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Cómo Putin manipuló las elecciones de Estados Unidos

El ejército de troles que Vladimir Putin organizó en San Petersburgo manipuló activistas, suplantó partidos políticos y azuzó los odios religiosos y étnicos para catapultar a Donald Trump a la Casa Blanca.

24 de febrero de 2018

A Donald Trump se le puede complicar la vida. Las últimas novedades de la investigación sobre el intento ruso de alterar las elecciones en Estados Unidos, que el 8 de noviembre de 2016 lo llevaron a la Casa Blanca, apuntan en esa dirección. Las averiguaciones del fiscal especial del caso, Robert Mueller, exdirector del FBI, que acaba de cumplir nueve meses en el cargo, resultan inquietantes para la campaña de Trump. Si a mediados de febrero Mueller había incriminado a cuatro personas, ahora superan la docena y el número tiende a crecer. Y lo más grave es que algunas han empezado a colaborar con la justicia y tal vez revelen secretos explosivos. ¿Le llegará el agua al cuello al presidente?

La investigación dio un giro clave el viernes 16 de febrero. Ese día, el vicefiscal Rod Rosenstein citó a una rueda de prensa y anunció que el Departamento de Justicia acababa de acusar, por iniciativa de Mueller, a 13 personas de nacionalidad rusa por “haber iniciado una guerra informativa contra Estados Unidos y su sistema político”, con el objeto de “difundir desconfianza respecto de los candidatos presidenciales” y de “intentar interferir en el resultado”. Era la confirmación de que ese operativo pretendió favorecer a Donald Trump en detrimento de la aspirante demócrata, la ex secretaria de Estado y exsenadora Hillary Clinton.

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Rosenstein explicó en detalle cómo funcionó la trama. Para empezar, el plan operó bajo el paraguas de un grupo de empresas con domicilio en San Petersburgo. Entre ellas sobresale la Internet Research Agency, fundada por el ciudadano Yevgeniy Viktorivick Progozhin, que contaba asimismo con firmas como Concorde Management Consulting LLC y Consulting Catering. Progozhi es un hombre singular. Próximo al presidente ruso, Vladimir Putin, comenzó como vendedor de perros calientes en San Petersburgo y luego abrió varios restaurantes, uno de los cuales, Isla Nueva, se convirtió en el favorito del jefe de Estado. Ahora es millonario. Entre 2011 y 2017 una empresa suya obtuvo más de 8.000 millones de dólares del gobierno a cambio de un buen servicio de alimentos y bebidas.

Pues bien, dese 2014 el grupo de Progozhin comenzó a meter las narices en la campaña presidencial gringa al poner en marcha el Proyecto Laktha, que arrancó con un pequeño equipo de traductores al inglés que dos años más tarde contaba con 80 personas. Poco después ya se habían configurado dos grupos de jóvenes que trabajaban en dos turnos las 24 horas.

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Con un presupuesto de 1.250.000 dólares mensuales, abrieron cuentas en varias redes sociales. Algunas en Twitter llevaban nombres como Trumpsters United (Trumpistas Unidos) o March for Trump (Marcha por Trump). Otra, en Facebook, se llamaba United Muslims of America (Musulmanes Unidos de Estados Unidos) y se dedicaba a explotar el odio al islam y el susto al radicalismo musulmán para afirmar cuestiones como la siguiente: “Si Hillary Clinton gana las elecciones, continuará la política hostil hacia Oriente Medio. No hay que olvidar que ella votó a favor de la guerra contra Irak”. El Proyecto Laktha hizo circular asimismo afiches con la foto de Hillary, donde se le atribuía a ella una frase que decía: “I think the Sharia law Will be a powerful new direction of freedom” (“Creo que la ley coránica será una nueva y poderosa dirección de la libertad”). El entramado tuvo un alcance gigantesco. Según Facebook, solo dos años después este tipo de mensajes les habían llegado a 126 millones de ciudadanos, es decir, al 50 por ciento de los adultos que residen en Estados Unidos.

