿Existió un pacto secreto entre los gobiernos de Margaret Thatcher y Augusto Pinochet durante la guerra de las Malvinas? En los dos meses y medio que duró el conflicto hubo numerosos indicios que alimentaron las sospechas de un acuerdo "bajo la mesa", pero hasta ahora no había una denuncia concreta, ni pruebas consistentes.
Desde el 24 de enero de este año esa denuncia se ha concretado causando considerable revuelo en Londres, Santiago y Buenos Aires. Especialmente en la capital británica, donde amenaza convertirse en un nuevo escándalo político-periodístico mayor aún al que se produjo en torno a las revelaciones sobre el hundimiento del "General Belgrano".
El autor de la denuncia, Duncan Campbell, es un especialista en temas militares y de inteligencia que, precisamente, ha publicado numerosos documentos sobre el hundimiento del "Belgrano". Es un periodista sagaz, terco, diabólicamente bien informado. Un especialista en provocarle disgustos a ciertas gentes que se mueven a oscuras, en los sótanos del Estado moderno. Hace unos años Campbell "destapó" un aparato ilegal de escucha telefónica de los servicios secretos británicos. Ahora, con este informe publicado en la conocida revista New Statesman, viene a confirmar lo que dijo en el parlamento británico George Foulkes, portavoz del Partido Laborista para temas latinoamericanos: "La primera ministra está pronta a sacrificar cualquier principio para salvar la cara. (...) Su hipocresía es
asombrosa: no guiere negociar con un gobierno democrático en la Argentina, pero sigue dispuesta a hacer sucios tratos con una dictadura".
La tésis de Campbell--que el matutino Clarín de Buenos Aires reprodujo en exclusiva el mismo día que se publicaba la nota en New Statesman-contiene gravísimas acusaciones contra los gobiernos de Chile y Gran Bretaña. Según esta denuncia, bien documentada y fundamentada, puede establecerse lo siguiente: hubo acuerdo secreto entre Londres y Santiago de Chile; el acuerdo permitió a los británicos disponer de la base aérea de Punta Arenas (en el sur de Chile) para infiltrar aviones espías de la RAF (Royal Air Force), camuflados con los colores y las insignias de la aviación chilena; la base de Punta Arenas sirvió asi mismo para la operación de los famosos comandos SAS quienes, posiblemente, ingresaron a territorio argentino para destruir aviones Super Etendards estacionados en la base aeronaval de Río Grande; la inteligencia naval chilena cooperó con sus colegas británicos para descifrar códigos de señales argentinas.
A cambio de estas facilidades el gobierno de Pinochet obtuvo las siguientes regalías: aviones Canberra, (los mismos que se habían camuflado para operar desde territorio continental); una escuadrilla de aviones Hawker; la suspensión del embargo británico sobre venta de armamentos; el suministro de uranio enriquecido y la oferta de un reactor nuclear británico "Magnox"; apoyo de Gran Bretaña en la ONU para desalentar nuevas condenas al régimen chileno por sus reiteradas violaciones de los derechos humanos.
La excelente investigación de Campbell ha sido desmentida airadamente por tres gobiernos: el británico, el chileno... ¡y el argentino! Chile desmintió a través de su cancillería; Gran Bretaña prefirió hacerlo a través de un vocero del ministerio de Defensa. Pero es un desmentido muy curioso. Tras calificar al artículo como "versiones sin sentido", admite que se vendieron a Chile cazabombarderos Hawker Hunter y bombarderos Canberra, sólo que en el marco de un convenio anterior al conflicto en el Atlántico Sur. En cambio, se niega a comentar oficialmente las denuncias sobre la infiltración de comandos SAS en Argentina desde territorio chileno. "Jamás discutimos públicamente asuntos operacionales", manifestó una calificada fuente del ministerio de Defensa, en lo que se parece demasiado a una confirmación tácita de los hechos. La cancillería argentina, por su parte, señala que "se trata de aseveraciones cuya responsabilidad corre por exclusiva cuenta de quien las emite". Y agrega, sugestivamente: "una vez mas, afirmaciones de esta naturaleza, dirigidas a comprometer las relaciones entre Chile y la Argentina, se originan en medios británicos, precisamente al aproximarse el tratamiento, por el Honorable Senado de la Nación, del Acuerdo de Paz y Amistad firmado entre ambos paises el 29 de noviembre de 1984". El vicepresidente de la República, Víctor Martínez, dijo en cambio, que la denuncia sobre el pacto secreto tenía "visos de veracidad ", aunque se apresuró a agregar que, en caso de confirmarse, se trataría "de un problema histórico ya superado".
