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PARIS NO ES UNA FIESTA

El corresponsal de SEMANA en París entrevista a dos importantes figuras políticas, quienes hacen dos balances contrapuestos del gobierno de Wrancois Mitterrand.

25 de julio de 1983

SEMANA: ¿Socialismo o no? ¿ Cómo define usted lo que la izquierda hace actualmente en Francia?
LIONEL JOSPIN: Nosotros tratamos de hacer lo que debe hacer un gobierno de izquierda. Es decir, no sacrificar el empleo por la inflación, conservar a Francia en su rango de gran potencia industria, esforzándonos al mismo tiempo por reducir las desigualdades y avanzar hacia una mayor justicia social.
En el plano internacional, nosotros procuramos que Francia no se guíe únicamente por intereses, sino que su política se funde en principios y en la búsqueda de la solidaridad entre las naciones.
¿Es socialista? Yo diría sí, un poco. Hemos procedido, en efecto, a varias nacionalizaciones, incrementando los derechos de los trabajadores en las empresas. Tomando medidas de justicia social y preconizado una organización internacional más justa con respecto al Tercer Mundo. Pero continuamos viviendo en una sociedad capitalista, muy desigual, en la cual el sector privado sigue siendo predominante.
Francia es, pues, dirigida por un gobierno de izquierda pero no se ha vuelto socialista. Y si nosotros avanzamos lentamente es porque queremos conciliar justicia y libertad .
S.: La izquierda ha hecho, dijo el presidente Mitterrand, más reformas en dos años que las realizadas en medio siglo. Sin embargo, según los sondeos, ustedes son minoritarios hoy en el país. ¿Los franceses esperaban demasiado o ustedes habían prometido más allá de lo posible?
L.J.: Creo que los franceses esperaban mucho, porque la izquierda llegaba al poder y ellos no tenían una clara conciencia de la importancia de la crisis. No creo que hayamos prometido demasiado; la prueba es que hemos realizado, en dos años, lo esencial de las ciento diez propuestas que Francois Mitterrand había sometido a los franceses.
En lo que concierne la inpopularidad, permítame adjuntar dos observaciones: La primera es que, salvo la señora Thatcher, que con el asunto de las Malvinas tocó el orgullo nacional de los británicos, hay pocos gobiernos, de izquierda o de derecha, que sean populares actualmente, justamente en razón del rigor de la crisis económica. Mi segunda observación -que nos concierne directamente- es que no basta hacer reformas para ser populares. Se necesita hacerlas aceptar.
S.: El gobierno ha declarado responsable, en parte, de sus dificultades a la política de algunos gobiernos europeos y al precio elevado del dólar. ¿Eso significa que, si nada cambia en esos dos planos, la izquierda podría fracasar?
L. J.: En lo que concierne a Europa, creo que es necesario hacer un análisis matizado. Por un lado, los gobiernos alemán e inglés pueden identificarse -en el terreno ideológico o de la filosofía económica- con el gobierno de los Estados Unidos puesto que trata, en los tres casos, de gobiernos conservadores.
Pero hay otro elemento -que también es importante- y es que hay una comunidad y un destino europeo. Y actualmente, todos los gobiernos europeos sufren de la misma manera, a causa del precio del dólar. Es, pues, entre esas dos lógicas que Francia debe inscribir su política.
Si el dólar está caro no es en razón de los resultados positivos de la política económica de los Estados Unidos. Es debido, simplemente, al carácter excesivo del déficit presupuestal de ese país.
Sería difícil soportar por mucho tiempo que los esfuerzos hechos por los franceses para restablecer el déficit comercial sean contrarrestados por la existencia del dólar caro que resulta de las fallas de los Estados Unidos.
S.: Cuenta habida de la crisis económica internacional, ¿qué se podrá llamar "un septenio-socialista" logrado?
L. J.: Si hemos comprometido bien a Francia con la tercera revolución industrial, la de la cibernética, la informática, la biología -en particular la biologia industrial- logrando hacer un país competitivo en esos sectores de vanguardia, habremos triunfado.
Si en 1988 la sociedad francesa es menos tensa, menos incierta, más justa y más fraternal, habremos triunfado. Si la imagen de Francia es positiva, en particular en el Tercer Mundo, y sigue siendo un país de referencia en el mundo, habremos triunfado . Si la derecha, que por ahora se ha reagrupado contra nosotros, se divide de nuevo y rechaza sus elementos más extremistas, habremos triunfado. En fin, nosotros habremos triunfado si ganamos las elecciones legislativas de 1986.
S.: Después de tres devaluaciones, el gobierno francés había pedido varios préstamos para evitar la especulación del franco. ¿Piensa usted que hay una campaña internacional para desestabilizar el gobierno francés?
L. J.: No creo que hay un complot en el campo monetario. Que haya, en cambio, campañas en ciertos medios me parece evidente. Sé que en varios paises -incluso en América Latina-, hubo campañas publicitarias ideológicas y políticas describiendo en términos caricaturescos y apocalípticos la política de Francia.
Lo que también es cierto es que no podremos soportar cómodamente que la solidaridad Occidental -efectiva en el terreno estratégico- no se exprese también en el campo económico. Una potencia mundial como los Estados Unidos, cuya moneda nacional es la moneda internacional, tiene responsabilidades mundiales. No puede determinar, pues, su política únicamente en función de sus intereses nacionales.
S.: ¿Cómo juzga usted el comportamiento de su actual oposición?
L. J.: Su derecho de oponerse es natural. Es incluso su vocación.
Nosotros lo utilizamos cuando estábamos en la oposición y, a veces, duramente, pero éramos también una fuerza de proposición. Una fuerza constructiva. Hoy nos toca comprobarlo, la derecha ha adoptado una actitud de oposición sistemática.
No tiene ningún programa, ninguna idea constructiva para proponer. Lo que también me llama la atención es la penetración de algunas ideas o temas de extrema derecha en el interior de los partidos conservadores: ideas antiigualitarias, a favor de la "élite", o de la fuerza, etc...
Esos temas penetran a través de su nueva generación que no conoció los combates de la resistencia, que olvida los años del crecimiento económico y que busca poner fin al consenso alcanzado después de la guerra alrededor de la existencia de un sector público, de un mínimo de justicia social o de cierta planificación económica.
Anotó además que cuando se observan las ideas que se desarrollan en el seno del conservatismo americano o británico, se tiene la impresión de que la revolución de la derecha va hacia una derecha más dura, más ofensiva y más reaccionaria, es una evolución que supera el marco de Francia. Por eso nosotros la consideramos con el mayor cuidado.