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Con una rétorica incendiaria, Omar al-Bashir, presidente de Sudán, y Salva Kiir, mandatario de Sudán del Sur, tienen a sus países al borde de la guerra.

SUDÁN

Petróleo sangriento

El enfrentamiento entre Sudán y Sudán del Sur está a punto de revivir la guerra civil más larga de África.

28 de abril de 2012

Cuando dos países se van a la guerra es un drama. Cuando estos dos están entre los más pobres del mundo es una tragedia absurda. Sudán y Sudán del Sur, separados desde hace menos de un año, transitan de nuevo por el camino de las armas. Solo que esta vez ya no se matan por la independencia, sino por el petróleo. Como muchos lo predecían, la paz no duró y ahora, de lado y lado de la frontera, hay combates, incursiones, bombardeos y discursos incendiarios que están a punto de reiniciar la guerra civil más larga de África, que en los últimos 50 años dejó más de 2 millones de muertos.

Desde hacía meses las escaramuzas eran constantes. Pero en las últimas semanas el conflicto escaló hacia lo que puede ser la siguiente guerra africana. El 10 de abril, montados en tanques soviéticos, volquetas y camionetas de platón, soldados de Sudán del Sur se tomaron Heglig, una estratégica ciudad petrolífera que los dos países revindican. De ahí salen la mitad de los 115.000 barriles que produce cada día Sudán. Por eso Jartum lanzó una rápida contraofensiva.

Prudentes, los sursudaneses, con sus uniformes disparejos, se retiraron. En su huida saquearon la ciudad, vaciaron su comercio e incendiaron su infraestructura petrolera. Sudán del Sur no duró mucho en Heglig, pero demostró que era capaz de atacar con un ejército en teoría más débil. Para el gobierno del norte fue una verdadera provocación y, después de retomar la ciudad, sus combatientes siguieron avanzando. Un frente de combate se estableció alrededor de la línea fronteriza, donde soldados cavaron largas trincheras en la tierra polvorienta. Ahora, los combates son diarios y varias ciudades de Sudán del Sur han sido bombardeadas por la poderosa aviación norteña.

Mientras en los cuarteles se escuchaba los soldados marchando, en la radio y la televisión los dirigentes de ambas naciones se enfrentaban con su verborrea. Omar al-Bashir, el presidente de Sudán, que tiene una orden de captura de la Corte Penal Internacional por genocidio, se puso su uniforme y llamó a “combatir hasta la derrota, hay que liberarse de estos insectos, deshacernos de ellos de una vez por todas. No vamos a negociar, no entienden más que el lenguaje de los fusiles y de las municiones”. Salva Kiir, mandatario de Sudán del Sur, dijo que “ya nos declararon la guerra”. En las calles de las capitales enemigas miles de jóvenes celebraron con bailes, cantos y quema de banderas estas peligrosas palabras.

La enemistad viene de lejos. En 1955, poco después de que Sudán se independizó de Reino Unido, estalló la guerra civil entre el norte musulmán y el sur cristiano y animista. El conflicto duró, con algunas interrupciones, hasta 2005, cuando las regiones llegaron a un pacto. Este desembocó en la separación de Sudán del Sur en julio del año pasado. Pero no hubo acuerdos sobre el trazado de la frontera, ni sobre la repartición de la deuda externa o sobre la suerte de los 500.000 sursudaneses que viven en el norte o de los 70.000 sudaneses en el sur.

Y, sobre todo, no hubo un pacto sobre el petróleo, recurso vital para ambos. El sur quedó con el 75 por ciento de la producción (500.000 barriles diarios), pero depende del oleoducto de Jartum para llevar su crudo a los mercados internacionales. En enero Sudán empezó a cobrar 34 dólares por barril que transitara por su país, más del doble de los precios internacionales. La respuesta de Yuba, la capital de Sudán del Sur, fue cerrar el grifo mientras construye su propio oleoducto. Un desastre económico, pues 98 por ciento del presupuesto de Sudán del Sur y 55 por ciento de los recursos de Sudán dependen de la exportación de crudo. Sin petróleo, no hay dólares y sin ellos es imposible comprar productos básicos en el extranjero.

La única esperanza para resolver la crisis está a más de 8.000 kilómetros, en Beijing. China es socio de Al-Bashir, tiene inversiones en los pozos de Sudán del Sur y para muchos es el intermediario ideal. El problema es que ninguno de los dirigentes de los dos Sudanes tiene la voluntad de evitar el enfrentamiento. No les importa que sus países estén entre los más pobres del mundo. Saben que cuando la crisis acecha, no hay nada mejor que una buena guerra para afirmarse en sus patéticos tronos.