No opinan lo mismo algunos legisladores Peronistas, como Adam Pedrini, quienes presentaron un pedido de informes al Poder Ejecutivo con carácter de "urgente". "De ser cierto ese informe nos encontraríamos ante la más grande traición sufrida por un pueblo americano", dicen. También opinó sobre el espinoso tema Nicanor Costa Mendez, canciller del general Galtieri durante la guerra de las Malvinas. Costa Méndez reveló que tenían sospechas e indicios de una alianza entre Chile y Gran Bretaña. No era necesario ser canciller para alimentarlas: el Centro de Ex Soldados Combatientes en Malvirias ha solicitado la realización de una investigación a fondo sobre la presencia de comandos SAS en Punta Arenas. La presencia de los comandos se descubrió el 18 de mayo de 1982, cuando un helicóptero Sea King de la Marina real británica tuvo que aterrizar averiado en la localidad chilena de Agua Fresca entre Punta Arenas y la isla Dawson. (en la isla Dawson funcionaba uno de los campos de concentración más siniestros de la dictadura de Pinochet). La tripulación del Sea King, integrada por el teniente Alan Bennet, el primer oficial Peter Imrie y el teniente Richard Hutchings; integró --por pocos días--la nómina tristemente famosa de los "desaparecidos" conosureños.
Misteriosamente "reaparecieron" días después caminando por Punta Arenas.
Gran Bretaña argumentó que el helicóptero realizaba operaciones antisubmarinas e integraba la dotación de un buque de la Task Force. Al parecer había "extraviado la ruta". La explicación resultó pueril: ni había buques de la Task Force en las cercanías, ni el helicóptero andaba buscando submarinos. Se trataba de tres miembros de una fuerza de comandos que tenían como tarea destruir a los aviones navales Super Etendards, basados en Rio Grande. Desde uno de esos sofisticados aparatos se disparó un misil "Exocet" que puso fuera de combate al barco británico "Atlantic Conveyor".
Los ingleses necesitaban eliminar a los "Super Etendards" para poder desembarcar tranquilos en San Carlos, como finalmente lo lograron.
Para eso era necesario dar un paso de incalculables riesgos políticos y diplomáticos: la incursión en territorio continental argentino. Y, según todas las evidencias lo confirman, no vacilaron en hacerlo. Campbell sostiene que el periodista británico Jon Snow --quien estuvo apostado en Punta Arenas durante toda la guerra--"fue llevado a las oficinas del especialista chileno de inteligencia naval, Mario Burgos. Burgos fue uno de los muchos funcionarios de inteligencia chilenos que colaboraron directamente con la inteligencia británica". Y Burgos le mostró la ampliación de una fotografía aérea en la que se veían 6 Super Etendards estacionados en la base de Río Grande. Cinco de ellos eran ya restos carbonizados.
La Marina argentina negó siempre que los aviones hubieran sido destruidos en tierra, pero --como bien dice Campbell-los Super Etendards rara vez entraron en acción. Es imposible, aun para Campbell, probar la versión de Snow. El "affaire" de los Super Etendards es uno de los tantos enigmas suscitados por la guerra en el Atlántico Sur. Lo único probado es que los comandos estaban en Punta Arenas. Y ya es bastante para sacar conclusiones. Las cancillerías podrán desmentir enérgicamente al periodista del New Statesman; los servicios de inteligencia podrán encubrir con mayor o menor éxito sus acciones secretas, pero hay datos públicos recientes que abonan las tesis de Campbell: como el regalo británico a los chilenos de la base antártica de Adelaide Island, o los elogios a Pinochet de altos funcionarios de la administración Thatcher, o las abstenciones de Gran Bretaña en la ONU (1982-1983) cuando se trató la condena al régimen pinochetista.
Chile también fue neutral en la OEA cuando la mayoría de los gobiernos latinoamericanos apoyaron a la Argentina y censuraron la actuación de la potencia colonial europea. Aunque sibilinamente admitió los derechos del país vecino "sobre las Malvinas".
La administración británica, por su parte, recubrió a la Task Force con la bandera de la democracia, alegando que combatía a "una dictadura sanguinaria", (lo cual era cierto), pero no le impidió aliarse con otra dictadura sanguinaria. Porque en este final de siglo, la razón de Estado sustituye a la razón, la fuerza al derecho, la mentira a la verdad y el secreto a la libre y democrática discusión de los actos de gobierno. -
Miguel Bonasso, corresponsal de SEMANA en México.-