Home

Mundo

Artículo

Punto para Yeltsin

El Presidente ruso avanza hacia una nueva Constitución, pero el camino es cuesta arriba.

16 de agosto de 1993

POR FIN SALIO HUMO BLANco de las torres del Kremlin, Rusia tiene un proyecto concreto de Constitución. Fue un triunfo relativo obtenido el lunes 12 de julio en la sesión plenaria de la Asamblea constitucional convocada por el presidente Boris Yeltsin. Se trata del último de una cadena de "éxitos" que Yeltsin viene cosechando en las semanas recientes. La reunión constitucional nació de la victoria del presidente sobre el Congreso de Diputados del Pueblo en el referéndum del 25 de abril y es una consecuencia directa del impulso internacional que recibió Yeltsin en la reunión del Grupo de los Siete, llevada a cabo en Tokio la semana anterior.
A pesar de todo, el Presidente ruso no tiene mucho para celebrar. La razón es que la Asamblea fue integrada con una mayoría ya definida a favor del Presidente, y aunque éste había asegurado que el proyecto sería aprobado en 10 días, la reunión se tomó cinco semanas. El resultado de la votación, aún siendo apabullante, indica que el texto causó más debate del previsto.
El proyecto de Carta Magna establece una república presidencialista, reemplaza al viejo Congreso de Diputados del Pueblo por un Parlamento bicameral, elimina el vicepresidente, y establece el respeto de los derechos humanos y el derecho a la propiedad. Pero dos problemas quedan pendientes: los derechos de las repúblicas y territorios de la Federación Rusa y el procedimiento para aprobar la nueva Carta.
Yeltsin tiene en su futuro próximo retos que desanimarían a cualquiera. El primero es la rebelión de las regiones. Al estallar la Unión Soviética, las 22 repúblicas y 68 regiones que abarcan a las 120 nacionalidades de Rusia empezaron a exigir mayores derechos. Las repúblicas étnicas comenzaron a reclamar su soberanía, como Tatarstán y Chechenia. Y las regiones propiamente rusas, celosas de los privilegios de las repúblicas, exigen iguales derechos.
La reunión constitucional logró una fórmula de acuerdo que, en esencia, concede cada vez más derechos a las repúblicas y regiones de Rusia en detrimento del poder central. Se define a las repúblicas conformadas por distintas etnias no rusas, como "estados soberanos". Como tales, tienen derecho a poseer sus propias constituciones, lenguas, gobiernos y símbolos, pero no el de separarse de la federación. Los territorios, regiones, ciudades de importancia federal y regiones autónomas, son definidos como "formaciones estatales", con menos privilegios que las repúblicas.
El problema es que los territorios empezaron a declararse repúblicas. La rebelión se inició en Sverdlovsk, la tierra natal de Yeltsin, donde el primero de julio, el Soviet regional declaró la nueva República de los Urales. Esta es la segunda región industrial del país, y aunque no tiene bandera y reconoce la ciudadanía rusa, pretende dejar para sí el 60 por ciento de las ganancias de la producción local. Otros centros industriales como Cheliabinsk y Perm amenazan con unirse a la autoproclamada república. También la región de Vologda se proclamó república, y en el mismo sentido amenazó la poderosa región del Pacífico, con sede en Vladivostock.
Si bien Yeltsin obtuvo mayores poderes, estos se diluyen en la verdadera batalla por el poder con las repúblicas y regiones. Como lo señaló al diario Nezavisimaya Gazeta el asesor presidencial Sergei Stankievich, "el Presidente actúa en este diálogo con las repúblicas y regiones cada vez más como intermediario y como conciliador". Como consecuencia, el texto sólo fue aprobado por 10 de las repúblicas étnicas de Rusia. Las poderosas repúblicas de Tatarstán, Bashkortostán y Saja no firmaron; y un tercio de los representantes de las 68 regiones también se negaron a firmar.
El otro problema se enfrentará en agosto: cómo aprobar el texto de la nueva Constitución. Unos se inclinan por un referéndum, pero para que éste la apruebe legalmente, se requeriría el voto del 51 por ciento de todo el electorado, lo cual es muy difícil de conseguir. Otros dicen que debe respetarse la actual Constitución, según la cual el Parlamento es el encargado de reformarla. Pero como es casi imposible que el actual Parlamento vote su suicidio, se habla de una ley que convoque elecciones anticipadas para un nuevo Parlamento, que aprobaría la nueva Constitución. En este caso la pregunta es quién aprobaría la resolución de disolver el Parlamento y convocar elecciones. Y por último, otros hablan de convocar una verdadera asamblea constituyente elegida democráticamente.
Todo muere en el mismo punto: quién le pone el cascabel al gato, es decir, quién, y cómo, decreta la muerte del Congreso. De por medio puede estar no sólo la pugna de los poderes, sino la supervivencia de Rusia como Estado unitario.

¿DE QUIEN ES SEBASTOPOL?
EL VIEJO CONGRESO DE DIPUtados del Pueblo se ha convertido en una piedra en el zapato de Boris Yeltsin. La última carga de profundidad que le envió su presidente Ruslan Jasbulatov, se refirió a la política exterior cuando declaró que el puerto de Sebastopol, el más importante de la península de la Crimea, estaba bajo la jurisdicción de Moscú.
Esa declaratoria produjo más conmoción en el gobierno de Moscú que en el de Kiev. Las relaciones de las dos han estado marcadas por las dificultades,pues buena parte del arsenal nuclear soviético estaba situado en Ucrania, y este país, luego de asegurar que respetará el contenido de los acuerdos de desarme nuclear suscritos por el antiguo gobierno soviético con el de Estados Unidos, ahora quiere mantener su estatus como potencia atómica.
El otro problema es la división de la poderosa Flota del mar Negro, que ya había sido acordada entre Yelstin y Kravchuk el mes pasado. Los parlamentarios de Moscú quieren que se mantenga la unidad de esa flota y la población rusa de Sebastopol parece apoyarles. Se trata de una situación típica de las consecuencias de la disolución de la URSS, y como se ha observado en otras regiones, el peligro potencial es enorme.