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Manifestaciones multitudinarias a favor y en contra de la unidad de España han marcado la temporada. Foto: Getty Images

ESPAÑA

Cataluña: el momento de la integración o de la ruptura

Los comicios del 21 de diciembre marcarán el inicio de una nueva etapa en una España que se replantea reformar la Constitución y la estructura de sus comunidades autónomas, entre otras cosas.

16 de diciembre de 2017

España se encuentra suspendida en una aparente normalidad tras el estado de shock que produjo el reciente desafío independentista catalán, la posterior aplicación del artículo 155 de la Carta Política y la convocatoria a elecciones autonómicas para el 21 de diciembre (21-D).

En el 21-D participarán 17 partidos y 5,5 millones de votantes que elegirán un nuevo Parlamento autonómico (Parlament), que, a su vez, designará al próximo gobierno autonómico (Govern) de Cataluña, una de las 17 comunidades autónomas que tienen competencias de autogobierno en España.

El llamado bloque constitucionalista, contrario a la independencia, está conformado por el Partido Popular (PP), del presidente Mariano Rajoy, minoritario en Cataluña; Ciutadans (C’s), de centroderecha (con la mayor intención de voto); y el Partido de los Socialistas en Cataluña (PSC) que, aunque unificado en el bloque constitucionalista de cara a las elecciones, apoya el diálogo político.

Y en el otro bloque se encuentran los partidos independentistas: Junts per Catalunya (JuntsXCat), del PDeCAT; Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) y la Candidatura de Unidad Popular (CUP), antisistemas. Catalunya en Comú-Podem no se ha sumado a ningún bloque y tendría la llave de la mayoría.

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Pero el del jueves va más allá de ser un proceso electoral autonómico. “El 21 de diciembre se juega el que se vuelva a la normalidad constitucional y democrática en Cataluña. El hecho de que los independentistas obtuvieran una mayoría de escaños no implicaría que no se pudiera volver progresivamente –y más tarde– a esa normalidad dentro del marco constitucional”, señala a SEMANA José María Beneyto, director del Instituto Universitario de Estudios Europeos en Madrid. “Está en juego que en los próximos años el gobierno catalán se dedique a tratar de separarse de España o que quiera formar parte de España y resolver sus problemas”, añade el escritor peruano Santiago Roncagliolo, que vive desde hace 12 años en Barcelona.

Se trata de un nuevo escenario en el que la ciudadanía (se prevé que ocho de cada diez inscritos acudan a la cita electoral) tendrá voz y voto para expresar democrática y legalmente su simpatía por una u otra alternativa. “Una parte muy representativa de los catalanes se sienten españoles y catalanes, y lo que quieren es una mejora de la autonomía. Otra parte quiere la independencia; y hay otra (que está indecisa), que solo desea estabilidad política y económica”, afirma Beneyto.

El conflicto catalán, agravado en los últimos meses, ha dejado en evidencia varios males: uno, las grietas sociales de Cataluña, una sociedad dividida en la que un destacado porcentaje (las cifras varían según la fuente, pero estarían en torno al 30 y 40 por ciento) quiere la independencia de España; dos, el desastre económico que arroja la inestabilidad política; y tres, el poder que ejerce la imagen, su efecto en la conciencia colectiva y el rol de las redes sociales e internet en lo que podría ser una guerra mediática. Todo enrarecido por un tono surrealista y simbólico.

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En España se ha visto de todo en los últimos meses: lluvia de banderas, urnas clandestinas, aumento de la presencia policial, una declaración unilateral de independencia (DUI) suspendida, manifestaciones multitudinarias repletas de símbolos nacionalistas, huida de empresas, campañas desde la cárcel y desde Bruselas vía streaming.

La grieta emocional

“He salvado a España, ahora toca cerrar las heridas”, señaló el presidente del gobierno español Mariano Rajoy en entrevista al diario italiano La Repubblica, al mostrar la gravedad del conflicto, una de las mayores crisis que ha vivido el país en los últimos 40 años.

