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Poderoso yuan

El sinólogo Guillermo Puyana analiza las presiones sobre China para que revalúe el yuan, la moneda comunista que marca el paso al capitalismo

24 de noviembre de 2003

Desde mediados de este año George W. Bush viene diciendo que el empleo de su país no se reactiva porque los chinos mantienen el yuan renminbi (o dinero del pueblo), artificialmente debilitado. En las presidenciales estadounidenses el desempleo es un tema central y Bush necesita un fantasma externo para achacarle sus problemas. Pero de toda su reserva sólo uno, el yuan, cumple el papel de culpable de que la economía norteamericana no se recupere.

Los chinos están decididos a no revaluar el yuan, porque consideran que el precio corresponde a las características de su economía. Recuerdan que hace 20 años, Estados Unidos también presionó a Japón para que revaluara su moneda. Como resultado, los norteamericanos no recuperaron empleo, y Japón ingresó por la senda de la recesión.

La política cambiaria china ha pasado por etapas. En 1990 tenía tasa de cambio fija y los extranjeros no podían usar renminbi; por sus dólares recibían unos billetes llamados FEC (Foreign Exchange Certificates), que podían usar en sitios autorizados. Sólo accedían a yuanes renminbi en el mercado negro con una diferencia de entre 10 y 15 por ciento sobre la cotización oficial. Si un extranjero quería comerse unos tallarines fríos con vinagre picante en un puesto callejero, tenía que violar el régimen cambiario en un mercado negro que funcionaba abiertamente en puntos como el complejo diplomático de Jiangguomen en Beijing.

Pero el sistema era irracional. Imprimir FEC y regular su circulación significaba costos administrativos absurdos. Además estaba obstruyendo la fluidez del intercambio. En 1994 el gobierno abolió el FEC e introdujo el sistema de cotización flotante del yuan en una banda de alrededor de 12 por ciento.

En 1997 vino la gran crisis de Asia. Para enfrentarla, cada país devaluaba alimentando un círculo infernal que estaba llevando a todos al abismo. Era lógico que China devaluara, pues obtenía parte importante de sus ingresos por exportaciones que estaban perdiendo competitividad por la cadena de devaluaciones. China mandó el mensaje de que era un actor responsable y no agravaría la situación. La crisis pudo ser superada en parte porque China no se metió en la guerra del centavo asiática.

A raíz de la crisis los chinos restringieron la banda de flotación al 7 por ciento. Aunque querían ganar simpatías internacionales, la decisión tenía más que ver con preservar la competitividad de sus exportaciones, cuya mayor parte era de bienes reprocesados con insumos importados, que se encarecían con un yuan devaluado, causando un efecto negativo superior y de más largo plazo.

La economía china no compite con la norteamericana, es complementaria. Si el yuan se revalúa, las exportaciones chinas se encarecen sobre todo en el mercado de textiles, zapatos, juguetes y electrodomésticos donde son dominantes. El encarecimiento de esos bienes afectaría a los consumidores y trabajadores norteamericanos, pues el comercio con China genera más empleos en Estados Unidos que los que este país pierde por la competencia china.

Además, Estados Unidos no está perdiendo empleos donde los chinos dominan, ya que los productores norteamericanos sacaron sus fábricas hace casi 25 años, para trasladarlas a Taiwan, Hong Kong y Singapur. Cuando la mano de obra de esos países se encareció, buscaron otros destinos, como China y México.

China produce barato no por el dumping social, sino porque en su mercado laboral compiten 200 millones de campesinos y 50 millones de habitantes urbanos. El salario de un obrero chino es 18 veces menor que el de un norteamericano. Una revaluación del yuan hasta de 40 por ciento pondría la diferencia en 13 a 1, con lo que China sigue siendo muy competitiva y así seguirá hasta que reduzca su población o incremente su ingreso per cápita. Los chinos también rechazan la revaluación porque dificultaría la reestructuración de las empresas públicas, incrementaría la cartera mala de los bancos estatales, sacaría del mercado a algunas empresas y debilitaría al sector agrícola.

Para los chinos los problemas comerciales se arreglan por mecanismos comerciales, no con revaluaciones políticas. Son conscientes de que hay un desbalance que debe corregirse hasta encontrar un equilibrio entre exportaciones e importaciones. La liquidez del superávit comercial (6.000 millones de dólares a junio) y de las reservas internacionales (350.000 millones de dólares a octubre) la quieren usar para fortalecer su economía. Los chinos quieren tecnología, bienes de capital, materias primas y explorar las posibilidades de inversión en el exterior. Los norteamericanos saben que ese tipo de adquisiciones significan que China se hará finalmente competitiva en áreas donde ahora no lo es.

China está en un reajuste económico dirigido estratégicamente a que en 50 ó 70 años su ingreso alcance al de los países desarrollados. Si la economía china alcanza el ingreso per cápita de España, una posibilidad cierta a 15 años, ya será la más grande del mundo.

En este propósito los chinos tienen claridad absoluta. No quieren ser siempre productores de muñecas Barbie. Quieren ser productores y exportadores de bienes de capital y tecnología y que las Barbies las fabriquen los vietnamitas, o los camboyanos, o los colombianos. Son 'industrias del ocaso', que ya agotaron su papel, pero que no tienen ninguno que cumplir en un mañana en el que los chinos se ven poderosos en tecnología, conocimiento y capital.

Detrás de la discusión sobre el yuan renminbi, hay más que política electoral. Una China poderosa pone en entredicho el esquema mundial unipolar que busca Estados Unidos o, como diría Engels, un paisaje gris sobre un fondo gris. El horror de los horrores es que el retador del unilateralismo vaya a ser un país controlado y gobernado exitosamente por un partido comunista, que le marcaría el ritmo al capitalismo mundial a partir de sus propias reglas.