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La manifestación convocada en Beirut por el grupo guerrillero Hezbolá demostró que Líbano no se podrá transformar sin contar con él.

13 de marzo de 2005

Las calles de Beirut fueron inundadas el martes por más de medio millón de personas que apoyaban la presencia en el Líbano de las tropas sirias que permanecen en el país desde 1990. Semejante manifestación fue un baldado de agua fría para quienes sostenían hasta la semana pasada que el pueblo libanés apoyaba el fin de la influencia siria en su país. Los participantes eran en su mayoría chiítas simpatizantes de Hezbolá, una milicia pro siria y pro iraní catalogada por Estados Unidos como grupo terrorista.

La manifestación contrarrestó otra reunida en la plaza de los mártires, donde miles de personas pertenecientes en su mayoría a sectores sociales más pudientes se reunían, como lo hacen desde el 14 de febrero -cuando fue asesinado el ex primer ministro Rafiq Hariri-, para pedir la retirada de Siria. Este movimiento, conformado por cristianos, drusos y sunitas, y llamado 'la revolución del cedro' o la 'intifada pacífica', había hecho creer a la comunidad internacional que eran la gran fuerza política del Líbano. Tanto que lograron que el presidente sirio Bashar Al Assad optara por empezar a replegar la semana pasada las tropas, que saldrán del país antes de las elecciones libanesas de mayo.

"Les digo a los opositores que ellos no son la mayoría de los libaneses", dijo en su marcha el líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah. Y es que las manifestaciones del martes dejaron en evidencia que en este país de sólo cuatro millones de personas no se podrá realizar una transformación democrática que no incluya a Hezbolá. Este hecho tiene desde ya en una encrucijada al gobierno estadounidense, que junto con el francés impulsó en el Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas la resolución 1559, que ordena la retirada de tropas del Líbano y el desarme de Hezbolá, que lucha contra la hegemonía israelí y estadounidense en la región.

Hezbolá no sólo es un grupo armado conformado por más de 20.000 hombres sino que es el partido más organizado del país, con 12 escaños en el Parlamento. Pero para los norteamericanos, "ellos están en la misma categoría de Al Qaeda. La administración tiene una completa aversión a admitir que Hezbolá tiene un papel que jugar en el Líbano, pero es una vía que vamos a tomar", dijo una oficial estadounidense que pidió omitir su nombre a The New York Times.

Hezbolá se ganó la simpatía de los libaneses cuando expulsó del sur del Líbano a las tropas israelíes después de 22 años de ocupación. Además, desde su fundación en los años 80 fue ganando poder con el apoyo de Irán y Siria, y se convirtió en un símbolo de la lucha palestina.

Esta semana Hezbolá impulsó esa, la mayor manifestación en el Líbano en los últimos 40 años, y junto con los grupos pro sirios consiguió que el ex primer ministro Omar Karami, que había renunciado a finales de febrero debido a la presión de los opositores, volviera a ser nombrado en su cargo.

Pero el movimiento está en una encrucijada. "Hezbolá tendrá que decidir si toma el riesgo de ser un partido nacional en un Líbano independiente, o toma el riesgo de perder lo que ha construido convirtiéndose en una rechazada fuerza pro siria", dice Michael Young, editor del diario libanés The Daily Star.

Algunos analistas se han atrevido a decir que un choque con Hezbolá lo único que haría sería reforzarlo en una región donde el sentimiento antiestadounidense crece día a día, y desencadenar otra guerra civil. Analistas como Daniel Byman, autor del texto '¿Debe ser Hezbolá el próximo?', en Foreign Affairs, dice que el camino para Estados Unidos es dejar que este grupo participe en una elecciones libres. "Habrá más escaños ocupados por Hezbolá, pero muchos de los antiguos políticos pro sirios en el Parlamento perderán sus puestos", dice. Una cosa es segura, en un momento en el cual el gobierno estadounidense se vanagloria de la ola democrática de Oriente Medio, lo que suceda en el Líbano va a ser una prueba fuego para el futuro de la región