Y más que salvado (habría que ver si el conflicto catalán ha llegado a su fin), el proceso electoral ha normalizado la realidad, ha puesto en pausa la tensión vivida en España a raíz del referéndum ilegal sobre la independencia catalana, realizado sin técnica electoral alguna el 1 de octubre, y la posterior –simbólica o real– declaración unilateral de independencia, que tuvo lugar en el Parlament el día 27 de octubre.

Todos coinciden en que hay una profunda grieta en la sociedad catalana que hay que curar y cerrar. “Es muy triste. Mucho. Tengo gente cercana con la que ya es muy difícil vernos y hablar porque habitamos en planetas diferentes, entendemos el mundo de maneras distintas y creo que muchos –me refiero a viejos amigos– no son conscientes de que su desprecio por los españoles se extiende a todo lo que no sea catalán. Y es muy triste que gente que tú aprecias en realidad desprecia todo lo que tú representas, y para ellos es muy triste que yo no entienda su sueño de independencia. Las fracturas económicas se podrán negociar, pero las sentimentales y las afectivas van a dejar una herida muy honda durante mucho tiempo”, dice el escritor, Premio Alfaguara 2006 por su novela Abril rojo. Roncagliolo –con dos hijos catalanes– confiesa que le gustaría que “mis hijos se sientan tranquilamente españoles, catalanes, europeos y peruanos. Todo eso. No quiero que se empobrezca su identidad por la fuerza”.

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La grieta se ha extendido a España, donde ya se discute en las comunidades autónomas del resto del país sobre las reivindicaciones catalanas, y algunos se replantean el estado de su autonomía a la que no pueden evitar comparar con el de otras regiones como País Vasco, Navarra o Galicia.

Asimismo, el conflicto catalán ha traspasado las fronteras y ocupa el interés de toda Europa que ve con preocupación la germinación de los sentimientos separatistas en el seno de la Unión: Francia, Bélgica, Reino Unido o España tienen grupos independistas, de mayor o menor tamaño. “El tema de Escocia, el tema del ‘brexit’, el tema de Cataluña son fenómenos populistas-nacionalistas de minorías que no están satisfechas con el ‘statu quo’ y lo que están haciendo es generar inestabilidad. Para la Unión Europea ya es difícil gestionar 27 países, sin contar al Reino Unido, es inimaginable tener que gestionar 400 regiones o 200 países…”, reconoce Beneyto.

Economía

El factor económico también ha tensionado el ambiente. Desde la celebración del referéndum ilegal, unas 4.000 empresas han trasladado su sede social de Cataluña a otras ciudades de España, y unas 1.000 han cambiado su sede fiscal, que implica el traslado de las juntas y parte de la gestión operativa a la nueva sede.

También el sector del turismo ve afectado su negocio en la región: la llegada de viajeros se redujo un 4,7 por ciento, el mayor descenso desde 2011; más de la mitad de los hoteles de Barcelona señalan que la ocupación ha caído, y las reservas han disminuido un 20 por ciento, según cifras oficiales.

Ahora los sectores públicos y privados comienzan a calcular el coste económico del conflicto, y desde el gobierno español se pide que no haya boicot a los productos catalanes, ya que repercute en toda España.

En cuanto a lo que pueda ocurrir tras los comicios del 21-D, si los partidos constitucionalistas ganan, podrían introducir algunos cambios a favor de la autonomía catalana, mayores competencias frente al Estado español. Los partidos constitucionalistas más votados serán C’s y PSC, colectividades favorables al cambio y las reformas dentro del marco de una España indivisible.

Y si los independentistas obtienen la mayoría se prevé, por lo visto en la campaña electoral, que busquen pactar –además de mayor gestión autonómica– un referéndum vinculante al estilo escocés (acordado entre Gran Bretaña y Escocia y celebrado en 2014). En ambos casos, se debería reformar la Constitución nacional, lo que supone cambios en diversos ámbitos, no solo los referentes al tema catalán.

También cabe la posibilidad de que ganen los independentistas y retomen la DUI, frente a lo que el gobierno español volvería a aplicar el artículo 155 y así se entraría en un círculo vicioso que nadie desearía. El futuro de España está, pues, de por medio.