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PERSONA NO GRATA

La visita de George Bush a Panamá despierta las pasiones nacionalistas de los panameños.

13 de julio de 1992

LOS INCIDENTES QUE DAñaron el folclórico recibimiento que le tenían dispuesto al presidente nortemericano George Bush en Panamá, no sorprendieron a nadie.
Horas antes de que aterrizara camino de Rio para su primera visita desde la invasión del 20 de diciembre de 1989, un soldado norteamericano fue muerto a balazos por desconocidos. Bush deploró el hecho, que sucedió a tiempo que miles de jóvenes se manifestaban con violencia contra su visita. Pero contra lo que algunos le aconsejaron, el jefe de la Casa Blanca decidió no cancelarla. El mensaje era claro: Bush no tiene nada que ocultar en Panamá, así sus enemigos digan que su prencia era una burda maniobra electorera y una ofensa para las cuatro mil víctimas de la invasión. Nada, ni la denuncia criminal interpuesta por los familiares de las victimas, impediría que el presidente de Estados Unidos pusiera su pie en el país que, calladamente, se ha convertido en la última colonia de Washington en el hemisferio occidental..
La visita de Bush se presentó en momentos en que el istmo experimenta los efectos de un ajuste económico de shock que incluye la privatización de 28 empresas públicas, una reforma tributaria y un nuevo régimen de seguridad social, entre otras iniciativas. Hace menos de dos meses la ciudad de Colón fue escenario de violentos disturbios contra el desempleo, que afecta a más del 50 por ciento de la población. Un informe del estatal Fondo de Asistencia Social reveló que en el último año, mientras crecen ciertos sectores de la economía, el 54 por ciento de los 2,5 millones de panameños está en la pobreza absoluta, y que de ellos, el 36,7 por ciento no gana ni para reponer sus calorías.
Esas premisas en Panamá se ven agravadas por la presencia continuada de las tropas estadounidenses, que supera cualquier antecedente. En Panamá las calles son vigiladas por patrullas "mixtas", compuestas por un soldado norteamericano y un policía panameño. En contra del texto de los tratados que rigen su presena allí, las tropas efectúan maniobras en todo el territorio. Los militares y civiles norteamericanos supervisan las labores de los funcionarios del gobierno instalado por ellos en una base militar, horas luego de la invasión. La percepción es que las políticas vienen directamente de Washington.
Por otra parte, a medida que pasa el tiempo, los panameños se convencen más de que el verdadero motivo de la invasión de 1989 no era capturar a Manuel Noriega sino el "realineamiento" de la política panameña con el objetivo de revisar el tratado Torrijos-Carter que dispone la devolución del Canal en 1999.
Se apuntan varios detalles: Primero, la destrucción de las Fuerzas de Defensa, un arma vista con desconfianza por las oligarquías. Segundo, la instalación de un gobierno claramente incapaz o como el de Guillermo Endara, cuya ineptitud convenciera la mayoría de los panameños de que no son capaces de manejar sus propios destinos, mucho menos los del canal interoceánico. Tercero, a siete años de la devolución, la pista de la Base Aérea de Howard está recibiendo una costosa extensión, y los norteamericanos acaban de construir una carretera perimetral destinada al uso de los panameños, para evitar el tradicional paso por ella. Y cuarto, el narcotráfico, lejos de disminuir en el istmo, aumenta.
Todavía se siente el desastre político que significó el régimen de Manuel Noriega, sobre todo con el surgimiento de movimientos como Molirena, un partido sin bases del segundo vicepresidente Guillermo Ford, que sin tapujos pretende reformar la Constitución para que las bases norteamericanas permanezcan después de 1999, con el lema "De nacionalismo no se come ".
En un ambiente tan enrarecido no resulta extraño que surjan movimientos contrarios a la tradición política panameña, es decir jóvenes, que se lanzan a las calles con la ilusión de tener por fin un país al cual llamar el suyo.