La iniciativa se dedicó simultáneamente a enviar decenas de miles de textos electrónicos adversos a la señora Clinton bajo hashtags o etiquetas como #Hillary4Prison (Hillary a la cárcel) o #IWontProtectHillary (No voy a proteger a Hillary), o simplemente #TrumpTrain (Tren Trump). Fue una auténtica avalancha de troles, un término que describe los mensajes con contenido provocador y falso. Pero el asunto no paró ahí. El Proyecto Laktha llegó al extremo de enviar personas para agitar las manifestaciones de Trump en Florida, y en algunas construyeron jaulas en las cuales introducían maniquíes con la figura de la señora Clinton, lo que animaba a los partidarios del candidato republicano a gritar “Lock her Up!” (“¡Enciérrenla!”). La bronca contra Hillary era de tal magnitud que a veces se elogiaba por las redes sociales a Bernie Sanders, senador por Vermont y precandidato demócrata, que, al darse cuenta de que no tenía posibilidades, terminó por adherir a ella.

Tan pronto supo de las incriminaciones a los rusos, Trump reaccionó en su cuenta de Twitter la semana pasada. “Rusia empezó su campaña contra Estados Unidos en 2014, mucho antes de que yo anuncié que me lanzaba a la Presidencia. Los resultados de las elecciones no se vieron afectados. ¡La campaña de Trump no hizo nada malo! ¡No hubo colusión!”, escribió en referencia a un posible pacto ilícito en desmedro de Hillary. También criticó la inacción de su antecesor Barack Obama. Dijo que no hizo nada por impedir que los rusos metieran las narices en las elecciones y que los ciudadanos deberían pedirle cuentas por ello.

La gran prensa criticó duramente la reacción del presidente. Para The Washington Post, es curioso que Trump “no rechace el respaldo que le dio Rusia y no diga que una potencia extranjera no tiene por qué hacer secretamente campaña a favor de un candidato”. El periódico considera que Trump tampoco aclara si su hijo Donald Jr. buscó a los rusos antes de las elecciones para darles información negativa o “mugre”, tal como señala sobre Hillary Clinton. Lo cierto es que al final del escrutinio aquel 8 de noviembre, la ex primera dama superó a Trump en votos ciudadanos, con 65,8 millones de votos sobre 62,9 millones, pero, por esas reglas del sistema electoral norteamericano, él terminó con 306 de los 578 votos electorales, mientras que ella se quedó en 232.

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Esta semana hubo dos desarrollos más sobre el tema. El primero es que el abogado belga con nacionalidad holandesa Alex van der Zwaan, hijo de uno de los más acaudalados millonarios rusos y quien trabajó con Paul Manafort, exgerente de la campaña de Trump, admitió haberle mentido al FBI sobre los contactos que sostuvo con Rick Gates, hombre cercano a Manafort. Tanto Manafort como Gates están procesados por el fiscal especial Mueller. Y el pasado jueves este añadió otras 16 acusaciones contra ellos por fraude bancario y lavado de dinero, delito este último que, si se confirma, podría complicarles realmente la vida no solo a los directivos de la campaña de Trump, sino al propio presidente.

Aparte de Manafort y Gates, Mueller tiene vinculados al proceso a otros dos personajes cercanos a Trump. El primero es el general Michael Flynn, consejero de Seguridad Nacional durante los primeros 17 días del gobierno, que cayó al saberse que había ocultado contactos con los rusos y que llegó a un acuerdo de colaboración con el fiscal especial. Y el segundo, el exasesor de campaña George Papadopoulos, que también tuvo contacto con los rusos.

Nadie sabe cómo terminará este novelón. Pero según le dijo a SEMANA Daniel Sepúlveda, ex subsecretario de Estado y el funcionario de más alto rango en la diplomacia estadounidense con conocimiento de la trama, “la investigación de Mueller está madurando y está dejando claro que los rusos interfirieron nuestras elecciones de una manera que violó nuestras leyes. Eso deja muchas preguntas abiertas. Las averiguaciones avanzan, e iremos sabiendo más cosas a medida que pasa el tiempo”. Ahora lo que muchos presumen es que Gates, que acaba de anunciar que negociará con la justicia, va a revelarle a Mueller más cosas de la campaña, y que Manafort, cercado por un cada vez mayor número de acusaciones, terminará haciendo lo mismo. Y todo eso puede darle al curso político en Estados Unidos un giro complicado para Trump. n