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PARIS ES UNA HUELGA

Con paro en los ferrocarriles, la energía eléctrica y el metro de París, Chirac comienza el año con una nueva crisis

9 de febrero de 1987

La sombra del 68 parece perseguir a Jacques Chirac. Primero fueron las manifestaciones estudiantiles las que llevaron a la opinión pública y a la prensa a remontarse a aquel histórico Mayo del 68 para analizar desde allí, por analogía o por contraste, las protestas que finalmente acabaron con la reforma educativa.
Ahora son las huelgas en los ferrocarriles, extendidas ya a otros servicios como el metro, los buses y la electricidad en París, los puertos en Marsella y las oficinas postales en varias ciudades, las que han llevado una vez más a los franceses a recordar las turbulencias, la sensación de inestabilidad y la incertidumbre de aquella época.

Desde entonces, no se realizaban asambleas generales de trabajadores en las distintas empresas del sector público y no se escuchaban con tanta vehemencia las posiciones encontradas de gobierno y trabajadores de los diversos sectores. Es como si de pronto la Francia de las reivindicaciones laborales, adormecida por cinco años de gobierno socialista, se hubiera despertado para poner de presente que, a pesar de la mayoría política de derecha, sigue siendo una mayoría social de izquierda.

Si bien es cierto que la actual política económica es solamente la continuación de la política de austeridad iniciada por los socialistas para detener la inflación y disminuir una tasa de desempleo del 10%, después de media década de sacrificios los trabajadores franceses parecen no estar dispuestos a continuar viendo sus salarios encogerse frente a las alzas en los precios. Particularmente cuando el gobierno de Chirac ha decidido acompañar estas restricciones con otra serie de medidas tendientes a liberalizar la economía, como la menor protección a los trabajadores por parte del Estado y la disminución de Impuestos para sectores que se considera están en mayor capacidad de hacer sacrificios que los asalariados.

Incapaces de movilizar al sector privado, que mal que bien ha sido el mejor librado durante la crisis económica, los sindicatos y particularmente la central mayoritaria CGT de orientación comunista, supieron reconocer de antemano el efecto desestabilizador que tendría para el gobierno una huelga en los ferrocarriles precisamente en esta época del año, cuando la mayoría de los franceses se moviliza para las fiestas de Navidad y Año Nuevo. El golpe para el gobierno de Chirac fue indudable. Después de más de tres semanas, que han convertido la huelga en la más larga en los últimos cuarenta años, la posición del gobierno sigue siendo aún tan o más difícil que el primer día.

Chirac ha afirmado una y otra vez que no cederá ante las presiones de los trabajadores y no permitirá que el aumento salarial sea mayor del 3% para una inflación prevista del 2%.
La CGT ha dicho también que no modificará su posición, ciertamente fortalecida por la magnitud de las huelgas y la progresiva extensión a otros servicios que han llevado a París a la semiparalización. Mientras tanto, el presidente Mitterrand, a quienes muchos consideran como el más beneficiado de todos políticamente hablando, ha denunciado una vez más los inconvenientes de la inflación, pero no sin anotar que es necesario conciliar "la diversidad de las exigencias" de los franceses con "la justicia debida a cada individuo y grupo social". La declaración fue interpretada como una forma sutil de mostrarse a favor de los reclamos de los trabajadores y una crítica a las recientes medidas de Chirac en favor de los médicos y los agricultores, a quienes se considera pertenecientes en su mayoría a familias acomodadas.

El público, que ha sido en últimas el perjudicado inmediato de las huelgas, se ha mostrado dividido. Los representantes parisienses del partido del Primer Ministro y de los sectores de derecha en general, hicieron un llamado para que la población se movilice en contra de los huelguistas. Los sectores de izquierda han manifestado por el contrario su apoyo a las que consideran justas reivindicaciones de los trabajadores.

La inflexibilidad que gobierno y trabajadores han mostrado hasta ahora, no permite pensar que la solución al conflicto esté cerca. Chirac aspira en últimas a lograr, como logró Margaret Thatcher cuando la huelga de los mineros en el 84, que el tiempo y la impopularidad innegable de un paro que perjudica en últimas a todos los franceses, termine por concederle la victoria. Los trabajadores, que por ahora han visto crecer el número de huelguistas, aspiran igualmente a que la misma impopularidad afecte al gobierno y lo lleve finalmente a negociar. Mientras tanto, Mitterrand parece observar con cierta complacencia cómo su Primer Ministro y al mismo tiempo su principal contendor, se va echando solito la soga al cuello. Pero también con cierta preocupación. La responsabilidad del gobierno, después de todo, no recae exclusivamente sobre el Primer Ministro y si finalmente se llega al fracaso del esquema de la cohabitación, este terminará de una forma u otra por salpicar también al propio Presidente, que al fin y al cabo es la otra media naranja de esa cohabitación.

MIDIENDO FUERZAS
La noticia sobre los bombardeos de Libia a poblaciones del sur del Chad y la casi inmediata respuesta de aviones franceses que bombardearon en retaliación un campo aéreo en manos de los libios al norte del país, son una etapa más de un viejo enfrentamiento.

Desde su independencia de Francia, el Chad ha sido el escenario de una cruenta guerra civil entre los cristianos del sur y las provincias musulmanas del norte. El conflicto religioso se ha visto exacerbado por la fuerte rivalidad personal entre Hissene Habré, respaldado por los franceses, y Goukouni Oueddei, quien desde 1980 recibe el apoyo del coronel libio Muammar Gadafi, que aspira a encontrar en la unión Libia-Chad la base para una futura gran nación islámica.

Con la ayuda de los libios, Oueddei se instaló en el gobierno de N'djamena en 1980 y firmó un acuerdo para fusionar los dos paises. En 1981, sin embargo, cambió de opinión y pidió a las tropas libias su retiro. A cambio se instaló en la región una fuerza neutra africana, cuyo objetivo era el de servir de mediador entre las tropas de Oueddei y las de Habré. En 1982, Habré se toma N'djamena y obliga a Goukouni a retirarse hacia el norte.
Desde entonces y siempre con el apoyo de Libia, Goukouni ha intentado varias veces recuperar el terreno perdido. Para contrarrestar sus acciones, Francia envió en agosto de 1983 un comando -cuyo objetivo inicial era entrenar a las tropas de Habré. No obstante, la tensión en el área fue creciendo y finalmente se convirtió en enfrentamientos directos entre las tropas libias y francesas y la división del país en dos, a partir del paralelo 16.

En 1984, el presidente Mitterrand y Gadafi firmaron un acuerdo para retirar las tropas de los dos países del área. Supuestamente se produjo la retirada, pero poco más tarde Francia denunció que fue engañada por Libia y los soldados libios se quedaron en el Chad. En febrero de 1986, nuevamente los hombres de Oueddei apoyados por Libia, tratan de tomarse N'djamena y Francia lanza entonces una nueva operación en el Chad que llevó otra vez a los dos paises al enfrentamiento.

El bombardeo libio la semana pasada al sur de la línea roja del paralelo 16, que volvió a colocar sobre el tapete el viejo conflicto, constituyó, pues, al parecer, sólo un tanteo más de los libios para probar la reacción francesa y la consiguiente respuesta de advertencia del gobierno francés. --